Fèlix Millet, el saqueador confeso del Palau de la Música

Fèlix Millet, el saqueador confeso del Palau de la Música Luis Miguel Añón - CG

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Fèlix Millet: la fragilidad de una burguesía entreguista

14 enero, 2024 00:00

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La sumisión de los Millet a Jordi Pujol fue tan dolorosa como la renuncia de la nobleza de espada a la monarquía absoluta. La rampante Convergència Democràtica de los ochenta trata de regenerar el espacio de los núcleos industriales, culturales o financieros catalanes, pero acaba depositando su mensaje en sectores más artesanales que empresariales.

La fuerza de la menestralía no modifica la geografía de la clase dirigente, articulada en negocios químicos, metalúrgicos, cementeros, turísticos o textiles; el pujolismo no alcanza la hegemonía, convierte sus fragmentos en impulsos creativos parciales, pero sin llegar al alma inmaterial que persigue; sabe hacerse con una coraza sociológica capaz de desbancar el silencio de los instalados y muy versados en la paz de los cementerios. En los años inflacionarios, la expansión de la economía sufraga a los que creen en sí mismos, frente a las fortunas tradicionales, que pagan un peaje alto para no desaparecer.

Fèlix Millet y Jordi Montull durante el juicio del 'caso Palau'

Fèlix Millet y Jordi Montull durante el juicio del 'caso Palau' Europa Press

La fragilidad de los Millet, como ejemplo parabólico, es un subproducto del mal encaje entre las corporaciones estatales privatizadas y los negocios familiares catalanes. La frustración y el abandonismo se entrelazan en los trapicheos de Fèlix, una secuencia viciada por sus precedentes: el caso Muñoz Ramonet; la caída de los negocios de Vila Reyes; el caso Banca Catalana; la desaparición de la química Cros, absorbida por KIO; la evaporación de la fortuna de los Andreu; la defunción de Asland en la última fiebre de fusiones cementeras, etc.

Fèlix Millet es el presidente del Palau de la Música cuando la Fiscalía, en 2009, le acusa de apropiación indebida y falsedad documental. Casi una década después, en 2018, Millet -fallecido en 2023- es condenado por el desvío de fondos de la institución a su fortuna personal, invertidos en sus residencias y en viajes de lujo. La metáfora de una catarsis, nacida para fusionar arte y dinero, acaba en escándalo de baja estopa; las pingües ganancias, invertidas en descapotables, conjugan con el bizcocho edulcorado, pero no encajan en el gris marengo del señorío consolidado, que vende Fèlix, en algunos de sus cargos de notable sin causa, como la presidencia de la Fundación del FC Barcelona.

En el mismo caso Palau son condenados por expolio Jordi Montull, la mano derecha de Millet, y Daniel Osàcar, extesorero de Convergència, este último por el decomiso de cantidades que, como más tarde se probaría, están inicialmente destinadas a la financiación del partido nacionalista a través de la extinguida Fundación Trias Fargas. Una mota inmerecida sobre la Casa Fargas de Rambla Catalunya, diseñada por el arquitecto Enric Sagnier Villavecchia, domicilio de genial economista, un social-liberal formado en Chicago y catedrático de la UB. Trias Fargas muere en Masnou en el transcurso de un mitin electoral, en 1989, cuando su relación con Pujol se deteriora al ver de frente el sincretismo nacionalista y racial del president.

Sala de conciertos del Palau de la Música Catalana

Sala de conciertos del Palau de la Música Catalana

Años atrás, en el medio siglo XX, la saga de los Millet vertebra parte de la endogamia civil alrededor de la figura de Fèlix Millet i Maristany -padre del Fèlix Millet del Palau- entonces presidente del Banco Popular y alto mando de la banca española en la plenitud de los llamados Siete Grandes.

El Popular reúne en su consejo de administración a un grupo de hombres de negocio catalanes -Gabriel Buixó, Martí Ribalta, Pere Ribera, Oleguer Soldevila, Marí Ribalta, Josep Maria Catà o Casimiro Molins, entre otros- con vocación democrática, pero con escasa incidencia pública, en plena resaca de la autarquía económica. Sus accionistas de referencia, los hermanos Luis y Javier Valls Taberner, son honorarios opusdeístas en los tiempos de la prelatura y han entrado en la cúpula del banco de la mano de su pariente Millet i Maristany. Este último juega la carta del reformismo, a medio camino entre el antiguo régimen y el catalanismo renacido, y preside el Palau de la Música, fundado en 1890 por la coral Orfeo Català, dirigida por su padre, el maestro Lluís Millet, y el compositor Amadeu Vives.

