Empieza el debate sobre el futuro inmediato de Barcelona. Las encuestas van aflorando la fotografía que sobre la ciudad trascenderá tras más de tres años de gobierno municipal liderado por Ada Colau y su equipo. La alcaldesa no ha conseguido grandes hitos, pero en algo sí que es una campeona: nadie quiere que continúe al frente de la ciudad. Y lo que es peor, tampoco sus votantes de 2015.

¿Qué es lo que ha pasado durante este tiempo para que una mujer que vino con la aureola de transformar la Ciudad Condal tenga ese grado de unánime rechazo? Lo primero de todo es que jamás tuvo un partido político. Barcelona en Comú es una amalgama de personas de la izquierda que reúne a la intelectualidad, el pragmatismo gestor de la antigua ICV y el resentimiento peronista de algunos extremistas que, como Gerardo Pisarello o Jaume Asens, vieron en el invento la fórmula para acercarse a un poder político que sólo conocían desde la crítica, jamás desde el ejercicio.

No tener un respaldo orgánico ha convertido la mayoría de sus actuaciones en una especie de asamblea descontrolada. La votación sobre la continuidad o no del pacto con los socialistas del PSC (que acabó expulsándolos del gobierno local) fue uno de los grandes errores de Colau y su primer asesor, su marido, Adrià Alemany. Hay que recordar que Jaume Collboni se había equivocado con anterioridad al vender su apoyo a un equipo tan inconsistente, sectario e inútil para la gobernación barcelonesa como el que lo mandó a casa. La patada en el trasero que le brindó Barcelona en Comú ha sido lo mejor que le ha pasado al socialismo barcelonés, que en algún momento de zozobra pareció más preocupado por asegurar situaciones personales que por mostrar su impronta política diferencial en la ciudad.

La ausencia de moderación tampoco le ha servido mucho a la excelente actriz que tenemos por alcaldesa. Llegó en una especie de nave revanchista que pretendía mostrar a todos los sectores de la sociedad civil la existencia de un poder puro, virginal, emanado de un pueblo distinto al que vive en la ciudad y sin ataduras ni servidumbres de ningún tipo. Quizá Colau y los suyos desconocían que la ausencia de ataduras o necesidades de negociación y diálogo son imposibles tanto en Barcelona como en una tribu de África tropical. La gobernanza es un arte de interrelaciones, transacción y negociación a las que renunció de entrada. En una conurbación como la Gran Barcelona hay que sentarse con los taxistas, las ciudades vecinas, los trabajadores del Metro, los vecinos de la Barceloneta, del Raval, de Pedralbes o de Nou Barris. Hacer exclusiones o vivir con apriorismos propios de los primeros movimientos obreros del siglo XIX es no haber entendido nada sobre el pulso real de la ciudad. Y así le ha ido.

Ni ha resuelto el problema urbano de la vivienda, ni ha mejorado para nada los efectos nocivos que el turismo provoca, ni Barcelona es hoy una ciudad más limpia, segura, moderna y cosmopolita que la heredada del convergente Xavier Trias pasado al independentismo. Paró la construcción de infraestructuras que estaban bajo sospecha de irregularidades en las concesiones y acabó poniéndolas de nuevo en marcha con casi las mismas empresas y a un precio superior. Se envainó las remunicipalizaciones porque además de quiméricas eran perjudiciales para la ciudadanía. Como el independentismo, se esconde en la falacia de las urnas (multiconsulta) para tapar su temor al ejercicio de responsabilidades haciéndolo pasar por riqueza democrática y nuevas fórmulas de gobernación. Nada en la obra de gobierno de esta activista pasará a la historia, salvo sus lágrimas públicas recurrentes, sus circunloquios en medios de comunicación amigos y acríticos, así como sus peroratas sin sustancia cada vez que un micrófono intercedía entre ella y cualquier parroquia. Perdón, quizá algo sí que ha hecho bien: tomar como modelo político la praxis de Jordi Pujol que desde que accedió al cargo subvencionó sin miramientos a aquellos grupos o grupúsculos que consideraba próximos para utilizarlos sin escrúpulos con fines electorales. En eso Colau le ha seguido, sin inventar nada, pero dando pábulo a espacios y líneas de pensamiento radicales, convirtiendo en sistema a los que estaban fuera de él o pagando los alquileres y las sedes de cualquier chiringuito que hiciera una rimbombante declaración de principios con las palabras democracia, popular y social. Es su verdadera declaración de principios.

