Las detenciones efectuadas ayer por orden del juez que investiga el supuesto fraude en subvenciones de la Diputación de Barcelona desviadas a pagar gastos de Waterloo y costes de creación del Tsunami presentan todos los ingredientes para convertirse en un éxito editorial. Protagonistas con cierto pedigrí en el viejo arte de tejer estrategias políticas, algunos de ellos especializados en financiar partidos y otros en ser subvencionados, activistas reconocidos desde su juventud, conocedores de los pasillos del poder y reconvertidos en empresarios están siendo investigados como conseguidores del dinero necesario para mantener viva la causa del independentismo por métodos clasificables como corruptos.

Hay que insistir una y mil veces en que todo son suposiciones en fase de investigación. La verdad no la conoceremos hasta pasadas muchas lunas. Provisionalmente, se puede aventurar que la coincidencia de los nombres más reconocibles (Xavier Vendrell, David Madí, Oriol Solé) con el de los integrantes del comité central que dirigió desde la sombras el fracaso de 2017 permite pensar que en el Procés mandaban los de siempre y actuaban con los métodos financieros de siempre. A esta presunción hay que añadirle una certeza: todo (estructuras, movilizaciones, viajes, encargos y subsistencia) vale mucho dinero y de algún sitio sale. Y una recomendación de prudencia antes de sentenciar a las gentes que detiene la Guardia Civil, porque el humo de las sospechas levantadas en los últimos años y no confirmadas nos intoxica mortalmente.

Los de siempre son un pequeño núcleo de personajes influentes en CDC y ERC, cuyo contacto permanente ha soportado sin inmutarse los altibajos de las relaciones políticas y institucionales de sus respectivos partidos; daba lo mismo que unos estuvieran en el gobierno y otros en la oposición, que sus líderes no se hablaran o que unos apoyaran el nuevo estatuto y los otros no. Ellos siempre estaban ahí porque al margen de les circunstancias, compartían el programa independentista, cuando no era nada, cuando era una expectativa y cuando se dirigía hacia el precipicio. Cuando Mas fue apartado y las relaciones Puigdemont-Junqueras se estropearon definitivamente, ellos mantuvieron el rumbo de colisión y cuando la colisión provocó éxodo y cárcel, ellos seguían por la mañana en sus negocios y por la tarde en sus devociones.  

La financiación del movimiento independentista es uno de los grandes enigmas de nuestro tiempo. Difícilmente puede darse por buena la versión popular de unas cajas de resistencia repletas a rebosar de dineros procedentes del bolsillo de los buenos militantes; seguro que lo hay y no poco, aunque insuficiente para pagar simplemente lo que se ve. La gente es muy libre de hacer donaciones a partidos o entidades y nadie debería ser criticado ni investigado por Hacienda por hacerlo. Evidentemente, el juez no está preocupado por esta financiación cívica sino en descifrar el enigma.

La motivación patriótica para ayudar al ex presidente Carles Puigdemont a ondear la bandera del estado propio desde su residencia de Bruselas no tiene mayor secreto. Lo que busca el juez es la posible relación entre las aportaciones significativas de empresas y entidades que antes han recibido subvenciones públicas o encargos sustanciosos. Esta relación es compleja, puesto que no habría que negar la hipótesis de que las subvenciones fueran justas y las aportaciones a la causa a cuenta de los beneficios del empresario. No resulta sencillo determinar cuáles son resultado de la libre voluntad y cuáles son de obligado cumplimiento para seguir obteniendo ayudas o contratos oficiales. Separar el trigo de la paja no es cosa de un día, como ya sabemos por el caso del Palau de la Música y por el eterno 3%.

Y luego está la anécdota. Las primeras noticias sobre el contenido de los informes policiales nos remite a la increíble vía Putin de apoyo a la independencia de Cataluña a cambio del apoyo a la ocupación rusa de Crimea. Algo no funcionó bien, tal vez el famoso diputado ruso que se entrevistó con Víctor Terradellas se olvidó de hablar con Vladimir Putin, o éste no consideró significativo el apoyo de la nueva república a sus planes; lo cierto es que de Rusia no llegó nada. Tampoco el Departamento de Estado se expresó según había avanzado Puigdemont a sus seguidores. La política exterior del Procés también tiene novela.