El grupo Agrolimen se mantiene un año más en el podio catalán de las grandes empresas de capital familiar. El dato no es baladí, pues el consorcio tiene a sus espaldas casi 90 años. Tras tan dilatado periodo hoy está más robusto que nunca. Amasa unos fondos propios de 1.883 millones. Se pueden contar con los dedos de una mano las firmas vernáculas que alcanzan semejantes niveles de capitales.

También es destacable su tentacular expansión por el ancho mundo. Gestiona 22 fábricas en 11 países, vende sus productos en más de 100 y emplea a 5.000 colaboradores.

La vasta presencia exterior le reporta el 83% de los ingresos. Su principal mercado es Europa. Los artículos de Agrolimen se encuentran en los comercios de España, Italia, Holanda, Bélgica, Francia, Alemania, Finlandia y Suecia.

A la vez, es de subrayar el crecimiento en el continente africano. Ya ha penetrado en una treintena de enclaves, donde genera 1.200 puestos de trabajo.

Los gestores de Agrolimen abordaron negocios variopintos años atrás, con el propósito de diversificar las actividades, hasta entonces centradas en la alimentación. El cambio de rumbo resultó desastroso y se saldó con un reguero de quebrantos. Así que la saga Carulla dio marcha atrás. Acordó volver a centrar los esfuerzos en los dos renglones históricos que mejor conoce y que más réditos le han proporcionado durante décadas, a saber, la nutrición de humanos y de sus perros y gatos. La primera rúbrica es preponderante, pues le aporta algo más de dos tercios del giro total.

Las magnitudes de Agrolimen en 2022 ya muestran los resultados del cambio de rumbo emprendido. La facturación ascendió de 1.988 a 2.270 millones. El beneficio declarado fue de 166 millones, con baja de cinco, tras dotar los fondos de amortización por importe de 70 millones.

Agrolimen no reparte dividendos desde hace largo tiempo. Sigue la saludable política de retener las ganancias para reforzar el balance. Si persevera la actual progresión, el patrimonio se encumbrará al cierre del año corriente hasta el redondo guarismo de los 2.000 millones.

Dada la inexistencia de dividendos, las retribuciones de la estirpe Carulla se limitan a las que devenga por su pertenencia al consejo de administración de Agrolimen. Pero tales pagas son un misterio, porque se omiten en las cuentas. Así viene ocurriendo desde hace dos décadas y sistemáticamente merece un reproche del auditor que revisa los estados contables.

En el órgano de gobierno conviven miembros de la segunda y la tercera generación que ya empieza a asumir el mando en el gigante de la Ciudad Condal. Lo componen Artur, Lluís y Aurèlia Carulla Font, más Josep Oriol Tomàs Carulla, Artur Carulla Mas, Arnau Carulla Cuitó y Nicolau Victorino Brosa Carulla. Los tres primeros llevan a cuestas más de 70 años y su retiro definitivo ya se vislumbra en el horizonte.

Los orígenes de la firma se remontan a la Guerra Civil española. Luis Carulla Canals, el fundador, oriundo del municipio tarraconense de Espluga de Francolí, emigró a Barcelona y en 1937 montó un negocio de sopas de caldo concentradas. Lo bautizó con el nombre de Avecrem, emblema de su sociedad Gallina Blanca.

Carulla fue un adelantado a su tiempo en el empleo de la publicidad en los medios. Para dar a conocer sus sopas, en plena contienda publicaba grandes anuncios en el diario La Vanguardia. Esos avisos impresos despertaron la animadversión del gobierno republicano catalán, que ordenó su arresto para darle el paseo. El hombre se refugió en el piso de un amigo, en pleno ensanche, y salvó el pellejo.

Al sobrevenir la paz, la autarquía imperante protegió a los fabricantes nacionales de todos los ramos. Gallina Blanca aprovechó a fondo la situación de privilegio y en las siguientes décadas experimentó un crecimiento exponencial.

En los años setenta, Luis Carulla ya figuraba entre los industriales más acaudalados de Cataluña. El patriarca, de una modestia innata, sentía aversión a salir en los periódicos. En 1987, con motivo de las bodas de oro de Gallina Blanca, las autoridades le concedieron la Medalla al Trabajo, la primera que entregaban desde la Transición. La prensa lo ensalzó como “el creador de la gallina de los huevos de oro”.

Luis Carulla falleció en 1990. Sus seis hijos tomaron el mando y siguieron engordando a paso de carga sus posesiones, hasta las fastuosas cifras que hoy luce. Como suele ocurrir en tantas otras compañías familiares, la tercera generación no tendrá fácil superar los logros de sus dos predecesoras.