El calor ha sentado ya sus reales con toda rotundidad en Barcelona, la ciudad está repleta de festivales y la fisonomía de las calles se ha colgado la etiqueta de modo verano. El Ayuntamiento de Barcelona, con sus luces y sombras, explicó hace semanas su plan Endreça, una especie de hoja de ruta, de tablas sagradas de Moisés, para combatir los excesos y que el barcelonés respire tranquilo. Buenas ideas que siempre tienen dificultades para su ejecución.
El plan prevé un aumento significativo de guardias urbanos, de agentes cívicos y de personal de limpieza. Las estadísticas luego nos arrojarán una catarata de datos que contemplará una mayor acción en el espacio público, pero la verdad, producto de la observación y de circular a pie por la calle, indica que de momento el plan no está funcionando como debería. Uno de los problemas estrella en la ciudad fácilmente comprobable para el transeúnte es la revitalización del intenso y asqueroso olor que desprenden los containers de la basura.
La culpa de ese hedor no procede exclusivamente del contenido de las bolsas de basura (aunque cada vez hay más descuidado que lanza su envoltorio medio abierto o lo deposita entre containers) si no por la denostable práctica de miccionar alrededor de dichos espacios. Más calor y más ocupación del espacio público han disparado dicho acto incívico ante el que no hay manera de pasear por la calle sin tener que girar la cara. No tengo dudas de que los servicios de limpieza tienen programados más pases que antes pero de nada sirve si la policía local o los agentes cívicos no actúan porque nunca están junto al contenedor oportuno cuando alguien lo ha confundido con un váter.
El marketing local es una buena herramienta para cambiar la opinión de las personas pero el escenario real de la calle tiene un relato apabullante. Sólo hay que salir, pasear, fijarse y oler (poco). Y además esto no ha hecho nada más que empezar. Se espera un verano complicado si el ayuntamiento no invierte más recursos y adopta una posición más firme con el incivismo. El estado de limpieza de las calles, de las superillas, sonroja a cualquier vecino. Es cierto que el ciudadano, local o foráneo, es cada vez más descuidado con el espacio público pero eso no puede ser un atenuante. Si no logras educar a la masa que pisa la calle, contrólala con otros medios. Pero hay que hacerlo sin titubeos, pensando en la mayoría. ¿Tanto cuesta patrullar, multar y obligar a pagar? A nuestros munícipes les recomendaría que piensen sobre ello y que lo hagan rápido.
El resto de medidas y acciones no servirán de nada si no empezamos a tener claro que dos más dos es igual a cuatro. Tomen cívicamente la calle para evitar los excesos y los barceloneses lo agradecerán. Háganlo porque de lo contrario el ingente gasto en el marketing oficial acabará por convertirse en una prosopopeya barata.