Anda soliviantado el trío Los modernos del Ayuntamiento de Barcelona. Compuesto, claro, por la alcaldesa Ada Colau y dos de sus tenientes de alcalde más emblemáticos, el resentido Gerardo Pisarello y el resentido bis Eloi Badia. Su nerviosismo es lógico: son ellos quienes mandan de verdad en su equipo de 11 concejales y, por primera vez en esta legislatura, se constata una cierta distancia entre sus personalísimos liderazgos y el resto del equipo de gobierno, por no hablar ya de los técnicos y especialistas que los acompañaron en el proyecto podemita barcelonés, muchos rescatados del buenismo de la izquierda caviar.
Están sobrepasados. La ciudad es compleja, con sus prodigios y sus miserias, que dirían los cronistas de cualquier tiempo. Pero que Barcelona sea un enclave urbano poliédrico tampoco sería un problema si Colau, Pisarello y Badia no hubiesen dinamitado cualquier puente de diálogo con la propia capital catalana, su tejido social, civil, económico y, por supuesto, político.
El diálogo hubiera bastado para recabar apoyos con los que solucionar problemas reales. Son cuestiones de las que la ciudadanía tiene constancia directa y no sólo a través de los medios de comunicación, que ahora son, al parecer, su ogro. Con diálogo hoy estarían gobernando con Jaume Collboni y los socialistas barceloneses. Con ese mismo elemento habrían pactado un presupuesto de izquierdas con la ERC de Alfred Bosch y no tendrían el consistorio prácticamente paralizado sin capacidad inversora y sin aprovechar el superávit municipal que la rica Barcelona genera.
También les hubiera hecho falta renunciar a la arrogancia. Barcelona no se conduce como una asamblea de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca ni como una entidad progre o un casino de barrio. No sirven sólo las buenas intenciones. Eso bastó en la transición política. Hoy se requiere solvencia, capacidad y habilidad en la gestión. Y, si no se posee, con huir de la petulancia política y actuar con una miaja de humildad se puede sobrellevar.
Como nada de eso venía incorporado de serie, el trío Los modernos se halla refugiado en el victimismo. Es ya su único argumento de defensa a poco menos de un año de las elecciones municipales: los poderes económicos, los medios de comunicación de Madrid que inventan noticias falsas, la malvada oposición de 30 concejales que frente a los 11 de Colau no piensan igual, las monjas clarisas del monasterio de Pedralbes o el Pijoaparte, de Juan Marsé, son los culpables de que hoy Barcelona sea un hazmerreír entre las grandes urbes mundiales…
La Ciudad Condal tiene un problema grave de seguridad ciudadana que Colau agrava con sus políticas y efectos reclamo. Posee uno de similar magnitud en el drama de la droga, que afecta de forma socialmente más dura a las capas más humildes que el trío Los Modernos dice representar mejor que nadie. El turismo empieza a declinar en cantidad y pronto la ciudad será coto exclusivo de mochileros aventurados y low cost, por la parte de la calidad. El mundo de los negocios tiene dudas sobre si le conviene invertir en esta capital o en otra con mayores garantías de seguridad jurídica y con unas políticas municipales menos refractarias a la creación de riqueza.
En suma, con las cuentas intervenidas, la alcaldesa reprobada de forma unánime por todos sus opositores (más preocupada por recordar su bisexualidad en las entrevistas que por mejorar la calidad de vida de la ciudad que gobierna –por cierto, no se pierdan el reciente artículo de Pau Luque en El País titulado El mensaje soy yo–) insiste en que los potentes enemigos exteriores son quienes magnifican el incivismo, sacan de quicio los desastres de la Barceloneta, del Raval, de los manteros, de las obras mal programadas en coste y precio…
Los modernos pasarán a la historia como los tres protagonistas de un tiempo perdido para la Ciudad Condal. No por ser unos pseudocomunistas pijos, sino por ineficientes. El eurocomunismo del PSUC y de ICV gobernó muchos años en Barcelona sin el mayor de los problemas, por lo que no vale la coartada ideológica para seguir diciendo que querían transformar la ciudad como buenos rojos, pero que la derecha recalcitrante se lo ha impedido. Que le pregunten al desatendido ciudadano estadounidense que recibió los golpes de los manteros si votó a Trump o a Clinton, ya que tanto les interesa la coartada ideológica.
Es más, bien pensado, ni tan siquiera trascenderán en la historia. La mediocridad y la falta de talento se olvidan rápido. Y, puestos a comparar, ojalá nos hubiera tocado en suerte una alcaldesa como Manuela Carmena. Esa sí que ejerce una gobernación desde la izquierda real, posible, que deja impronta, y no es falsaria como la de Colau. Porque al final quizá Los modernos tengan razón y Barcelona viva en un entorno de fake news. Cosa distinta y de la que no parecen darse cuenta es de que son ellos mismos quienes las escriben y protagonizan con su patética actuación en estos tres últimos y olvidables años.