Carles Vilarrubí: la mano invisible

Carles Vilarrubí: la mano invisible

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Carles Vilarrubí: la mano invisible

3 diciembre, 2023 00:00

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Cuando el zar de Rusia construye trenes y pone en marcha el mítico Transiberiano, la Banca Rothschild no tiene ni rótulo en sus oficinas de Londres. Acaba el siglo romántico que vive con sentimiento el suicidio de Ana Karenina, tras su amor frustrado por el conde Vronski, tal como lo cuenta León Tolstoi, en clave de novela.

David Rothschild, líder entonces del banco de negocios más glamuroso del planeta, está seguro de que la internacionalización de las empresas es el mejor vector de crecimiento. Un siglo y medio después, entre los años 90 y el principio del 2000, la casa Rothschild fija su mirada en la industria catalana; un día el peso fuerte exclama “en Barcelona, quiero de socio a un banquero catalán” y lo encuentra a medio camino entre el public affairs, la comunicación y las finanzas.

El empresario Carles Vilarrubí

El empresario Carles Vilarrubí EFE

Carles Vilarrubí es el escogido gracias al poder tentacular de sus argumentos y empieza demostrándolo en el caso de Agrolimen, cuando coloca en el mercado la perla del Grupo Carulla. Casi en paralelo, entran en juego otras variantes, como la poderosa Abertis --la primigenia Acesa concesionaria-- colonizada por la italiana Autostrade, justo cuando Rothschild entra en escena y la compañía catalana da un paso hacia el futuro de la mano de Vilarrubí y del mánager italiano Stéfano Marsaglia.

El mundo de la banca de inversión es un club privado de difícil acceso. Rothschild se mueve por todo el planeta, hoy liderada por Edmond de Rothschild; es una brújula financiera cuyo beneficio radica en el arbitraje, siguiendo la senda de los bancos centrales y sin pretensiones de superar en volumen de negocio a pesos pesados, como Morgan Stanley, Goldman Sachs o First Boston.

Lleva a la industria pegada en la nuca pero, en el fondo, decide por expectativas y tipos de cambio. Vilarrubí sabe bien que las fusiones y adquisiciones están regidas por un arte olfativo, no matemático. Primero se decide quién será un buen partenaire de la empresa que lo busca y sólo después de la exploración intuitiva llega la due diligence, que puede confirmar o no la conveniencia del proyecto, en base al neto patrimonial de las partes.

Carles Vilarrubí en una comparecencia en el Parlament

Carles Vilarrubí en una comparecencia en el Parlament EFE Parlament

Vilarrubí abandona la vicepresidencia española de la marca en 2017 y es sustituido por José María Castellano, presidente de la Fundación Bankinter. Ha ganado sus mejores apuestas utilizando la mano invisible que cifra los activos y fija los precios; lo hace en mercados muy especializados, aunque él responde al mejor generalista que jamás hayamos conocido. Sus acuerdos entre empresas tienen el deje de los conciertos para la mano izquierda, que poblaron los auditorios de Europa, después de la innovación de Maurice Ravel.

Pero sus encontronazos judiciales no se detienen con el paso del tiempo: “Carles Vilarrubí colaboró con la trama criminal de la familia Pujol Ferrusola con carácter transversal, permanente y sistémico, aportando sus estructuras mercantiles para asegurar la opacidad de los pagos y servir de parapeto a los auténticos beneficiarios de las operaciones”. Así lo asegura el Juzgado Central de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional en respuesta a un recurso presentado por seis procesados por el llamado caso Pujol, entre ellos, Vilarrubí.

Carles Vilarrubí junto a sus abogados defensores va a declarar ante la Audiencia Nacional

Carles Vilarrubí junto a sus abogados defensores va a declarar ante la Audiencia Nacional EFE Madrid

El sonado caso espera que se fije fecha de juicio. ¿Se caerán las manzanas si movemos el árbol?, se preguntó Jordi Pujol Soley para distraer la herencia no declarada de su padre y depositada en un banco andorrano. Aunque la Fiscalía Anticorrupción pide para él una pena de prisión, lo cierto es que sea por falta de pruebas o por mal funcionamiento, la causa parece aletargada. Procesalmente, estamos ante la mayor parada y arranque de la historia judicial española.

