Los activistas de la CUP han sido los promotores de esta idea. Tras el procés, ese vocablo catalán que hasta se ha castellanizado por su recurrente uso fuera de Cataluña, lo que viene es el mambo. Los antisistema lo relacionaban con el baile festivo y como corolario de un camino, fatigoso, que había alcanzado su meta.

Tenían razón, en parte. Con la concurrida manifestación de la Diada (unos 225.000 manifestantes en los recuentos menos propagandísticos) se acabó la parte importante del proyecto político soberanista confeccionado en fase de legalidad y cierta tranquilidad, pese la inquietud generada. Pese a que el soberanismo volvió a llenar Barcelona, las magnitudes están estancadas. Son muchos, pero aún son más aquellos que no se manifestaron. En consecuencia, todo lo que se haga a partir de ahora cambia de registro y se entra en la insubordinación, la desobediencia legal o lo que se tercie que pretendan hacer. Y esa segunda fase de la conquista de su utópica pretensión no será gratuita. Tendrá coste, habrá mambo, pero quizá no el mismo que ellos esperaban.

Lo primero que debemos saber es si bailaremos el mambo número cinco o el número ocho. Es decir, cuántos políticos catalanes que se sumen a la desobediencia acabarán inhabilitados, encarcelados, multados y con su patrimonio embargado. Porque tal y como se han producido los acontecimientos hasta la fecha, y con el compromiso alcanzado por el Gobierno central y dos partidos españoles más, el referéndum que ha suspendido el Tribunal Constitucional no se puede celebrar ahora de ninguna de las maneras. Así que de aquí al 1 de octubre debemos prepararnos para escuchar música a todas horas y, como dice la canción, ir contando: uno, dos, tres… ¡mambo!

La gran consecución del nacionalismo es obvia: la reivindicación procedente de Cataluña ocupa, ahora sí, el lugar central, el preferente, de la agenda política española. Y además eso sucede con la comunidad internacional, los socios y vecinos, observando la evolución de los acontecimientos. En la solución que se logre para pacificar las posiciones encontradas pesará, y no poco, todo el ruido que durante una década ha ido produciendo el independentismo. Ni el silencioso y quietista Mariano Rajoy ni nadie en la política española será capaz de olvidar en sus futuras decisiones el pulso al que se ha sometido al Estado, desde una deslealtad absoluta y con un auténtico desprecio por los procedimientos democráticos. Cataluña y las reivindicaciones de una parte de su electorado estarán en el orden del día español en primera posición durante mucho tiempo.

Las próximas tres semanas serán, pues, de máxima tensión. Mossos d’Esquadra, Policía Nacional y Guardia Civil adquirirán un protagonismo innecesario en sociedades democráticas avanzadas. Pero su actuación como representantes autorizados de la justicia será la única posibilidad de ordenar el tremendo guirigay en que se ha convertido la política catalana. Por tanto, a los amantes de los festejos que llegarán –como los cuperos– les vendrá al pelo lo que viene. Al contrario que la mayoría de los catalanes irán cantando “Mambo, qué rico el mambo…” Eso es lo que hemos logrado en estos años.