La compañía Nueva Expresión Textil (Nextil), sucesora de la catalana Dogi, constituye un espécimen original en el mundillo de las empresas cotizadas en la bolsa. Sus cuentas se saldan con pérdidas sin fin desde hace nada menos que un cuarto de siglo. En dicho periodo los números rojos alcanzaron la friolera de 265 millones de euros.
La concatenación de quebrantos ocasionó daños patrimoniales cuantiosos, hasta el punto de que la casa viene cerrando sus ejercicios con fondos propios negativos desde largo tiempo atrás.
La facturación tampoco evoluciona de forma positiva, sino que se anota un desplome tras otro. El último ejercicio recaudó 38 millones, la quinta parte del giro que contabilizaba a comienzos de este milenio.
Cualquier compañía que hubiera atravesado semejantes circunstancias, habría tirado la toalla y echado el cierre. Pero Nextil se resiste como gato panza arriba a morir y sigue bregando por su supervivencia.
Se mantiene en pie a duras penas, merced a sucesivas ampliaciones de capital y otras inyecciones de numerario, pero aun así, los recursos se funden a toda máquina y desaparecen sumidos en un océano de pérdidas.
NEXTIL-DOGI EN CIFRAS (en millones de €)
Año | Facturación | Pérdidas |
2023 | 38 | -9 |
2022 | 49 | -14,1 |
2021 | 51 | -3,6 |
2020 | 58 | -24,3 |
2019 | 93 | -8,9 |
2018 | 73 | -9,5 |
La firma nació en los años cincuenta en la localidad barcelonesa de El Masnou, promovida por el albañil José Domenech Farré y su esposa, la tejedora Concepción Giménez Alzina. Solo contaban con dos máquinas instaladas en el patio de su casa.
Su hijo, José Domenech Giménez, heredó el negocio y lo especializó en los tejidos elásticos. En los noventa experimentó un fuerte crecimiento.
Animado por el éxito, colocó en el parquet su pequeño emporio manufacturero en 1998. La salida a cotización oficial le propició un pelotazo de 22 millones. Luego lo redondeó con otro de importe similar, gracias al traspaso de su factoría de El Masnou, previa la recalificación urbanística de rigor para transformarla en bloques de pisos.
El cambio de milenio y algunas operaciones muy desacertadas no le sentaron bien a Dogi. Sus cuentas entraron súbitamente en números rojos. Un cuarto de siglo después, todavía siguen sumergidas en ellos.
La descomposición llegó a tal punto que Dogi hubo de declararse en suspensión de pagos. Domenech hizo mutis por el foro y el consorcio inversor madrileño Sherpa tomó el control. Una de sus decisiones consistió en trasladar en 2017 la sede a Madrid, siguiendo la estela trazada por millares de compañías catalanas.
Otra media fue el cambio de nombre, con la finalidad de arrumbar al olvido la fase depresiva anterior. Adoptó la denominación de Nueva Expresión Textil (Nextil).
Durante diez años, Sherpa ha luchado por el salvamento. Ha aportado sumas ingentes, pero hasta el momento no ha sido capaz de revertir la situación y colocar a la firma en la senda del crecimiento. Todavía controla dos terceras partes del capital.
Once directores generales pasaron por el puente de mando, con mejor o peor fortuna, desde el comienzo de los problemas hasta el día de hoy. Entre ellos es de citar a Francisco Reynés, actual presidente del gigante gasista Naturgy. La frenética danza arroja un breve promedio de dos años para cada uno. El actual titular es Carlo Pirani, que ocupa el cargo desde 2022.
No hace mucho formuló unas declaraciones periodísticas. Pretendía sacar pecho y se ufanaba por los beneficios obtenidos, pero lo cierto es que éstos no aparecen por ninguna parte.
Quizás el aspecto más chocante de los insólitos episodios descritos es que Nextil cerró el viernes con una mayestática capitalización bursátil de 109 millones, pese a que el patrimonio social presenta un abultado socavón de 38 millones negativos. Cosas veredes.