Empieza el baile. El de la independentzia de Euskadi o, si prefieren, el del avance hacia la confederación de Euskal Herria, el pueblo vasco. Bildu ha conseguido 27 diputados, los mismos que el PNV. El nacionalismo suma un 70% de los votos, o sea que está condenado a entenderse.
Durante esta legislatura, los dos dantzaris de la patria ejecutarán un solemne aurresku. Intentarán demostrar que son tan o más vascos que el otro, a la vez que ejecutan sus trueques en Madrid. La legislatura iniciará ese baile tan masculino (las mujeres son bailadas, pero no bailan) con el aurrez-aure (desafío) hasta llegar al momento definitivo: el agurre, la despedida. En esta función, al socialismo español ni siquiera le dejarán tocar el chistu, pero pagará la fiesta. No son la llave de nada.
Mientras Pedro Sánchez los necesite, los nacionalistas vascos se tomarán su tiempo, exigirán más y seguirán cosechando. Ven este período como “una ventana de oportunidad”. Así resumió la situación Pello Otxandiano, el preparado candidato de Bildu que ha llevado al partido a su techo histórico.
Pello procede de Sortu, el partido heredero de Herri Batasuna, como Arnaldo Otegi. Ese hombre joven, callado y con gafas de intelectual ha blanqueado a su propio partido y ha conseguido el voto de miles de jóvenes vascos educados ya en ikastola; esos a los que la violencia de ETA les suena a mito histórico. Están, dicen, más preocupados en conseguir un alquiler viable y votan “a los de aquí”, como escuché en un telediario.
El fiel escudero cometió un error, dijeron algunos comentaristas, cuando afirmó durante la campaña que no era “fundamental” condenar al grupo terrorista. El PSOE se rasgó las vestiduras, en un gesto para la galería. El verdadero líder del partido, ese Otegi que fue miembro de ETA-militar, tampoco ha condenado a sus excolegas y, sin embargo, lleva años siendo imprescindible en Madrid. Todo ello es prueba de una conciencia de corto recorrido. Otxandiano no iba a ser más que su jefe. No son los más votados, pero levantan la pierna hasta lo más alto, hasta que les llega a la txapela. Es tiempo de espera.
Desde que empezó la campaña vasca tengo la sensación de déjà vu, como dirían los vascos-franceses. El prozesua vasco se asemeja al procés catalán, pero sin huida de empresas ni referéndums ilegales. Ambos viven del mismo voto, el de los patriotas jóvenes o viejos, el de los que creen ser los mejores de su barrio. En ese patio donde cualquier disidencia patriótica se penaliza, los conservadores vascos del PNV aceptarán los votos de Sánchez mientras sirvan para algo. Y serán sometidos al escrutinio constante de unos militantes de Bildu subidos a la parra del triunfo.
Cataluña siempre ha envidiado a Euskadi. “Claro, ellos tienen armas y las usan”, decían los nacionalistas catalanes de la Transición mientras veían cómo Euskadi conseguía el concierto económico y empezaba a recaudar impuestos. Ya lo tienen casi todo, incluso un producto interior bruto por habitante más alto que el de Cataluña, la antigua locomotora industrial de España. Y eso sin meterse en referéndums ilegales ni salir huyendo. “Siempre han sido más simpáticos que nosotros”, lamentan mis paisanos en privado. Ocho apellidos vascos nos hizo reír mucho más que su secuela gerundense.
Euskadi se ha ido radicalizando elegantemente, sin molestar demasiado, haciendo ver que los lobos de antes se han convertido en corderos. Ha hecho pocos gestos inútiles, al revés que Cataluña. Y así, sin prisas, el nacionalismo abertzale ha acercado a los presos de la banda armada, se ha hecho con el Ayuntamiento de Pamplona y ha firmado acuerdos presupuestarios en Navarra. La senda que marcan en adelante es la de la futura (nunca ha tenido pasado ni presente) Euskal Herria.
Ese término se refiere a siete territorios: las tres provincias vascas (Álava, Guipúzcoa y Vizcaya), el viejo Reino de Navarra (el más extenso de todos y el origen de los vascos) y aquellos tres departamentos galos en los que se refugiaban los etarras. Con ellos no tienen nada que hacer y lo saben. Sólo hay que recordar la célebre frase del jacobino Maximilien Robespierre: "La libertad no es otra cosa que el derecho a hacer lo que las leyes permiten". Con Francia, su Estado y su lengua no se juega. Con España, sí.
Curiosamente, el socialismo plurinacional, el que necesita pactar con el separatismo para seguir gobernando en Madrid, está contento con el resultado conseguido por un buen candidato, Eneko Andueza. Son dos más que ayer, pero muchos menos que los 25 que hicieron lendakari a Patxi López en 2009; entonces, Herri Batasuna (el brazo político de ETA) seguía ilegalizado.
Aunque Sánchez parezca inconscientemente feliz, los 12 diputados socialistas y los 7 del PP son prueba de la irrelevancia del constitucionalismo en Euskadi. Pradales y Otxandiano, Otxandiano y Pradales, bailad y bailad, dantzaris. El aurresku acaba de comenzar.