A menudo, el misterio de las finanzas se desentraña en un paréntesis amargo situado entre la política, la regulación y el negocio. Se ha afirmado en sede judicial que Vilarrubí financió la Convergència de Pujol y se le atribuyó el peso de suceder a Lluís Prenafeta en la tarea. Pero el economista no tiene el retruécano de aquel Secretario que aplica a su entorno el exordio quevedesco de “hay pobres que merecen ser ricos”.

Es perfectamente capaz de ofrecer compliance a las donaciones intermediadas con las fuentes del dinero, aunque tampoco alcanza la discreción del portentoso Miquel Roca, que confía a las compañías eléctricas la financiación de un nacionalismo democrático y templado, recordado hoy con añoranza.   

Joan Laporta, entregando la insignia de 75 años como socio a Jordi Pujol

Joan Laporta, entregando la insignia de 75 años como socio a Jordi Pujol FCB

En el campo de la política, Vilarrubí se muestra ante todos, como amigo de Jordi Pujol y de su primogénito Jordi Pujol Ferrusola, socio en algún negocio protegido de la intemperie, basado en la relación añeja de dos jóvenes aficionados a los coches deportivos y de las carreras duras, sin mantel ni librea en los boxes. Una relación que hace años está rota.

Vilarrubí es el hacedor de la Bono Loto catalana; fundador de RAC1, la emisora de los Godó accionistas de La Vanguardia y primera piedra de Catalunya Ràdio en el seno de la Corpo. Sin olvidar la cúpula inacabada de su largo currículo: la Entidad Autónoma de Juegos y Apuestas (RAJA), que rescata del offline a las apuestas españolas y encuentra la tecnología de la primera lotería on line de Europa.

No sabemos si todavía compra décimos, pero sí que juega al golf al lado de patricios que aman el deporte tranquilo y disculpan un hándicap escaso. Eleva su pulso civil como miembro de la junta directiva del Barça en las etapas de Sandro Rosell y de Josep Maria Bartomeu, aunque Vilarrubí salta a tiempo de la bancarrota. Él sabe bien que París no vale una misa, a diferencia de Enrique IV de Navarra. Aprende para siempre el día que firma ante notario su renuncia como CEO de Port Aventura y mánager de Grand Tibidabo, una empresa de aparente motor turbo bajo el tótem de las finanzas sin tregua, creada por Javier de la Rosa en los años inflacionarios marcados a fuego por deflaciones irreversibles.

Con la entrada de este siglo, las dos ramas de la familia Rothschild vuelven a unirse bajo el rótulo Grupo Rothschild, la etapa en la que encuentran un socio fiable en España. Los accionistas de miles de empresas, dueños de la cepa Mouton-Rothschild y banqueros de la Curia Romana, se sienten cómodos en Barcelona. Al fin y al cabo, lejos de la City de Londres y de la sede del BCE en Frankfurt, se piensa sin bullicio.

Los Rothschild no son cazadores bajistas ni compradores a crédito; no se hunden diariamente en el fango de los dealers, pero tienen la cabeza allí donde la dejó su influyente antepasado Nathan Mayer: “Dadme el control del suministro de dinero de una nación y no me importará quién haga sus leyes”. Algo así como decidme qué hora es y os daré la llave del mundo. Habladme de la paridad dólar-euro; desentrañadme los misterios del yuan y multiplicaré por mil la aldea global de James Rockefeller.

