Nunca una frase hecha ha cobrado tanto sentido: una imagen vale más que mil palabras. La fotografía de Luis Rubiales agarrándose sus partes pudendas para celebrar la victoria de la selección femenina de fútbol.
Lo hace al lado de la reina Letizia y la infanta Sofía, destacan algunos medios, aunque eso es lo de menos, porque la ofensa es colectiva. Y dice mucho de la calaña de este personaje, empeñado en restar importancia a ese beso robado a una jugadora. Y a juzgar por las reacciones a ese claro, nítido y contundente caso de abuso, son legión quienes, hombre o mujeres, aseguran que “no es para tanto”, “se está exagerando” o “qué buen chico es este Rubiales”. O que antes que él, otros y otras hicieron cosas parecidas. Como si dos errores se convirtieran en un acierto.
Cabe preguntar a esos defensores de lo indefendible qué pasaría si sus hijas, hermanas o nietas fueran besuqueadas a la fuerza por ese machote, aficionado a hurgar en sus genitales ante millones de espectadores. Rubiales, ese individuo con menos clase que un orangután –la cita es de John Carlin-- que cobra más de 600.000 euros al año por tocarse los huevos, es el epítome de esa España que tolera el acoso y el abuso sexual, que atribuye a las feminazis cualquier tipo de censura o, cuando menos, tienen una doble vara de medir en lo que respecta a este tipo de agresiones.
Hay precedentes recientes de esa relatividad moral en casos de abusos sexuales. El reproche es muy diferente, esto es, mucho más leve, cuando el responsable es amigo. Lo hemos visto en casos en los que han estado implicados periodistas y políticos. En eso, somos muy corporativos, a pesar de que esa tolerancia haya venido acompañada de comentarios del tipo “se veía venir”, “yo ya le advertí” o “es que no me extraña, pero…”. Siempre ese pero…
Quienes entienden de fútbol aseguran también que Rubiales ya tenía fama de rijoso. Que es un tipo oscuro. Testosterónico. Incluso la hemeroteca da cuenta de que Rubiales estuvo supuestamente implicado en pagos de, vamos a llamarlo así, diversiones privadas a costa de la Real Federación Española de Fútbol que preside desde 2018. Y eso que su salario sextuplica el del presidente del Gobierno. Ganas de ver su agenda, a ver si justifica de alguna forma ese sueldazo.
Dicho de otra manera, el talante gallito y sexista de este infame imitador del actor Javier Bardem en la película Huevos de oro, ya era conocido en la profesión. Es cierto que poco se puede hacer ante este tipo de sujetos, de comportamiento tachable y nada ejemplares, si no cometen un delito. Estamos lejos de que actitudes como las de este alto cargo federativo conlleven la muerte civil o el ostracismo social. Al contrario. Hay que remitirse, de nuevo, a precedentes en el ámbito público, donde acosadores confesos o que han exhibido comportamientos obscenos son recolocados o siguen disfrutando de altavoces mediáticos para alardear de su sexismo.
El machismo/abuso es censurable en cualquier ámbito. Pero en el futbolístico, cabe extremar las precauciones y exigir comportamientos impecables, pues son muchos los niños y niñas que encuentran en este terreno a sus referentes, como decía Gerard Mateo en esta misma columna. Por no hablar de la perversa relación que alguien puede hacer entre deporte/sexismo/dinero/poder.
Al cierre de este artículo, Rubiales sigue sin reconocer su actitud troglodita. De hecho, cada vez que habla se empeña en compararse con la víctima. Lo único positivo de este caso es que sirve de ejemplo de lo que una sociedad avanzada no se puede permitir.