Pau Luque: "España debe aparecer frente al mundo como un estado con cuatro lenguas"
El autor de 'La secesión' considera que se debe dejar de lado el debate sobre las naciones, sobre si España es plurinacional o no y potenciar la pluralidad lingüística
29 julio, 2018 00:00Pau Luque, profesor de Filosofía del Derecho en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ha publicado La secesión, en los dominios del lobo (Catarata), un ensayo ambicioso sobre el “otoño catalán”, el que acabó con la declaración de independencia en el Parlament del 27 de octubre de 2017. En una entrevista con Crónica Global considera que el 1 de octubre, el día del referéndum, “el independentismo provocó a la otra mitad de catalanes” con una vía unilateral. Señala que hay posibles salidas, que tanto el Estado como el independentismo deberían olvidar el concepto de nación, y afrontar el futuro: “España debe aparecer frente al mundo como un estado con cuatro lenguas".
—Pregunta. Usted habla de los dominios del lobo, con la idea de que la independencia de Cataluña, más allá de mayorías y minorías, sólo dependerá de que algún estado la reconozca.
—Respuesta. Hay un refrán sefardita muy ilustrativo: con decir llama no arde la boca. Por el hecho de que una mayoría o una minoría de catalanes digan que Cataluña es independiente, Cataluña no pasa a ser independiente. Lo que vale es que Alemania, Estados Unidos, etc., te reconozca, que se interese ya por cómo se articula esa independencia, qué tratados se establecen, qué pasa con los pasaportes. Eso te hace independiente. Es la lectura de la realidad política lo que, al final, cuenta.
—Sigamos en esa cuestión. No se debería, entonces, enmarcar el debate sobre una cuestión democrática, de si el independentismo tiene o no una mayoría social detrás. Para usted, y como explica en el libro, con esa idea de “los dominios del lobo”, todo depende de la fuerza política, de coyunturas geoestratégicas, como ocurrió con Kosovo.
—En principio, el hecho de que haya una mayoría favorable a la independencia –algo que nunca ha ocurrido en Cataluña– ayuda a tener más fuerza política y legitima democráticamente. Pero lo relevante aquí es que una mayoría favorable a la independencia no equivale automáticamente a la independencia. Los dominios del lobo, es decir, las fronteras de los estados, no pueden estar gobernados por la regla de la mayoría por razones conceptuales, así que lo que los termina determinando es un complejo entramado de intereses geoestratégicos.
—¿Cómo entiende que tantos independentistas sean tan poco permeables a las críticas, las que llegan desde su propio seno, como las de la exconsejera Clara Ponsatí?
—Yo creo que es una mezcla de varios factores. Quieren seguir creyendo. Es propio de los autos de fe. Quieren creer aunque tengan pruebas de los errores. Pero también es verdad que sucede otra cosa. En Cataluña mucha gente no dice lo mismo en público y en privado. Lo grave es que algunos vean eso como una virtud. Otro factor interesante viene marcado por las redes sociales. Muchos periodistas independentistas, líderes de opinión, tienen en Cataluña más de 100.000 seguidores en Twitter. Es desproporcionado en relación, por ejemplo, con el número de seguidores que tienen los periodistas norteamericanos populares. Eso provoca en Cataluña una retroalimentación, que refuerza los mensajes, y que incide especialmente en el independentismo. Se crea una realidad paralela.
—¿Cómo se le da la vuelta políticamente?
—Es muy difícil, es como intentar convencer a alguien con fuertes creencias religiosas que cambie de opinión. Hay una parte del independentismo que es sentimental. Otra, en cambio, que puede atender a argumentos más racionales. Y respecto de esta última, la pregunta es cómo hacer ver que de hecho ya somos la Dinamarca del sur. Creo que cambiar la situación pasa por explicar con un mejor relato, más atractivo, todo lo que ya se ha conseguido. Guste o no, esta es una batalla de relatos y hay que conseguir uno que sea más atractivo que el del patriotismo constitucional, que asegura derechos iguales y eso hay que mantenerlo, desde luego, pero no tiene un buen relato en lugares culturalmente complejos como España. También pasa por acometer arreglos y establecer mejoras en temas como la lengua. España debe aparecer frente al mundo como un estado con cuatro lenguas, no plurinacional, pero sí plurilingüe.
—Por tanto, eso pasa por convencer a todos, independentistas incluidos, de que hay una nación, la española, válida para todos los ciudadanos.
—Eso es discutir de filosofía. El concepto de nación no está claro ni tan sólo entre los catalanes, porque hay quien entiende que la nación catalana incluye al País Valencià y a Baleares. Todo ese debate garantiza el desacuerdo. Pero si hablas de lenguas, eso es un hecho. Y construyamos a partir de eso, de hechos tangibles, con lenguas de Estado. Hay que presentarse ante el mundo con esa realidad; llevar las lenguas a todos los colegios; que todos los españoles puedan estudiarlas en los colegios. Yo abandonaría la pretensión de convencer a los catalanes de que hay una única nación, la española, válida para todos los ciudadanos, y abandonaría también la pretensión de convencer a los españoles de que Cataluña es una nación. Son discusiones filosóficas absurdas.
—Pero, ¿hubo un golpe de estado, como se analiza en el libro?
—No fue un golpe de estado como el 23F, está claro que no. Uno puede interpretar el otoño catalán en función del interlocutor que se tenga. Ante los “suyos”, el independentismo señala que se violó la Constitución y el Estatut, pero si el interlocutor es una autoridad europea o los jueces, entonces se dice que no, que la declaración unilateral de independencia no tuvo efecto legal, que se trató sólo de una protesta muy grande. Es, en todo caso, un intento posmoderno de golpe de Estado, como también ha explicado muy bien Daniel Gascón en el libro del mismo título. Yo soy garantista en derecho penal y creo que en caso de duda hay que optar por el delito menos lesivo para los acusados, pero hay algo de cinismo en el hecho de decir, como se hace desde buena parte del independentismo, que Llarena prevarica porque adopta una de las interpretaciones del otoño catalán que el mismo independentismo unilateralista propició, a saber, la de que se violó la Constitución.