Pocas veces unas elecciones municipales han suscitado tanta pasión e incertidumbre. A un año y medio de las mismas, la campaña para la alcaldía de Barcelona ha comenzado. El debate se centra entre los detractores de la gestión de la actual alcaldesa, Ada Colau, que consideran que está conduciendo a la ciudad al declive y a la decadencia y sus defensores, que pretenden justificar una gestión a la que adjudican avances sociales significativos.

Al margen de estas posiciones contrapuestas, es evidente que la gestión de la ciudad es manifiestamente mejorable. Se ha impuesto una reforma urbanística sin suficiente debate sobre su modelo y estéticamente discutible, se ha producido un deterioro alarmante del espacio público, así como actos vandálicos recurrentes, que sin duda generan una estigmatización negativa de Barcelona. Una política que sataniza al turismo y que le aleja de lo que siempre había sido una ciudad abierta y cosmopolita. La cruzada anti-coche ha ocasionado todo lo contrario de lo que pretendía, se ha producido una caotización del tráfico y alcanzado los mayores niveles de contaminación de los últimos tiempos.

El gobierno municipal propone un modelo de desarrollo a menudo fuertemente ideologizado y que genera confrontación. Un gobierno municipal demasiadas veces instalado en el no e incapaz de hacer compatible la ecología con la economía. La apología del decrecimiento es una irresponsabilidad que Barcelona no se puede permitir. Una posible consecuencia de esta ideología podría haber contribuido a que en los últimos años (antes incluso de la pandemia) se haya incrementado los niveles de pobreza y exclusión social.

A pesar de todo, “Barcelona es poderosa”, “Barcelona tiene poder”, como dice la rumba de Peret. Durante el segundo trimestre del año su PIB ha crecido el 16,2%, buen indicador de la reactivación económica. La capital catalana consolida su liderazgo como capital del hub de startups del sur de Europa, siendo una de las ciudades referente europeas en emprendimiento tecnológico vinculado a las TIC y a la industria 4.0 (cloud computing, big data, internet de las cosas, inteligencia artificial…). Barcelona tiene atractivo para albergar el hub digital que sea el mayor ecosistema de interconexión nodal del sur de Europa.

Pensemos en la Barcelona post-Colau. La alcaldesa dotada de un gran olfato político detecta que puede volver a ser derrotada y esta vez no tendrá a Manuel Valls para que haga posible su reelección. Hasta el momento, y a la espera de las encuestas, todavía no ha confirmado que vuelva a presentarse a la alcaldía. Su gestión ha generado un profundo malestar en diversas capas de la población, pero sobre todo ha creado un amplísimo frente anti-Colau diverso y heterogéneo que podría ser liderado por fuerzas conservadoras.

El escenario donde se librará la batalla de Barcelona es de una gran complejidad y cargado de incertidumbre.

ERC está bien posicionada según la demoscopia, no hay que olvidar que fue el partido ganador en las anteriores elecciones. Los “republicanos”, cuyas propuestas no difieren en muchas ocasiones de la de los comunes, podrían atraer parte del voto de esta formación e incluso contar con el soporte del “soviet carlista” de la CUP, siempre al servicio de la causa patriótica.

Otra pesadilla que podría convertirse en realidad es la vuelta del pujolismo 4.0 (Convergència, PDeCat, JxCat, “Barcelona es imparable”), en versión barcelonesa.  Aglutinaría la respuesta conservadora de las clases medias que se sienten agredidas por el populismo de los comunes (inseguridad, crisis del pequeño comercio, caos circulatorio…).

El entendimiento de las dos organizaciones anteriormente mencionadas podría hacer posible la plasmación en el Ajuntament de la “santa alianza” que ya gobierna en la otra orilla de plaza Sant Jaume. Alianza tensionada por la lucha sin cuartel entre los socios por la conquista de la hegemonía.

Los comunes también se preparan para el post-colauismo. Para ello, deberán elegir a un candidato que deberá negociar con habilidad con ERC, con el PSC o con ambas a la vez, para ofrecerse en alianzas de gobierno.

El PSC ocupa una posición central y privilegiada. Sin este partido no será posible recuperar la Barcelona maragalliana, “la de todos”. Para ello debe mostrar ambición y transmitir el mensaje de partido ganador. Necesita un candidato que se desmarque claramente de las políticas populistas que tanto irritan al barceloní emprenyat y pueda llegar a acuerdos con el catalanismo y el centro-derecha constitucionalista, para hacer posible la gobernanza de la ciudad. Es evidente que lo anterior exigirá un no alineamiento de los comunes en el bando secesionista.

Barcelona ha sido capaz de resistir a los 10 años del procés y al populismo de los comunes. “Barcelona es poderosa”, capital de Cataluña, española y mediterránea, ciudad cosmopolita, abierta y progresista, foco de atracción de la innovación tecnológica y del conocimiento digital…Todavía estamos a tiempo para recuperarla.