Lluís Prenafeta

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Política

Lluís Prenafeta: espía, curtidor y descreído

12 noviembre, 2023 00:00

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En la segunda mitad de los setenta, los expertos internacionales miden el diámetro de la democracia en España a partir de la legalización del Partido Comunista. El rey Juan Carlos propicia una reunión, en el Hotel Bristol de París, entre José Mario Armero y Santiago Carrillo. Paralelamente, el monarca envía a Rumanía a su hombre de confianza, Manuel Prado y Colón de Carvajal, con el objetivo de explicarle a Ceaucescu que su amigo Carrillo puede volver a España sin temor. Mientras el mundo asiste a la muerte de Franco y Jorge Semprún se instala en Madrid tras un largo exilio, un hombre casi apolítico, nacido en el barrio de Sants de Barcelona y marcado por su origen, no sabe todavía que muy pronto hará migas con el mismo Colón de Carvajal, aristócrata, embajador y senador por designación real.

La cuestión catalana está en todas las salsas. Los secretos que Prenafeta y Prado comparten, en los años siguientes, les vinculan al amplio radio de acción de los negocios de Javier de la Rosa. Estos secretos, inspirados en la financiación de los partidos políticos, llevan el sello del espionaje, y no precisamente del CNI. El rentable espionaje financiero de ambos reside en la firma instrumental, Vilassar Internacional, y en uno de sus brazos, la inmobiliaria Trébol, un atajo para llegar a Grand Tibidabo y a Tibi Gardens, la primera gestora de Port Aventura.

Lluís Prenafeta (i) junto al expresidente catalán Jordi Pujol en una rueda de prensa de 1990

Lluís Prenafeta (i) junto al expresidente catalán Jordi Pujol en una rueda de prensa de 1990 EFE

Lluís Prenafeta es el contrafuerte mudo de Jordi Pujol y el hombre que alumbra, años después, la eclosión política de Artur Mas; durante las dos últimas décadas del siglo pasado, Prenafeta vive de cerca la trayectoria institucional de Convergència, desde los momentos de plenitud en la Generalitat hasta el lento desgaste de la formación nacionalista en manos de la generación soberanista. Se apunta a las filas convergentes el día que casualmente ve una foto electoral de Jordi Pujol, de gran formato. “Fue una iluminación”, declara él mismo en el documental La Sagrada Familia, de David Trueba y Jordi Ferrerons. Este amor político a primera vista le lleva hasta los lares de Marta Ferrusola, la mujer escudo que filtra las intenciones de los que se acercan al líder carismático.

El ascenso, éxito y caída del emporio pujolista, hecho de metal precioso con pies de barro, abarca casi medio siglo si dejamos aparte la fundación del partido, Banca Catalana y el abuelo Florenci, cambista monetario en la plaza de Tánger, el paraíso fiscal de la autarquía económica en España. Hoy por hoy, los detalles episódicos del catalanismo político del centro-derecha pertenecen a la diáspora emocional que la generación de Artur Mas ha tirado por la borda; entre los dos momentos, Pujol-Mas, Prenafeta actúa de puente. Empieza consolando al amigo perseguido por el desdeñoso Miguel Boyer, socialista de salón a fuer de liberal y termina acomodando a Mas en la estructura de la Generalitat. La conocida etapa de Mas como president del Govern es muy posterior: va de 2011 hasta 2016, un lustro marcado por los recortes sociales y los escándalos por corrupción.

Los expresidentes de la Generalitat Artur Mas (i) y Jordi Pujol (d)

Los expresidentes de la Generalitat Artur Mas (i) y Jordi Pujol (d) EUROPA PRESS

Prenafeta mueve hilos y conforma opiniones contrastadas en la ventaja del fait a compli, el hecho consumado. Es el primer ministro sin cartera ministerial; manda con el gesto en el Ejecutivo catalán; se muestra generoso con las cosas que de entrada considera imposibles de garantizar; siempre ofrece una imagen en consonancia con su condición; sabe que el fontanero no es un sabio ni el prelado un espadachín. Poco antes de debutar en la política, Mas asume el cargo de CEO en Tipel, una empresa de curtidos, propiedad de Isidor Prenafeta, primo de Lluís Prenafeta, que también es accionista. Le otorga al joven político un privilegio de corta duración del que el beneficiario apenas podrá valerse. Desde la primera legislatura de Pujol, Prenafeta desempeña la secretaría general de Presidencia en el Govern de la Generalitat, un cargo institucionalmente inerte, pero de primera línea, cuando se explotan sus invisibles recursos. Es un hombre de baja estatura; su zancada no es poderosa, no confiesa afectos; tampoco odios ni temores. 

Entre mayo de 1980 y el mismo mes de 1990, Prenafeta reina en el Palau de la plaza Sant Jaume, sin alabanzas ni censuras. Ha pasado la década legendaria de CDC y parece que haya transcurrido un siglo; Pujol ha forzado el abandono de Miquel Roca cubriendo la representación nacionalista en el Congreso con la figura de Duran Lleida, el líder de Unió (UDC), la formación coaligada. Cuando todos caen en la cuenta de que se han perdido cientos de plumas por el camino, Pujol busca a un culpable y a su lado tiene al chivo expiatorio.

