El bipartidismo avanza en Cataluña. Y no precisamente por la pugna entre PSC y Convergència, los partidos que durante años no tuvieron rival en la comunidad catalana. Los resultados del 23J han dado la victoria al PSC, seguido de Sumar, mientras que el PP se ha disparado en una comunidad donde siempre fue marginal.
Electoralmente, el nacionalismo siempre configuró un hecho diferencial catalán que situaba a los populares como un partido con poca representación, aunque el mismísimo expresidente Artur Mas llegara a pactar por dos veces sus presupuestos de la Generalitat con Alicia Sánchez-Camacho, incluso después de la sentencia que recortó el Estatut. La irrupción de Ciudadanos dio la puntilla al PPC, aunque como se vio anoche, no de forma definitiva.
En esta ocasión, las dinámicas de la política española han marcado los resultados en Cataluña, precisamente por la desaparición de la formación naranja, de la que se ha nutrido el PP, pero también por la pérdida de músculo del independentismo, sustituto temporal de aquel soberanismo convergente del peix al cove por obra y (des)gracia de un proceso secesionista, divisorio y fallido.
Ayer, Cataluña también votó en clave izquierda-derecha, dividiendo sus opciones entre un PSC ganador de las últimas tres elecciones –autonómicas, municipales y generales— y que se presentaba como el voto útil para frenar un gobierno con apoyo de la extrema derecha, frente a un PP alternativo al sanchismo, que parece haber movilizado a un electorado conservador muy potente en una comunidad catalana donde burguesía, pequeñas y medianas empresas y una clase media/trabajadora procedente en algunos casos del resto de España, pero que ahora se siente amenazada por otro tipo de migración –es uno de los caladeros de Vox--, tienen un gran arraigo.
Sea por el llamamiento a la abstención, sea porque el electorado independentista llegaba desfondado y desencantado, lo cierto es que los dos partidos que consolidan sus posiciones o se disparan son PSC y PP, mientras que Junts per Catalunya, una formación de extracción también conservadora, pero que ha hecho de la confrontación su seña de identidad desde que Carles Puigdemont se convirtió en su líder espiritual, aguanta posiciones.
Por el contrario, Esquerra se desploma. Como el ave fénix, los neoconvergentes aguantan a pesar de sus divisiones internas o, cuando menos, salen a flote tras el espejismo que ha supuesto la presidencia de ERC en la Generalitat. Uno de los focos políticos y mediáticos se sitúa ahora en Pere Aragonès, esto es, en la posible reflexión que pueda hacer Esquerra sobre la oportunidad de adelantar elecciones autonómicas.
ERC reconocía anoche que las “dinámicas españolas” han condicionado los votos del 23J. Que es lo mismo que decir que el bipartidismo está barriendo al independentismo. Los republicanos, especialmente Oriol Junqueras, tienen la oportunidad de levantar definitivamente el veto a los socialistas como inversión de futuro, esto es, como forma de construir puentes entre las izquierdas catalanas. Es cierto que las motivaciones electorales son diferentes en función del tipo de comicio celebrado. Pero en Cataluña, los resultados están marcando ya una pauta.