¿Merece la pena conservar el poder político apoyado por gente que no es de fiar y que te hará la puñeta en cuanto se le presente la oportunidad? Yo diría que no, pero Pedro Sánchez no comparte mi opinión. Para mantenerse enganchado al sillón con Super Glue, pactó con Junts, ERC, Bildu y demás enemigos del Estado, lo cual ya es de una ética francamente discutible, pero ahora acaba de darse cuenta gracias a los de Puchi, que le han tumbado el espinoso asunto de los alquileres, de que le va a costar Dios y ayuda llegar al final de la legislatura, por más que él insista en que tenemos Gobierno pogresista para rato.
En Cataluña, la actitud de Junts ha sentado como un tiro: se ha podido comprobar con las manifestaciones de protesta ante la sede del partido. Pero la cosa tampoco es de extrañar: por un lado, hasta que no se aplique la amnistía al Prisionero de Waterloo, este se encargará de hacerle la vida imposible a Sánchez, aunque deba hacerlo por persona interpuesta (Míriam Nogueras); y por otro, no hay que olvidar que Junts, como su casa madre, Convergencia, es un partido de derechas al que las angustias de los pobretones a la hora de hacerse con un apartamento de alquiler se la traen al pairo (por mucho que los de Puchi intenten presentarse como pogresistas, patraña que, curiosamente, ha sido considerada verosímil por lo más tonto de la izquierda española).
A Puchi solo le quedan sus siete diputados en el Congreso para hacerse la ilusión de que existe, y piensa recurrir a ellos cada vez que opte por castigar a Sánchez por no facilitarle la citada amnistía. En la práctica, esto convierte a un supuesto partido que apoya al Gobierno en lo más parecido al enemigo en casa. O el presunto sector pragmático de Junts se quita de encima al rencoroso habitante de la Casa de la República o el partido no va a pillar cacho en años.
Si se impone el gen convergente, Puchi se quedará fuera de juego, algo que se merece por pensar exclusivamente en sí mismo mientras hace como que solo quiere lo mejor para Cataluña. Su ridícula sucursal en Barcelona tuvo que chapar recientemente porque no había con qué pagar el alquiler, y no sería de extrañar que pronto hubiese que trasladarse de la mansión de Waterloo a un chamizo en algún barrio cutre de Bruselas trufado de yihadistas. Ante Puigdemont, como en el caso de la chica del 17, cualquiera pude preguntarse: “¿De dónde saca pa’ tanto como destaca?”.
Consciente de que ya solo le queda morir matando, Cocomocho delega en sus leales para que le hagan el trabajo sucio (antes de que su teóricamente fiel Tururull se deshaga de ellos). Tal como están las cosas, llegará un momento en que habrá que elegir entre Puigdemont y la supervivencia del partido, y tengo la impresión de que ganará el partido, trufado de gente con ganas de cargo y sueldo, gente que debe empezar a estar hasta las narices de esos turistas del ideal cuyas vacaciones en Flandes se alargan muchísimo más de la cuenta.
Mientras tanto, eso sí, Sánchez las va a pasar canutas para ir aprobando leyes y hacer como que preside un Gobierno fuerte, sólido y duradero. Y tampoco vamos a llorar por él, pues se merece todo lo que le pase y más. Hablamos de un tipo que, con tal de no apearse del cargo, pacta con enemigos del Estado, aplica indultos y amnistías, se querella contra jueces que no ven muy claras las actividades de su mujer, se declara dispuesto a gobernar prescindiendo del poder legislativo, aspira a desactivar el poder judicial, prepara una nueva ley mordaza para periodistas que no le rían las gracias (lo de que quiere acabar con bulos y fake news, iniciativa en principio loable, no hay quien se lo trague) y, con la excusa increíble de protegernos del fascismo, se va convirtiendo gradualmente en un autócrata a la sudamericana, apoyado por una recua de pelotilleros que le deben el cargo y le dicen que sí a todo para no perderlo.
Sánchez y Puigdemont se merecen mutuamente, como yo me merezco disfrutar de cada sopapo que le arreen al primero los esbirros del segundo, a los que no se puede pedir ningún tipo de criterio, más allá del “Las vas a pasar canutas hasta que amnistíen al jefe” (tengo la impresión de que el cirio de los alquileres se ha cargado una medida que parecía muy razonable y hasta progresista, con r).
Sánchez está recogiendo lo que ha sembrado. Y aún nos queda por ver qué pasa con su fiel Koldo y qué se le ocurre a Ábalos para amargarle la vida. Que siga, pues, afirmando que hay Gobierno pogresista para rato, que va a llegar al final de la legislatura y que es lo único que impide el advenimiento del farcihmo. Como en el caso de Junts, en el PSOE ya están tardando en deshacerse de él si quieren que el partido sobreviva a su dirección, lo cual está por ver: también el socialismo francés parecía gozar de una salud excelente hasta que lo hundió François Hollande.