Muy bien, ya tenemos 300 contenedores quemados en la ciudad de Barcelona y supongo que otros tantos en el resto de Cataluña. ¿Y ahora qué? ¿Somos más felices? ¿La sociedad catalana es mejor que hace dos semanas? ¿Han bajado el paro y las desigualdades?

Parece que el vandalismo urbano tiene visos de cronificarse en Barcelona. El fenómeno se puede analizar desde muchos puntos de vista. El hartazgo de una juventud sin futuro. Una ciudad con larga tradición anarquista. Que si la Rosa de Foc… Pero entender las causas de esa violencia cíclica no garantiza las soluciones. Es más. Se corre el riesgo de blanquear un terrorismo de baja intensidad mientras se enquistan los problemas reales que ya existían antes de la crisis del coronavirus, pero que ahora se han agravado.

Salir a la calle para destrozar el mobiliario urbano que pagamos todos con nuestros impuestos, o pequeños comercios que ya estaban hundidos en la miseria, o apedrear medios de comunicación en nombre de la libertad de expresión --¿cabe mayor sinsentido?-- puede resultar muy mediático, pero no otorga legitimidad. Así lo advierten expertos en comunicación y política consultados por Crónica Global.

Ya lo dice la nueva musa de las barricadas, Juliana Canet, joven a sueldo de TV3 que se erige en portavoz de los desarrapados: “Se ha demostrado que el puto pacifismo no sirve de nada”, dice la influencer. Joan Canadell, empresario ultraliberal fichado por Junts per Catalunya, se declara devoto de Canet, quien ha rechazado su galanteo. Porque esta joven no tiene un pelo de tonta. Demagoga y populista, lo es un rato. Pero sabe donde parar  --“no hablo de ir poniendo bombas, porque no quiero que muera nadie”, precisa, para nuestra tranquilidad-- y cómo frenar a quienes la quieren utilizar políticamente.

Canet ya tiene sus cinco minutos de gloria financiada por una televisión catalana que nunca fue concebida como pública, sino como nacional. Y si el independentismo pone cordones sanitarios a quienes no comulgan con su doctrina, la sociedad civil también lo ha hecho con esa mutación de protesta a favor de Pablo Hasél en violencia gratuita y saqueo. Esos jóvenes que se hacen selfies ante las barricadas y los contenedores en llamas podrán explicar a sus colegas que han cometido la gran gamberrada de su vida, pero nunca podrán alardear de haber contribuido a un mundo mejor. Una sociedad más cooperativa y solidaria, la que necesitamos ahora en plena crisis sanitaria y económica, pasa por otro tipo de esfuerzos colectivos. Los que respetan a sus mayores y nos les llaman fascistas cuando les reprochan su violencia. Los que se informan de las asociaciones, entidades o casals donde colaborar en la ayuda a los más necesitados. Los que huyen de la espectacularidad política y apuestan por un activismo en positivo. Menos tuitero y más real.

El problema es que, además del torpe Canadell, hay partidos políticos que quieren sacar rédito de esa balcanización social. Todo comenzó con el apreteu, apreteu de Quim Torra, el paradigma de la perversión política. La que anima a los violentos a poner contra las cuerdas a los Mossos d’Esquadra, para luego expedientar a éstos y escandalizarse con el asalto de los trumpistas al Capitolio. JxCat insiste en ser una copia mala de la CUP y arremete contra la policía autonómica que dirige su compañero de filas Miquel Sàmper. ERC, dispuesta a asumir por primera vez la Consejería de Interior en el futuro gobierno, ha salido en defensa de los Mossos, aunque demasiado tarde.

Ese cordón sanitario de la sociedad civil contra el nacionalpopulismo que mezcla reivindicación social con un proceso independentista ilusorio, se ha hecho extensivo a las pequeñas y medianas empresas, mayoritarias en el tejido productivo catalán. Pimec ha impedido el asalto de la Assemblea Nacional Catalana (ANC). Posiblemente no se pueda comparar el proceso electoral que derivó en la presidencia de Canadell en la Cámara de Comercio de Barcelona, muy cuestionable. Pero es muy significativo que en plena resaca del 14F, donde el secesionismo hace valer un igualmente dudoso "52%" de votos obtenidos, quienes llevan el peso de la industria catalana hayan dicho no a una dirección identitaria, alejada de la realidad y controlada por quienes quieren más confrontación y caos.