Que Salvador Illa ocupe la silla de presidente de la Generalitat será cuestión de tiempo y, sobre todo, de diplomacia.
De todas las alquimias posibles, la de un gobierno en solitario, con los 42 diputados del PSC, es la que se abre paso con mayor fuerza. Aún son días de duelo, en especial en Junts per Catalunya –que creyó que la victoria o el empate eran posibles–, pero no menores en Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). En la formación de Oriol Junqueras la implosión no ha hecho más que detonarse: Pere Aragonès y Marta Rovira han renunciado a seguir en sus cargos; Sergi Sabrià, persona de confianza en comunicación y estrategia, también ha anunciado su retirada; solo el Beato Junqueras se aferra al cargo en contra de una parte de las bases del partido. De Gabriel Rufián, otrora provocador y deslenguado, nada se sabe.
En Junts per Catalunya hay dos velocidades. Gonzalo Boye, il avocatto; Josep Lluís Alay; Albert Batet; Miriam Nogueras; y Jordi Turull intentan convencer al líder para que no se vaya. Quieren que se quede y se ocupe de hacer una fuerte oposición a un gobierno que no representará a Cataluña. Fuera de ese núcleo durísimo de la formación se suspira por regresar al nacionalismo de siempre, sin exabruptos, lejos de la confrontación permanente y con menos hispanofobia.
Las dos formaciones nacionalistas principales se han quedado fuera del juego político que practicaban desde hacía décadas en su territorio original. Es la única lectura inequívoca de los resultados del 12M.
Para muchos catalanes, la mayoría de orden y seny, el gobierno deseable sería el resultante de un acuerdo de sociovergencia. Nada es desdeñable en el medio plazo, pero la figura de Carles Puigdemont lo dificulta. El prófugo y su equipo de confianza habían escorado la formación política hacía una especie de independentismo puro que no dialogaba con el Estado salvo para resolver los problemas judiciales personales de sus líderes. El resto del partido y la mayoría de sus bases ansían regresar a la antigua Convergència, espacio del que algunos se arrepienten de haber salido. Ahora, enderezar esa formación pasa por buscar una solución personal para que Puigdemont regrese y cumpla con su compromiso de abandonar la política activa una vez ha fracasado en el intento de ganar las elecciones.
En el espacio parlamentario que queda, el PP puede no estar tan lejos de alcanzar algún pacto con los socialistas de Illa. Alejandro Fernández es conocedor de lo duro y difícil que ha sido para el constitucionalismo sobrevivir en la Cataluña procesista. La oportunidad de revertir ese mantra se brinda ahora y la pintan calva. Con independencia de los intereses del PP de Génova, Alejandro ha mostrado suficiente dignidad personal para no jugar con las cosas del comer. Si además Illa le concede una supresión del impuesto de sucesiones en Cataluña o una rebaja del tramo autonómico del IRPF y le permite apuntársela, a los conservadores no les sabrá nada mal propiciar el cambio de ciclo. De hecho, su apoyo a Jaume Collboni en la investidura del Ayuntamiento de Barcelona ha convertido en útil el voto de los populares catalanes y no le ha supuesto ni un mínimo retroceso. No digamos ya si además los socialistas catalanes les dan un buen acomodo en la mesa del Parlament.
Los de Sumar-Comunes no tienen más opción que alinearse con el PSC si no quieren perecer en un futuro inmediato. Los electores les han girado la espalda elección tras elección y el espíritu triunfal de Pablo Iglesias y Ada Colau se ha disipado como la niebla matinal. Poco papel les queda después de su fracasada estrategia con el Hard Rock y los presupuestos que recordarle al PSC -mientras los del PSC los matan a besos- que es un partido socialdemócrata. Una especie de ángel malo que Illa llevará en su hombro cuando gobierne en solitario.
Las negociaciones han comenzado pero la coincidencia con la campaña de las europeas complica sobremanera que se hagan por encima de la mesa. Los contactos, los enviados especiales, los emisarios y los grupos de presión han iniciado el trabajo para conseguir que Cataluña recupere una mínima estabilidad política. Todos ellos solo piden una cosa para lograr ese objetivo: tiempo y diplomacia. Para descenderlo a la sabiduría y el lenguaje popular hay que acudir a la fábula del elefante empeñado en copular con una hormiga. Solo existe un método: paciencia y saliva.