Leopoldo Rodés: el cruce cultura-empresa

Leopoldo Rodés: el cruce cultura-empresa

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Leopoldo Rodés: el cruce cultura-empresa

7 enero, 2024 00:00

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Cataluña aborda su tradición milenaria desprovista de colecciones de arte reales. Su esplendor estético descansa en donaciones privadas –las colecciones Plandiura, Batlló, Fabra y Cambó son un buen ejemplo–, parte de ellas depositada en consorcios, como el Museo de arte Contemporáneo (Macba). En el momento de su creación, el Macba pone en marcha una fundación presidida por Leopoldo Rodés –fallecido en 2015–, un empresario de larga carrera, expresidente del grupo Havas Media y vinculado durante un tiempo al universo financiero de los March.

El empresario Leopoldo Rodés

El empresario Leopoldo Rodés EL ESPAÑOL

Por sus logros, no por su fortuna, Rodés es un apellido que acompaña al de los Rockefeller, creadores del MoMA neoyorquino en su domicilio familiar de la calle 53 de Manhattan. Sin aportar las enormes sumas de los coleccionistas norteamericanos, pero con una capacidad superlativa de unir esfuerzos, Rodés impulsa la presencia privada en el patronato del museo, forjando un encuentro irrepetible entre la sociedad civil y el mundo de la cultura. Nunca se viste de filántropo; disemina influencias, al estilo de los mejores lobistas, al encuentro del arte germinado en fuentes multiculturales; evita el linaje de hechizos fatales que conducen al estandarte o al sentimiento de exclusividad.

La creación contemporánea entra por el corazón y se mueve a partir del símbolo. Solo así se pueden compaginar la ruptura estética permanente, fruto de las vanguardias, con la aventura del éxito social. Rodés representa el encuentro entre ambas cosas. Introduce las obras de Miró, Gris, Picasso, Torres García, Barceló y Plensa en los confines estéticos de las sagas empresariales; su resultado es el patronato del Macba: los Daurella, Mitjans, Guasch, Carulla, Puig, Godó, Trias, Moles, Quintana, Villalonga, Uriach y Recolons. No hace falta decir que las incorporaciones no son proporcionales a las aportaciones; Barcelona no es Nueva York y el Macba no se parece en nada al MET de la Quinta Avenida cuyas paredes tienen grabados los nombres de Mellon, Havemeyer, Vanderbilt, Wrightsman y Petrie, los millonarios que lo crearon, beneficiados por las exenciones fiscales que estimulan la filantropía.

Atrio del Macba en un homenaje a Leopoldo Rodés

Atrio del Macba en un homenaje a Leopoldo Rodés

Rodés ha sido un soberbio aglutinante de la expansión y cuidado del arte; ha pertenecido a las fundaciones del Liceu, el Palau, el Museo del Prado y Guggenheim; ha sido miembro del Chairman Council del MoMa y del Nacional Comitee del Whitney Museum. No glosa la exageración; es un contrapoder, frente a curadores ligeros y brókeres del mercado del arte; alarga su anhelo hasta comprobar que la creación ayuda a sanar los defectos de la convención; sabe que si la crisis del lenguaje, la poesía, la pintura o la escultura son llevadas más allá de ciertos límites se acabará por cuestionar su calidad. Rodés no defiende la actitud burguesa del coleccionismo clásico; expresa unas gotas de racionalismo en un campo muy amplio del conocimiento.

El Macba evita excesos y falsas complicidades con letristas, dadaístas o celebracionistas modelo Terraza Martini; en sus presentaciones no hay celebridades ni señoras con miriñaque repartiendo canapés y copas de espumoso con tradición. En el lado constructivo del gran debate sobre el arte contemporáneo, la figura de Rodés va acompañada de expertos indiscutibles, como los directores del Macba incorporados a lo largo de la existencia del museo –los Giralt-Miracle, Miquel Molins, Boja Villel, Bartomeu Marí, Ferran Baranblit y Elvira Dyangani– procedentes de ámbitos académicos y analíticos.

Isidro Fainé y Leopoldo Rodés en la firma del acuerdo entre La Caixa y el Macba, en 2010

Isidro Fainé y Leopoldo Rodés en la firma del acuerdo entre La Caixa y el Macba, en 2010

Entre los empresarios catalanes de la última centuria, Rodés destaca por su lado estético: su empresa, Havas Media, es una estrella internacional de la comunicación y sus corbatas exhiben el doble giro del estilo Harvard sobre un cuello de porte almidonado. El Rodés financiero de los ochenta desempeña una vocalía en el consejo regional del Banco Central-Hispano y de su filial Banco Vitalicio, una aseguradora marcada por la eficiencia del pasado, fundada por Claudio López Bru, marqués de Comillas. La etapa financiera convierte al abogado en consejero de Ferrocarrils de la Generalitat y en vicepresidente del Banco de Progreso y del Banco Urquijo, la marca vinculada a la Corporación Alba del grupo March.