Los Millet son entonces los dueños de un ingenio en Guinea. Cuando el continente africano vive todavía la plenitud del cazador blanco con sombrero de lana, cuero y tachuelas de metal, Millet i Maristany administra la finca desde la metrópoli y su hijo Fèlix disfruta, en la colonia, una adolescencia de lino y algodón blando. El chico firma errancias y noches de saxofón en la cubierta de los vapores que atraviesan el golfo de Guinea y hacen escala en Fernando Poo. Es un consentido elegante; aprende las cartas del destino y mantiene para toda su vida el porte del simbólico testaferro, sin el compromiso de los derechos cedidos por la propiedad, una figura con tradición, señoreada en las caobas y cristales biselados del Hispano Colonial, el antiguo motor financiero de Ultramar. Manda, decide y no corre con las pérdidas.

Fèlix Millet, expresidente del Palau de la Música

Fèlix Millet, expresidente del Palau de la Música Europa Press

En los Millet sobrevive siempre la necesidad de ser parte de España desde una Cataluña doliente. Fèlix Millet lleva grabada en una mano la imagen del portentoso Palau, que ha ofrecido Réquiems de Mozart, remakes de Raimon o conciertos míticos de Charlie Parker. Y, en la otra mano, un salvoconducto para negocios de emblema, no de rigor.

Atesora un patrimonio considerable pero inferior al alto tren de vida de un hombre que dignifica esencias de nación y conveniencias de bolsillo. En el momento del estallido del caso Palau, preside también el Banco de la Pequeña y Mediana Empresa (Bankpyme), la entidad fundada por el profesor Josep Jané Solà y vendida a Caixa Bank en 2011. Ha desempeñado asimismo la presidencia de la aseguradora Agrupació Mutua, una sociedad que al adquirir el Banco Consolidado incurre en una apropiación indebida de la que se acusa a Fèlix, que comparece en el banquillo junto a Xavier Bigatà, exconsejero de la Generalitat en un Govern de CiU.

El representante impoluto, el hombre de noble cuna que defiende a capa y espada la llamada economía real -un reduccionismo fabril de la etapa de CiU- siempre está marcado por el mundo financiero y su vida pasa volando en los apuntes centelleantes de una pantalla a otra.

Sus maquinaciones no aparecen de repente en la Fiscalía. Ya en el temprano 1983, Fèlix Millet es detenido por la policía por el caso Renta Catalana una plataforma del ahorro que capta capitales ofreciendo alta rentabilidad. La cartera de Renta Catalana es una surte de crédito al grupo Banca Catalana y, cuando estalla el caso, se sabe que estas operaciones se realizan través del Banco de Crédito de Inversiones, una marca filial de la entidad fundada por Pujol.

Fèlix Millet junto a su abogada en una comparecencia en el Parlament

Fèlix Millet junto a su abogada en una comparecencia en el Parlament Parlament

En Renta Catalana figuran de consejero Xavier y Joan Millet, hermanos de Fèlix. Una estirpe de catalanismo mal entendido y acanallado, ya que Xavier Millet ha sido también el cabeza de lista de Convergència en las primeras elecciones municipales democráticas, que pierde frente a Narcís Serra. Renta Catalana acaba siendo un encadenado de abolengo, con Joaquim Molins y Josep Maria Trias de Bes acusados, pero no condenados.

En sus comienzos, Fèlix aprende pasantía en los envites iniciales del Banco de Previsiones del Porvenir, convertido en el Banco Popular de su padre y de sus parientes los Valls-Taberner, textiles de pasado glorioso en el cauce del río Cardoner. La tercera generación de este grupo industrial con penetración en las finanzas, representa la nación catalana no sometida, sino más genuinamente española que la de matriz castellana. Los Valls-Taberner juegan a mantener el pulso regionalista de los inventores del nacionalismo español, aquel que quiso regenerar un Estado en decadencia y disputar en lengua catalana la excelencia del castellano.

Al otro lado del mismo reformismo conservador, los Millet juegan la carta aventurera de los herederos de la II República. El soberanismo lacrimal abominado en los Balcanes y, pese a ello, una demostración de que el olvido es la pasión que lo gobierna casi todo.

El expresidente del Palau de la Música, Fèlix Millet

El expresidente del Palau de la Música, Fèlix Millet Europa Press

Fèlix es el joven ante el espejo de un medio marcado por las facilidades. Alrededor de su inconsciencia vive la Cataluña laboriosa de puente aéreo, fábrica y despacho. La que practica el joven historiador Josep Benet, en su etapa españolista -quien lo diría- de abogado del Banco Popular, siguiendo el itinerario representado, un siglo antes, por Bonaventura Aribau, director del Tesoro y de la Casa de la Moneda de España, el poeta que proclama la Renaixença catalana en el diario El Vapor.