Lo del caso Rubiales no va de política. Ni tampoco de feminismo. Y mucho menos de la reacción de Jenni Hermoso a ese beso robado que ha dado la vuelta al mundo. Por algo será que el escándalo es internacional. El debate de fondo es si este hombre que rezuma machismo y prepotencia a partes iguales está capacitado para ser embajador de nuestro país a través de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF).

La cuestión es si alguien que abusa de su cargo, besuquea a sus jugadoras y celebra la victoria de la selección femenina agarrándose los testículos --porque, dice el propio Luis Rubiales, quería expresar un “ole tus huevos” al entrenador, Jorge Vilda-- humilla a todo un país con su comportamiento.

Efectivamente, y así lo demostró en aquella infame comparecencia del pasado viernes, el presidente de la RFEF se unió a todos aquellos que se niegan a tildar de campeonas a las jugadoras de la selección femenina porque, aseguran, se trata de un triunfo “colectivo”. Ilustres articulistas, retrógrados ellos, así lo defienden a modo de caricatura de sí mismos. Por no hablar de periodistas que utilizan el altavoz de un informativo para editorializar sobre los miedos masculinos que provocan ese “falso feminismo” que mencionaba Rubiales.

¿Miedos masculinos? Si esos señoros, resistentes a los cambios, se asustan por el caso Rubiales, ¿qué deben sentir las miles de mujeres maltratadas, asesinadas, violadas y acosadas? ¿Tienen algo que ocultar? ¿Han normalizado actitudes prohibidas tanto a nivel social como legal?

Los jueces dirán si el comportamiento de Rubiales fue delictivo y, en tal caso, el grado de gravedad que se le debe imputar. Pero lo que nadie puede negar, porque él mismo lo demuestra cada vez que habla o actúa, es que el suspendido presidente de la federación española responde a un perfil machista de manual, a un patrón de arribista con poder y sueldazo que se siente inmune e impune a cualquier reproche, crítica o censura. Qué peligro tienen los nuevos ricos...

Pretender utilizar como defensa el vídeo en el que aparece Hermoso bromeando sobre el beso robado implica cargar el peso de la prueba en la víctima. Retrotrae a la “sentencia de la minifalda”, aquella que rebajó la pena a un violador por la indumentaria que llevaba la agredida. Y avala las palabras del novio de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, el periodista Andrea Giambruno: “Si evitas emborracharte, evitas también al lobo”.

Que es lo mismo que decir que solo los hombres tienen derecho a beber, transitar por lugares oscuros y vestir como les da la gana. Las declaraciones de Giambruno encajan a la perfección con quienes aconsejan a las mujeres no acudir a los Sanfermines para evitar agresiones sexuales. ¿Se las merecen en tal caso?

No importa que Hermoso bromeara tras el beso robado en pleno subidón por la victoria de su equipo. No importa el comportamiento de la jugadora. No importa lo que digan esos señoros que nunca se han puesto en la piel de una víctima de acoso sexual o laboral. El beso no fue consentido y Rubiales, lejos de asumir su culpa y su incapacidad para representar con responsabilidad y rigor al deporte español, insiste en la doble victimización de la jugadora.