Prenafeta deja el cargo público para dedicarse a la actividad empresarial; los negros nubarrones del 3% se precipitan sobre su cabeza. Sale del poder sin desprecios ni alabanzas. Es en aquella encrucijada cuando la justicia le acecha por supuestos delitos cometidos en su etapa en la Administración. Empieza un reguero de sospechas y amagos, a partir del conocido caso Prenafeta, acusado de prevaricación en la concesión de servicios públicos de la Generalitat; el temporal no amaina hasta tres años después, cuando el juez de la Audiencia Luis Pascual Estevill archiva la causa. El magistrado, que lo absuelve antes de llegar al juicio oral, es el mismo Estevill que, pocos años más tarde, será suspendido y expulsado de la justicia por delitos de cohecho.

El juez Lluís Pascual Estevill / CG

El juez Lluís Pascual Estevill / CG

Prenafeta, antes dueño del país a la sombra del poder, es imputado de nuevo en 1996, junto a otros 30 implicados, entre ellos el hijo del presidente del Comité Olímpico Internacional (COI) y expresidente de La Caixa Juan Antonio Samaranch, por el presunto desvío de 30.000 millones de las antiguas pesetas de la constructora Huarte, que suspende pagos aquel mismo año. La causa se archiva en 2001. Por lo visto, los delitos solo confirman apariencias sin pruebas. El principio de in dubio pro reo salva al ex secretario de Presidencia, con la eternidad del tiempo judicial jugando a su favor. Los efectos nunca confirman las apariencias de causalidad. Prenafeta, el hombre que creó la Televisión de Cataluña (TV3); la emisora institucional, Catalunya Ràdio; las loterías de la Generalitat; el diario El Observador, cerrado muy pronto, y el parque temático Port Aventura es el objetivo de las mil sospechas. Pero sus imputaciones caen en saco roto, gracias al buen oficio de sus abogados –primero, Piqué Vidal; después, Córdoba Roda y, al final, el joven Pau Molins– o por la impericia de una instrucción escasamente rigurosa y, a menudo, temerosa.

Deja de ser un cargo político para ser el directivo de referencia en las empresas públicas de la Generalitat: el 15 de junio de 1990 es nombrado presidente de la compañía Petrolis de Catalunya (Petrocat), promovida por el Govern y participada por Repsol y Cepsa; en septiembre de ese mismo año, asume la presidencia de Túnel del Cadí, la gran arteria viaria que triangula Barcelona, Puigcerdà y la Francia oriental. Antes de que se cumpla el fin de siglo está ligado a una treintena de sociedades. En marzo de 1994 deja Petrocat y Túnel del Cadí, para volcarse en sus inversiones en Rusia a través de su empresa Juspi, creada años antes junto a Chupa Chups Invest. Las crónicas de aquel momento quedan reflejadas en las imágenes de sus ruedas de prensa en la Casa Batlló del paseo de Gràcia –propiedad de los Bernat, accionistas entonces de Chupa Chups–, junto al alcalde de Moscú, cuando el entusiasmo de la Perestroika cae bajo la presidencia endeble de Boris Yeltsin, el último Kerenski de Vladímir Putin, el autócrata eterno.

Aprovecha las visitas políticas de su jefe para verlo todo, especialmente en ciudades como Moscú, Tokio y Bangkok, donde visita los santuarios, los epitafios, los exvotos, las columnas y las plazas. Combate su déficit, como diplomático y políglota, con la visión cercana. Su paso de juventud por las aulas del Instituto del Teatro impregna su curiosidad; conoce la arrogancia y el desdén, pero sus cejas lo traicionan en el momento de mostrar humildad.

El encontronazo más grave de Prenafeta con la justicia tiene lugar en 2009, cuando cumple varios meses de prisión preventiva por el caso Pretoria, una oscura trama de sobornos y corrupción urbanística en Santa Coloma de Gramenet. Han transcurrido más de dos décadas lejos de la sombra del poder y, sin embargo, el exsecretario con aura de Mazarino, aquel cardenal de Luis XIV, sigue siendo, junto al primogénito Jordi Pujol Ferrusola, la diana de la corrupción en la Sagrada Familia.

Lluís Prenafeta llega a la Audiencia Nacional para declarar por el 'caso Pretoria' en 2017

Lluís Prenafeta llega a la Audiencia Nacional para declarar por el 'caso Pretoria' en 2017 EUROPA PRESS

Durante su estancia en Soto del Real, el explenipotenciario reclama a los funcionarios de la prisión que le hagan la cama y pregunta extrañado por qué no sirven vino en las comidas. Suena a lo que escribe el mexicano Carlos Fuentes respecto a Pizarro en Perú, durante el encarcelamiento de Atahualpa, el emperador de la nación inca que desconoce la represión carcelaria y que, una vez detenido por soldados realistas, reclama como si nada que le traigan dos esferas de oro apostadas a ambos lados de su cama, en la estancia real.

Prenafeta actúa, en su momento, como el inca que sabe hacerse el inocente por desconocimiento; aparenta ignorar las reglas del castigo, sea merecido o no, pero destila gazmoñería santurrona, aunque se haga pasar por un hombre atento delante de la entelequia o la poesía. A la hora del recuento, Prenafeta publica El malson, un significativo quaderni del carcere que invita al llanto por tristeza y medias verdades, pero que, en realidad, es un relato sui géneris de la trama inmobiliaria en la que fue inculpado junto a otros, como el exdiputado catalán del PSC Luis Andrés García, alias Luigi, el exalcalde de Santa Coloma y el exconsejero de Economía de la Generalitat Macià Alavedra.