Pensamiento

Gonzalo Boye en la buhardilla de 13 Rue del Percebe

15 noviembre, 2021 00:00

Gonzalo Boye debería hacer como el gallego Manuel Monteagudo, e inventarse que ha entrado en coma hasta dentro de 35 años, de esta forma, con un poco de suerte, sus acreedores se olviden de él. No creo que en el año 2056 nadie vaya a reclamarle al anciano Boye una deuda, probablemente ni siquiera él recuerde que debía dinero y que durante un tiempo dijo trabajar de abogado. Lo más seguro es que ya no recuerde ni siquiera su nombre.

De momento, y mientras no se echa a dormir durante siete lustros, el juzgado le ha cerrado el chiringuito --despacho de abogados, le llamaba él sin rubor alguno-- al considerar que no podía afrontar sus deudas. Vaya, que ha entrado en quiebra. Eso le sucede por buscarse clientes como Puigdemont y Torra, que están acostumbrados a no pagar en ningún lado. Un expresidente tiene en Cataluña el mismo estatus que un faraón en el antiguo Egipto, y como éste, no lleva jamás dinero encima. ¿Para qué, si siempre hay alguien cerca para rascarse el bolsillo? Desde el preciso momento que accede al cargo, un president de la Generalitat se olvida de pesados trámites que cumple el resto de los normales, como pagar recibos, pagar la cuenta del restaurante, y quien sabe si pagar las joyas de la señora, no sería extraño que las primeras damas catalanas tuvieran el mismo trato en las joyerías que Carmen Polo, famosa por elegir lo que más le gustaba y marcharse con todo ello sin volver la vista atrás. Entre las prerrogativas del cargo de president y de expresident --la distinción entre ambas figuras nunca ha estado muy clara en Cataluña, donde se les sigue reverenciando durante toda la vida-- debe estar también la de no ensuciarse las manos dando dinero a picapleitos como Boye. Gracias debería dar Boye, por permitírsele defender a figuras de tan alta alcurnia sin pagar nada por ello, como sería lo más lógico.

Puestos a defender a chorizos, Boye debería hacerlo con quinquis de los bajos fondos, que son mucho más honrados que los expresidentes catalanes y le van a pagar a tocateja, si no siempre con dinero, quizás con algún peluco de oro casualmente encontrado en la acera. A Puigdemont y Torra, en cambio, si tropiezan con un Rolex, les va a faltar tiempo para revenderlo en el puerto de Barcelona, suponiendo que allí todavía se lleven a cabo estos honrados negocios.

Un abogado a quien el juzgado le cierra el despacho por quiebra no es muy buena publicidad para sí mismo, que digamos. Por lo menos, yo no le confiaría la gestión de mis magros haberes. Si no sabe cuidarse de lo suyo, como para encargarle que se cuide de lo mío. Un hombre que ha demostrado saber ahorrar en champús y afeites para el pelo, no debería quedar con el culo al aire de forma tan vergonzosa. Por fortuna, queda siempre el recurso de culpar a la justicia española de cerrarle el bufete porque sí, porque no le soporta. Y a fe que no faltarán feligreses que lo crean

Boye debe estar esperando que sus poderosos clientes le echen una mano en estos momentos de necesidad. Puede esperar sentado el letrado Boye --eso en el supuesto que el juzgado no haya sacado todavía a subasta el sillón de su despacho-- puesto que si una cosa caracteriza a sus ilustres defendidos es su apego por el dinero, ya sea propio ya sea de todos los catalanes. Vaya a llamar a la puerta de la Casa de la República, vaya, y en cuanto le abran pida allí un préstamo, aunque sea a costa de una de esas cajas de resistencia que tanto valen para un roto como para un descosido. El portazo que va a recibir en las narices le va a servir para aprender que, a ojos de sus clientes catalanes, no ha pasado nunca de ser un panchito. Le veo viviendo en la buhardilla de 13 Rue del Percebe, escondiéndose de los acreedores.