Las elecciones europeas han supuesto un paréntesis en el alambicado y proceloso mundo político catalán. Tras las autonómicas de mayo todo quedaba fiado a lo que aconteciese en esta nueva convocatoria electoral, que debía dar las claves para los pactos, alianzas y negociaciones que facilitasen el inicio de la legislatura regional.
El resultado es claro: las dos Españas se han instalado en un empate técnico que permanece inalterable. El bipartidismo parece convertirse en la principal institución española después de años de experimentos, a izquierda y derecha, de carácter extremista. El PP gana por los pelos en el conjunto de España a un PSOE que salva los muebles con más dignidad electoral de lo esperado. Hasta tal punto que su filial más dinámica, el PSC, barre en Cataluña por segunda vez en pocos meses al independentismo. La formación de Carles Puigdemont pierde fuelle otra vez y solo obtiene un diputado. El premio de consolación de JxCat es mantenerse por delante de ERC en ese frente. Ha sido por los pelos, pero suficiente para tomar el mando del nacionalismo futuro.
Hoy a las cuatro de la tarde se constituirá la nueva cámara catalana. Más allá de que la propia conformación de la mesa del Parlament puede suponer un adelanto de lo que vendrá, Salvador Illa cuenta hoy con más posibilidades de convertirse en presidente de la Generalitat sin muletas políticas que condicionen el mandato. ERC se verá obligada a reflexionar sobre la pérdida de soporte de la ciudadanía. Su maridaje con el nacionalismo de los antiguos convergentes les ha convertido en prescindibles. Han deseado ser útiles y han mostrado la inútil consideración pública de su gestión. Comenzaron a hundirse en las elecciones municipales de hace un año, les sucedió lo propio en las generales de julio pasado y se agravó en las autonómicas para consolidarse ahora en las europeas.
Si ERC vuelve a jugar al soberanismo su riesgo de paulatina desaparición como jugador privilegiado de la política catalana es incuestionable. Hoy tiene la posibilidad de mantener la presidencia del Parlament o regresar a las catacumbas asamblearias. Pese a dejarse un importante número de votos en estas elecciones, Puigdemont ha conseguido convertirse en la cara de la pureza nacionalista, el estandarte de la hispanofobia y de la confrontación con el Estado. Hoy, los republicanos necesitan más que nunca al PSC para mantener una vía de oxígeno que permita transitar hacia nuevos liderazgos internos, una recomposición de su agenda política y, por qué olvidarlo, mantener algunos de sus altos cargos anclados al poder. Solo el PSC puede subvencionarle el andador que haga posible su camino hacia la reconversión. Sea a través de un acuerdo parlamentario, de su entrada en el gobierno municipal de Barcelona o de la colocación de una parte de sus efectivos en diputaciones, ayuntamientos, consejos comarcales u otras instituciones.
Con los resultados de ayer sobre la mesa, de poco les serviría a los nacionalistas obstaculizar la investidura de Illa o dejar caer en Madrid a Pedro Sánchez. La única conexión auténtica con el poder que les quedará a ambas formaciones es conseguir que la ley de amnistía siga su proceso y ser relevantes en España con los presupuestos del Estado y la tramitación legislativa más ordinaria. En Cataluña, Illa ha decidido que debe gobernar sin confrontar, con “generosidad”, según dijo anoche. La política de reconciliación y de retornar a las dos formaciones nacionalistas al redil del autonomismo ha dado frutos, pese a la incredulidad de una parte del constitucionalismo en Cataluña. Tras las elecciones de ayer el PSC está más sólido que nunca y se convierte en el baluarte del centro izquierda español. Illa no solo es el primer barón del PSOE, sino que además lidera una organización modernizada que acapara un poder y una influencia en Madrid y Barcelona inigualable en la historia reciente del partido.
Los buenos resultados del PP en el conjunto de España son insuficientes, necesitan de un mayor apoyo de Cataluña para coronar algún día a Alberto Núñez Feijóo como presidente del país. Sus errores durante años en la región han impedido que hoy sea el inquilino de la Moncloa. Que facilite o impida un cambio de ciclo político en la autonomía concentra ahora miles de miradas, como en su día lo hizo su actitud para permitir abrir una nueva etapa en la ciudad de Barcelona, incluso en Vitoria. Aquella generosidad ha sido después correspondida por los votantes catalanes que por una vez veían que su apoyo a la formación conservadora les convertía también en ciudadanos útiles para la gobernación.
Léase también en clave de nueva etapa el hecho de que Cataluña sea de las pocas regiones en las que Podemos ha obtenido más votos que sus antiguos correligionarios de Comuns Sumar. Las caras de Jaume Asens y Ada Colau al evaluar los datos ante la prensa eran un auténtico poema: su estrategia ha hecho aguas. Nadie se extrañaría si pronto alguno de sus dirigentes acaba llamando a la puerta del PSC a la vista del drama político que viven los que compiten desde el flanco izquierdo sin admitir que la inflamación del 15M ha pasado a mejor vida.
El resultado de las elecciones europeas reafirma la nueva agenda catalana que capitanea Illa. Los que esperaban un traspiés del PSC para forzar una repetición electoral o retrasar la investidura del candidato más votado en mayo tienen hoy más difícil perseverar con esa argucia. Al contrario, cualquier analista avezado se atrevería a pronosticar que una nueva convocatoria de elecciones autonómicas reforzaría el actual reparto de preferencias y aniquilaría las posibilidades de aquellos partidos que solo pueden confiar en ganar tiempo y estabilidad política para recomponer sus fuerzas y evitar la debacle final. ERC vive en sus carnes ese debate y cuenta con pocas horas para resolver qué quiere ser de mayor.