Luce bien todo en la misma proporción que critica el mal hacer de organizaciones empresariales, como la CEOE, una estructura confederal nacida del sindicato vertical. A comienzos de los años noventa, Rodés aparece como presidente del Instituto de la Empresa Familiar (IEF), una entidad que defiende los valores de la industria y la herencia del industrial, frente a las cargas fiscales de Hacienda, en impuestos como transmisiones y donaciones.

Tras el pretexto eficaz de presentarse como un lobi fiscal, el IEF es en realidad el vuelo de las grandes marcas privadas españolas, las Inditex, Torres, ACS, Ferrovial y Mango, entre otras, que buscan su salida del laberinto de la patronal, dominada por las públicas, como Telefónica, Endesa o Iberia. Es un desmarque de creación periférica –el IEF nace en Barcelona, al calor CiU– que duele especialmente en la presidencia de CEOE, cuyo titular, José María Cuevas, es un empresario de carné, sin empresa, para solaz de los camisas viejas que se resisten a desaparecer, pegados a estructuras burocráticas del pasado.

Leopoldo Rodés

Leopoldo Rodés EUROPA PRESS

Da gusto ver a un señor de Pedralbes, como Rodés, poniendo de los nervios a la guardia férrea del Estado emprendedor por falta de iniciativa privada; a los trémulos gerentes en la puerta de las fábricas inmensas y a sus valedores de la Brigada Aranzadi, los Abogados del Estado, enfrentados a los economistas del Banco de España –Rojo y Alfred Pastor, entre otros– partidarios, estos segundos, de un crecimiento basado en las empresas privadas, lejos de las tarifas y de los precios políticos. El ICF de la primera etapa fue un rescate del empresario schumpeteriano, aquel que se siente fuerte cuando es capaz de generar una cadena de valor basada en la competitividad de los costes, sin subvenciones públicas.

Los referentes de la empresa familiar llaman a la puerta de CEOE el mismo año en que se celebran los Juegos de Barcelona. Leopoldo Rodés y Carlos Ferrer-Salat, fundador de la patronal, forman un tándem desde el momento de conocer la cita olímpica; reciben ambos el encargo de Pasqual Maragall de cerrar la puerta a la disidencia dentro del mismo Comité Olímpico Internacional (COI) y de encontrar inversores para terminar los nuevos espacios urbanos, como los cinturones o la Villa Olímpica, punto de mira del cartel de las constructoras ágiles en la licitación pública, como la Ferrovial de los Del Pino o de la entonces incipiente ACS de Florentino Pérez.

Barcelona entrega la Medalla de Oro a Josep Miquel Abad (2i)  y Leopoldo Rodés (2d) por su contribución a los Juegos

Barcelona entrega la Medalla de Oro a Josep Miquel Abad (2i) y Leopoldo Rodés (2d) por su contribución a los Juegos EUROPA PRESS

Es el momento de los negocios con la venta de suelo industrial sobre planos recién urbanizados de vivienda. El llamado Mánchester catalán, la zona de Poblenou hoy lindante con el distrito 22@, es el foco de las plusvalías que dejan de ser tácitas para convertirse en liquidez: la antigua factoría de Macosa, los laboratorios de empresas farmacéuticas, parte las antiguas instalaciones de Bonaplata, la industria del Vapor declinada cien años antes, las siderurgias cerradas, los componentes de las cabeceras del automóvil, todo fluye hasta el bolsillo del último propietario del ladrillo. El 92 es una fiesta completa en la que participa el mecenas, un invisible de Richelieu. La Olimpiada ha calentado la economía durante una década, pero entra en recesión justo al año siguiente de los Juegos, coincidiendo casi con el incendio del Teatro del Liceu, en enero del 94.

Esta vez no ha sido una bomba, la Orsini que le costó el garrote vil al anarquista Salvador en la prisión de la Reyna Amelia, la instantánea dura de su ejecución, reflejada en un cuadro de Ramón Casas. El Liceu se reconstruye ahora con dinero básicamente del Ministerio de Cultura, del Ayuntamiento de Barcelona y de la Generalitat; los históricos dueños de los palcos familiares pierden el tren. El Círculo del Liceu, la institución vinculada al Gran Teatro, acaba con su vergonzosa misoginia; en la última década del siglo pasado, cambia sus estatutos para que, finalmente, puedan entrar las damas en sus salones, algo insólito en el París de Garnier o en la ópera de Viena. Es algo jamás pensado en la misma Fenice de Venecia, el templo de las noches de Verdi, pegado al escandaloso Ridotto, el primer casino de juego del mundo, donde los galanes exhibían a sus parejas.

Tras el incendio, la ópera en Barcelona se interrumpe; la calle expande el clásico rumor de que nada será como antes; pero el reinicio de las funciones llega, aunque sea tarde, y en la entrada del Gran Teatro vuelve a verse el perfil de Rodés en noches de estreno.