El descalabro turístico que padeció Barcelona en 2020 pasará a los anales mercantiles como el más devastador de la historia reciente de España. Ninguna urbe del país se vio afectada de forma tan implacable como la capital catalana, debido a su alta dependencia de los visitantes forasteros.
Los ingresos de los hoteles de la ciudad cayeron nada menos que un 87%. Solo la mitad de los alojamientos abrió sus puertas. De las camas disponibles, apenas se ocupó el 41%. Y, encima, el giro por habitación se redujo un 63%.
Desde enero del presente año hasta hoy, la recuperación ha sido lenta y trabajosa, al albur de las restricciones intermitentes impuestas por las autoridades y del raquítico flujo de viajeros.
La sexta ola de la pandemia que ahora está irrumpiendo, junto con la entrada en vigor del pasaporte Covid, provocarán sin duda un perturbador retraso del anhelado renacimiento.
Las vicisitudes transcritas se reflejan con crudeza en el grupo Majestic, netamente barcelonés, cuyo capital pertenece a partes iguales a los hermanos Olga, Ángeles, Dolores, Dulce, Rafael, Andrés y Leonardo Soldevila Casals.
Su buque insignia es el Majestic, de cinco estrellas gran lujo, sito en el opulento paseo de Gràcia. El año pasado hubo de cerrar sus puertas en el intervalo marzo-octubre.
Los otros miembros de la cadena, entre ellos el Midmost y el Denit, ubicados también en la Ciudad Condal, bajaron la persiana a la vez que el Majestic. Al concluir el ejercicio todavía no la habían levantado.
Como consecuencia de la forzosa inactividad, la facturación consolidada del grupo cayó desde 52 millones hasta solo 11. Las cuentas del aciago año registraron un descuadre mayúsculo. Se saldaron con una pérdida de 8,6 millones, frente al beneficio de casi 10 declarado el año anterior.
Como es lógico, no se repartió dividendo. En cambio, los siete hermanos habían percibido por tal concepto, durante el lustro precedente, una suma cercana a los 55 millones.
Tras el déficit experimentado en 2020, los fondos propios del grupo Majestic se contraen a la escasa cantidad de 4,7 millones. Además, la familia obtuvo 6,5 millones en créditos ICO. Con este lastre añadido, el endeudamiento bancario del grupo ha engordado hasta los 53 millones.
Al margen de los pormenores contables, es de subrayar que la dirección no se quedó quieta. En el segundo semestre firmó la gestión de un hospedaje en la estación invernal de Baqueira Beret, inaugurado en diciembre pasado. Y en el año que ahora corre ha suscrito un acuerdo del mismo género localizado en Escaldes-Engordany (Andorra), cuya apertura se prevé para dentro de unos meses.
Cuando amaine el vendaval vírico, los gestores del grupo Majestic confían en que este crecerá otra vez y retornará al esplendor de épocas pretéritas.
El consorcio de la familia Soldevila no se ciñó siempre a ese sector. En efecto, sus orígenes arrancan del textil, al igual que ocurre con no pocos de los actuales magnates de la burguesía barcelonesa.
Durante muchas décadas, la estirpe explotó Mitasa, fundada en 1945 por el patriarca Olegario Soldevila.
Dicha corporación devino una de las grandes “catedrales” de la hilatura española, junto con Hilados y Tejidos Puigneró, de José Puigneró Sargatal; Coma Cros-Burés, del linaje Juncadella; y Gossypium, de Jaime Castell Lastortras.
Mitasa se desplomó en 1996. Instó una espectacular suspensión de pagos de 13.000 millones de pesetas, la de mayor bulto jamás acaecida en el ramo. La misma suerte corrieron los otros fabricantes citados. Hoy no queda rastro de ninguno de ellos.
Tras el fallido, los Soldevila gastaron una fortuna en reconvertir Mitasa. El empeño resultó vano, porque finalmente la compañía acabó en quiebra y borrada del mapa.
Desde entonces, la saga se dedicó en exclusiva a la hotelería. Hasta el advenimiento de la fatídica pandemia y sus perniciosas secuelas, hay que reconocer que le fue de perlas. De ello da fe el dineral que los siete hermanos se embolsaron, con cargo al negocio, en los cinco años previos al Covid.