Colau no será la lista más votada en las próximas elecciones municipales. Lo dicen las encuestas y el sentido común lo corroborará. Las elecciones las ganarán o Ernest Maragall, como representante del nacionalismo (más o menos radical, más o menos independentista), o Manuel Valls, desde el espacio contrario. Ada Colau aprovechará hasta donde le sea posible su vara de mando para perseverar en el cargo. Y no le importará, pese a lo que dijo en su día, ser alcaldesa de Barcelona como resultado de una combinatoria poselectoral de alianzas.

El nacionalismo no quiere a Valls porque desde su indiscutible europeísmo les pone contra el espejo de un adulterado mensaje. Colau puede ser alcaldesa de Barcelona si incluso es la tercera formación por preferencia de los barceloneses que voten en las municipales. De ahí que ella ya haya empezado a mover fichas: proponer que en Madrid, en Cataluña y en Barcelona, con motivo de los presupuestos, su formación vaya de la mano de ERC. La excusa es evitar el paso al PP, a la derechona, dicen, pero la realidad tiene mucho que ver con preparar el terreno para junio y julio del año que viene cuando Barcelona decida quién es su alcalde tras celebrar elecciones.

La líder de Barcelona en Comú se define como no independentista, pero no duda en coquetear con todas las actividades que el secesionismo maneja o acudir a votar a la charlotada ilegal del 9N. La principal de todas ellas: reventar el Estado. ¿Conviene decir que no hay separación de poderes en España? Ahí está Colau. ¿Que se puede erosionar con el marketing alrededor de los presos políticos? Cuenten con ella. Si el asunto va de criminalizar al PP y Ciudadanos como partidos de ultraderecha, no se preocupen que ella o alguno de los suyos estará detrás. Y así hasta el infinito de la ambigüedad política y el oportunismo, armas principales de un discurso que sólo persigue tomar posiciones de cara a mantener el poder a toda costa. Y eso lo hacen, justamente, aquellos que dicen poseer una ética política y unos principios morales por encima de coyunturas e intereses personales…

Si Colau no logra la alcaldía en 2019, Barcelona en Comú se deshará como un azucarillo. Ni es partido político ni tan siquiera una formación cohesionada de manera interna y con vocación de permanencia y lucha en otros ámbitos políticos. Esa amalgama saltará por los aires si la alcaldesa queda reducida a la oposición municipal. Incluso se cruzan apuestas sobre qué hará la fabulosa intérprete si queda fuera de los focos, que es su territorio natural desde que decidió dedicarse a lo público.

Votar a Maragall o a Colau en las próximas elecciones municipales será casi una misma cosa, tal y como está perfilándose la política. El cambalache entre los republicanos y los comunes puede ajustarse entre la capital catalana y el gobierno autonómico, según convenga. Una cosa para unos y la otra para los otros. Lo veremos en los planteamientos de campaña electoral. No cabe duda de que las conversaciones entre Pablo Iglesias y Oriol Junqueras, el hombre que decidió descabalgar a Alfred Bosch como líder barcelonés del partido republicano, permiten tratar muchas más cosas que los Presupuestos Generales del Estado para 2019. El asunto es tan poliédrico que pronto empezaremos a ver cómo se concreta. Ya puso el millonario Jaume Roures, el hombre que siempre está ahí, la primera piedra de esa alianza tácita cuando invitó hace un año a ambos a cenar en su casa de Barcelona con un único y común objetivo: aprovechar la debilidad del Estado para laminarlo desde el interior y el exterior y obtener cotas de poder desde el aprovechamiento de las flaquezas de los adversarios.

Que Junqueras haya condenado a Bosch a salir de la política municipal en un momento en que las encuestas le pronosticaban un excelente resultado obedece a dos razones: la primera poner un Maragall a combatir contra Valls, que en parte defenderá el legado del exalcalde Pasqual Maragall; la segunda, evitar que la incompatibilidad entre Bosch y los chicos de Colau entorpezca los pactos por debajo de la mesa para el día después de las elecciones. El preso sabe que el Tete es un político obediente y que el cartucho que quemará ahora como cabeza de lista es el último de una larga, prolongada y mediocre carrera política.