Sol Daurella junto a su marido, Carles Vilarrubí, en la entrega de los Premios Planeta de 2012

Sol Daurella junto a su marido, Carles Vilarrubí, en la entrega de los Premios Planeta de 2012 Planeta Barcelona

Vilarrubí entra en aquel mundo desde arriba. A fin de cuentas, está vinculado, a través de esposa, Sol Daurella, al primer accionista de Coca-Cola en el mundo. Trata de impulsar en Cataluña un modelo de captación de recursos basado en la comunicación, orientado hacia los parques temáticos y destinado a ser la alternativa, en los años posteriores, a lo que significó el 92 olímpico.

El dinero sólo corre de mano en mano si los gestores son capaces de inventar y crear un relato creíble. Es el momento del cambio de modelo, pero la conducción hacia el mundo digital tarda todavía varios años, mientras la inversión en busca de rápida rentabilidad se orienta hacia la burbuja inmobiliaria, facilitada por los bajos tipos de interés de aquel momento.

En el primer cambio de tercio de las derechas en la España democrática, Vilarrubí es rescatado por la política nacionalista a la que él sirve desde muy joven. Es nombrado consejero de Telefónica después de los pactos entre Aznar y CiU de 1996 y el entonces presidente de la operadora, Juan Villalonga, le encarga la representación de la participación en el consejo de Antena 3.

El expresidente del Gobierno, José María Aznar, entrevistado en La Sexta

El expresidente del Gobierno, José María Aznar, entrevistado en La Sexta CG

En el momento caliente de las grandes privatizaciones, el consejero catalán se convierte en uno de los ejecutivos partidarios de la entrada de Telefónica en el capital de la holandesa KPN, una adquisición dispuesta a levantar el mayor grupo europeo del sector. Pero la política se inmiscuye, cuando Aznar gana por mayoría absoluta. En el último momento, los dos grandes accionistas de Telefónica, la Caixa y BBVA, se bajan del tren y César Alierta desbanca a Villalonga en la presidencia de gran grupo español.

Moncloa siempre gana y, esta vez, su aplastante decisión se hace muy patente en el restrictivo management de las grandes compañías nacionales cotizadas en las bolsas internacionales. La fiebre privatizadora desatada por la SEPI alcanza de lleno a empresas como la Indra tecnológica de Javier Monzón y a Iberia, la marca España de otro tiempo desplumada por British, el halcón del Atlántico norte. Paralelamente, en el mundo de la opinión se afianza el núcleo mediático de la derecha, caldeado por columnistas del pasado, como Antoni Capmany o Antonio Burgos; es el renacer en las ondas de Federico Jiménez Losantos, el hombre dispuesto a someter la crítica ante el brío de la raza.

Carles Vilarrubí al ser nombrado presidente de la Acadèmia Catalana de Gastronomia i Nutrició

Carles Vilarrubí al ser nombrado presidente de la Acadèmia Catalana de Gastronomia i Nutrició ACGN Barcelona

La economía abre negocios fuera del país; externaliza su misión, mientras el pensamiento ideológico que debería arroparla defiende un repliegue inexplicable hacia el fundamento evangelista. El justiprecio de la Escuela de Salamanca invierte los valores del mercado y la fijación de precios de la Escuela de Viena, crisol del moderno pensamiento conservador. Carles Vilarrubí podrá ser nombrado como el poderoso business angel de CDC durante la prehistoria del soberanismo, pero su pecado se frena a las puertas de la declaración unilateral de independencia.

No atraviesa el dintel, como no lo hizo Mazarino, el cardenal de Luis XIV. Su Europa de los territorios nacionales evoca el drama de ciudades como Sebastopol y Odesa, la Barcelona del Este, el hogar del dramaturgo Sholem Aleichem o el de Isaac Babel, escritor y mártir de la disidencia. Vivimos en una tensión inaceptable; Vilarrubí tiene amigos como Artur Mas entre los amnistiados del procés, pero debe aceptar que la inseguridad regulatoria actual rememora el “movimiento de reconducción”, sobrellevado con discreción, cuando el emérito no quiso tener Corte, pero convirtió a Zarzuela en un salón de té, con una mesa de contar billetes.