Decía el president Tarradellas que en política se puede hacer todo menos el ridículo. El día de ayer ha sido uno más en el que los políticos han hecho el ridículo, haciendo un flaco favor a las instituciones que dicen representar. La agenda personal de unos pocos ha estado por delante, una vez más, del interés común.
La investidura del 9º presidente de la Comunidad autónoma catalana desde la democracia, 17º si nos remontamos a la creación de la Generalitat durante la II República, en 1932, se ha visto interrumpida por gestos y más gestos, que no dudo tengan su justificación emocional para algunos, pero no han hecho ningún bien a las instituciones de autogobierno.
Las elecciones de la XIV legislatura autonómica fueron ganadas por el candidato socialista y este ha sido capaz de aglutinar una mayoría suficiente para su investidura. Pero el presidente de la XI legislatura y su partido se han empeñado en anteponer sus problemas con la justicia a la normalidad institucional.
El partido que logró un 21% de los votos y no ha sido capaz de armar una mayoría de gobierno se empeña en evitar lo que todos necesitamos, normalizar nuestra política y nuestra sociedad. Han pasado siete años desde que el procés tocó techo y ahora debe recoger velas y pensar en el futuro, más o menos como ha hecho ERC. Seguro que no les gusta, pero es lo que hay que hacer. Si alguien que ha estado 1.314 días en la cárcel, como Oriol Junqueras, es capaz de pasar página se supone que los demás también. Probablemente haya que hacerle un traje a medida, otro, al expresident, como se le hizo por cierto al lendakari Ibarretxe. Hágasele, todos saldremos ganando.
Todo el mundo es libre de pensar lo que desee, pero nadie debe obligar a nadie a pensar como ellos quieren ni mucho menos secuestrar las instituciones que dicen ser las únicas que respetan. Los hechos de ayer han hecho muchísimo daño al Parlament y, sobre todo, a la policía autonómica, una de las estructuras básicas de nuestra autonomía. En España solo hay dos policías tan completas, los Mossos y la Ertzaintza. La policía foral navarra no tiene tantas competencias y el resto de las autonomías carecen de policía propia. A pesar de ello algunos políticos catalanes se empeñan en cargarse el prestigio de 18.000 profesionales.
Junts y Esquerra han logrado indultos, modificar el Código Penal y una amnistía tan generosa como manoseada una y otra vez, lo cual, seguro, la ha hecho más frágil desde el punto de vista de calidad legislativa. Ya está, la interpretación de las leyes la hacen los jueces y es evidente que la inmensa mayoría de encausados lograrán ya el olvido penal y solo unos pocos tendrán que esperar un poco más. Nuestro Estado de derecho se asienta en la división de poderes y el ejecutivo y legislativo ha hecho todo lo que ha podido… y más.
La permitida aparición “sorpresa” de Puigdemont se puede llegar a entender como un cierto pacto para no alterar el orden público, pero su fuga carece de adjetivos. No es habilidad, aquí hay algo más, dejación de funciones, como poco. De los mossos, sí, pero también de los mandos del resto de Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado, quienes tienen que cuidar nuestras fronteras, y también de los servicios de inteligencia. No es normal el espectáculo que hemos dado, todos, como sociedad. Y esto no puede ser negligencia, sino, más bien, órdenes de los políticos. No hemos vivido un capítulo más de Arsenio Lupin o de cualquier serie de Netflix, esto es una humillación a toda la sociedad.
Los cinco minutos de gloria e impunidad del 6º President de la Generalitat han tenido lugar en el paseo Lluís Companys, curiosamente otro president amnistiado. Lluís Companys, que fue ministro del Gobierno de España, entró en prisión el 6 de octubre de 1934 por declarar la República Catalana. Condenado a 30 años de prisión fue amnistiado el 21 de febrero de 1936. En su regreso a Barcelona le recibieron más de 400.000 personas. Cualquier comparación con el caso actual sobra, la performance de ayer fue seguida por poco más de 2.000 personas, incluidos cargos y personas que han venido en autobús pagado por el partido. Pero probablemente comparar políticos de hoy con los del pasado sea cruel, antes no había Twitter y no podían ser “astutos”, solo podían ser personas serias y comprometidas.
Toda esta serpiente veraniega pasará, y pronto. Y entonces tendremos a un president que huele a tranquilo, lo cual es bueno, necesitamos gestores, no influencers. Ojalá de verdad pasemos página de la década, larga, menos provechosa no solo para el autogobierno, sino, sobre todo, para el bienestar de los catalanes. Necesitamos agua, industria, turismo de calidad, visión de futuro… y si seguimos dedicados a estos juegos seguro que no lo conseguiremos.
No es tiempo ni de Houdinis ni de Lupines, es tiempo de estadistas y de personas que quiten la mucha grasa que tiene la Administración catalana, que reconvierta la acción exterior en algo útil, que revise el papel de una hipertrofiada televisión pública y, en definitiva, que se dedique a lo que de verdad es importante para el 99% de los catalanes. El espectáculo y los fuegos artificiales, cuanto más lejos de la política, mejor. Ojalá tengamos por delante una legislatura de cuatro años tan fructífera como tranquila. Próxima meta: presupuestos 2025, en Cataluña, pero también en Madrid; sin ellos no podrá haber avances reales.