Hubo un tiempo en Cataluña en que uno se despertaba y en su casa alquilada o adquirida a Colonial prendía la luz que suministraba Endesa, se aseaba con el agua de Agbar que había sido calentada con la energía de Gas Natural, se disponía a desayunar un Donut y, mientras hacía unas llamadas con la red de Telefónica, se preparaba para ir a comprar a Caprabo con un automóvil abastecido en una estación de servicio de Repsol y que se desplazaba por una autopista concesión de Acesa (anterior a Abertis) para acabar estacionado en un aparcamiento de Saba. Eran momentos en los que el grupo La Caixa estaba presente en todas esas compañías como accionista relevante, capitalizando el poder financiero catalán hacia la industria y los servicios.

Ese dibujo fue obra de Josep Vilarasau, muchos años director general y alguno menos presidente de una entidad de ahorro regional que reconvirtió tras la salida de la dictadura franquista en un monstruo nacional. ¿Su fórmula? Dejó de invertir en deuda del Estado a la búsqueda de rentabilidades en otros segmentos de la economía.

Aquel poderío industrial y en los servicios menguó a finales del siglo XX por las necesidades de capital de la banca para transformarse hacia el siglo XXI y los cambios que incorporaba al mundo empresarial una incipiente globalización. Vinieron las sucesiones en la entidad, más tarde las crisis y, en ese contexto complejo, el acceso de Isidro Fainé a la cúpula. Bajo su mandato la institución financiera mudó su fisonomía y de ser un grupo bancario con algunas pocas inversiones empresariales empezó a conformar un conglomerado que descansa en la Fundación Bancaria La Caixa, la primera en Europa y la tercera del mundo con sus características, y del que cuelga su brazo ejecutor Criteria.

Hasta hace escasos meses, Criteria era poco más que un holding instrumental en el que el grupo aparcó los restos de sus históricas inversiones inmobiliarias, la tradicional participación en Telefónica y la del propio Caixabank, así como sus acciones en otras empresas de menor tamaño y relevancia financiera o industrial. Casi una tenedora de acciones.

El volantazo de Fainé con el fichaje de Ángel Simón como consejero delegado de Criteria en sustitución del jubilado Marcelino Armenter marca un antes y un después de la historia de esa entidad, además de sellar un hito sin precedentes en la historia empresarial española. En menos de cinco meses desde que en febrero se produjo el relevo ejecutivo y la reelección de Fainé como presidente del holding empresarial Criteria tiene ya poco que ver con lo que había sido en los últimos años. En un tiempo récord se ha convertido en accionista principal del Ibex 35, ese índice bursátil que constituye una cesta de las principales compañías que cotizan en el mercado español. Además, por si había dudas, ha enseñado el bíceps financiero de que dispone (ha gastado unos 2.500 millones de euros en recomponer la cartera de participaciones). El mercado ya sabe que hoy es capaz de competir con un monstruo como el fondo neoyorkino BlackRock, al que tanto le gustan las firmas españolas.

La resolución rápida de los problemas accionariales en Naturgy; en Telefónica; la entrada como primer accionista de Colonial; la alianza con la ACS de Florentino Pérez; su inversión en el grupo perfumero Puig y las operaciones que están por llegar demuestran que hoy Fainé tiene claro cuánto desea convertir Criteria en la primera compañía del país.

El banquero de Manresa ha puesto sobre la mesa un proyecto para construir un muro de contención contra la pérdida de españolidad de las grandes empresas estratégicas, combatir los afanes especulativos de algunos fondos de inversión con pocos o escasos valores de comunidad y, en última instancia, ensanchar la obra social de la Fundación gracias a los crecientes dividendos que Criteria le proporcione por su actividad. Es el negro impreso sobre blanco del plan estratégico, de la hoja de ruta para los próximos cinco años, que estudian los miembros del consejo de administración estos días.

El estratega y ejecutor material de ese principio filosófico no es otro que un ingeniero riguroso y combativo, también manresano, que ha pasado años al frente de la gestión de Agbar, la primera empresa española vinculada al suministro y tratamiento del agua. Simón ha defendido en la compañía de aguas los intereses de La Caixa, aunque lo compatibilizara con cargos de alto ejecutivo mundial en multinacionales del sector como Suez, primero, y Veolia hasta febrero pasado, grupos franceses que han ejercido en diferentes etapas la propiedad de la barcelonesa.

El arrojo del nuevo CEO de Criteria fue testado cuando nadó contra la corriente de Administraciones públicas poderosas. Plantó cara a la Generalitat de Artur Mas y a su competidora Acciona y revirtió la millonaria privatización de Aigües Ter-Llobregat (ATLL). Sin solución de continuidad, se enfrentó al revanchismo populista de Ada Colau cuando la alcaldesa de Barcelona se empecinó en remunicipalizar servicios públicos por mero deporte intelectual y saltándose cualquier principio de seguridad jurídica. Si esos molinos de viento le resultaron menores, su pulso ha temblado bien poco al aterrizar en Criteria sin equipo propio y con una estructura heredada más propia de un grupo sin ambición que vivía en el confort de un conservadurismo ocioso.

El dúo Fainé/Simón son hoy conversación obligada de cualquier tertulia económica en la capital catalana, pero ya protagonizan también las madrileñas. Ambos son de los pocos grandes ejecutivos catalanes que han decidido mantener sus residencias en Barcelona a pesar de tener una visión española e internacional desacomplejada. El mercado está reponiéndose de la hiperactividad desplegada y de cómo con la caja de Criteria y una pizca de finanzas de bajo riesgo puede edificarse un paraguas societario de una influencia y rentabilidad indiscutibles.

Es más, Criteria y su propietario, la Fundación Bancaria La Caixa, cada día se parecen más y es posible que pronto esa convergencia sea más explícita y eficaz. La época Armenter del manguito y los contadores de garbanzos ha pasado de un plumazo a mejor vida. Fainé ha dado unas señales de vida empresarial con las que muchos aún están frotándose los ojos.

En un contexto en el que un centralista BBVA amenaza la supervivencia futura de Banco Sabadell, Criteria y Fainé son el símbolo de un poder financiero de origen catalán que, a pesar de sus vaivenes históricos, entiende el mercado español sin complejos nacionalistas ni visiones simplificadoras. Con las luces largas iluminando el camino que viene, Fainé ha conseguido que Criteria sea ya el espejo de aquella burguesía bancaria emprendedora y valiente de antaño. La periferia empresarial hoy recupera la voz propia en España gracias a cinco meses de trabajo vertiginoso en las torres negras de la avenida Diagonal barcelonesa.

Lo que Jordi Pujol conseguía con los votos y la lágrima, Fainé lo construye con obra social y filantropía, una mirada singular. Y sin apoyarse en la endogamia de la hispanofobia o la victimización --presidió las cajas de ahorro (CECA), los directivos (AED) y todavía los empresarios (CEDE)--. Muchos hubiéramos pagado por ver la cara de Carles Puigdemont el día que el presidente de la Fundación y Criteria le espetó: “Escolta, noi, que tú no ets més català que jo… [Escucha, joven, que tú no eres más catalán que yo…]”. Lo está haciendo sencillo, solo con una combinación justa de trabajo constante, olfato e inteligencia.