Una vez van remitiendo los efectos devastadores de la pandemia desde el punto de vista sanitario, se abren nuevas oportunidades para modelar la sociedad en la que vivimos. Entramos en una fase de recesión económica, caracterizada por una disminución importante de la actividad y caída de la demanda. La industria puede ser, sin duda, uno de los vectores para la recuperación económica.

Cataluña ha sido durante mucho tiempo una sociedad industrial, hoy la actividad industrial está en claro declive, su participación en el PIB catalán ha descendido por debajo del 20%, sin embargo, sigue ocupando a una parte muy significativa de la población y representa a los sectores más innovadores y con más capacidad exportadora, generando la ocupación más estable y de mayor calidad. La industria catalana ha sufrido las consecuencias de una ausencia durante décadas de una estrategia industrial por parte del Govern, de la falta de ambición y espíritu emprendedor de una parte de su burguesía industrial, la baja inversión tecnológica muy por debajo de la media europea y de otras comunidades autónomas, el deterioro del sistema educativo y su baja competitividad entre las regiones europeas.

Señalemos algunas de las fuerzas y debilidades de nuestro tejido industrial. Como apunta un informe del COEIC sobre “la industria como vector de recuperación económica en Cataluña”, habría que destacar el potencial de la industria química-farmacéutica catalana que representa el 52% del total de la industria española y que ha respondido con toda normalidad a los efectos devastadores del flagelo. Por el contrario, “la industria de Tecnologías Médicas ha sufrido los déficit más graves de suministro de material de protección, respiradores y pruebas diagnósticas, derivados de la fuerte dependencia de las grandes empresas y proveedores extranjeros”. Sería útil retener los aprendizajes de la experiencia sanitaria vivida para promover una industria diversificada en el sector de la salud y la telemedicina.

Apostar por la transición energética nos lleva a impulsar la compra pública verde y el fomento de la investigación pública y privada alineada con el Green Deal y la economía circular. Un importante déficit a señalar es la fuerte dependencia energética de Cataluña, los combustibles fósiles que importamos representan el 75% de nuestro consumo energético global. El desencuentro de Cataluña con las renovables es consecuencia de las prácticas clientelares del pujolismo, el llamado efecto Prenafeta.

La automoción es el motor de la industria catalana, por ello en un escenario de descarbonización de la economía es evidente la apuesta por las nuevas tecnologías de los vehículos híbridos, eléctricos y de hidrógeno y el desarrollo de vehículos inteligentes --sin conductor y controlados en remoto--, que hagan posible las recomendaciones europeas sobre la movilidad sostenible. La anunciada marcha de Nissan que ha pillado a contrapié al Govern podría ser una oportunidad para desarrollar un potente hub de movilidad sostenible.

Urge potenciar el rol de la RMB como hub de talento tecnológico e industrial, incrementando el gasto público y privado en innovación e impulsando la colaboración entre las administraciones, las empresas y las universidades/centros tecnológicos. Barcelona y su entorno metropolitano deben concentrar la apuesta de las administraciones por la innovación tecnológica y el impulso al desarrollo de la “sociedad del conocimiento”, creando las condiciones no solo para retener el talento sino para atraerlo.

Otro elemento cardinal sería el impulso de la digitalización y el desarrollo de las redes 5G. Los efectos de la digitalización en la economía catalana podrían tener una incidencia notable en la creación de puestos de trabajo, estudios al respecto nos indican que un aumento del 10% de la digitalización del tejido productivo, podría suponer un incremento del 1% del PIB. Es responsabilidad de las fuerzas políticas progresistas y organizaciones sindicales, garantizar el reparto de los beneficios generados por el crecimiento derivado de la digitalización de nuestra economía.

Una de las principales debilidades del tejido industrial catalán es su tamaño, destacan las empresas de pequeña dimensión. Su escasa masa crítica dificulta su capacidad para invertir en innovación. Sin embargo, habría que “apostar por las start-ups catalanas de hoy, que son las industrias de mañana y tienen un rol estratégico por encima de la ocupación directa que generan”.

Obsesionado por la secesión el Govern de Cataluña ha subordinado su estrategia industrial a la confrontación ideológica. Su estrategia se ha basado en la creación de una batería de Planes Nacionales (por la Sociedad del Conocimiento, el Pacto para la Industria, el Plan de soporte a la industria de la movilidad y la automoción, …), dotados con escasos presupuestos inversores, de escasa eficacia en la práctica, pero con un costoso aparato administrativo que gestiona la irrealidad de una República non-nata.

La pérdida de protagonismo de los capitanes de industria en una Cataluña secuestrada por el nacionalismo secesionista, ha restado a Cataluña el dinamismo de una clase social que en su día fue su motor económico y que ha decidido sustituir la actividad de riesgo del emprendedor, por las ayudas y subvenciones que le subordinaban a la estrategia secesionista del Govern.

Cataluña necesita un nuevo Govern con voluntad política para impulsar la reconstrucción de un tejido industrial afectado por años de clientelismo nacionalista. Sin estrategia ni política industrial, Cataluña no tiene futuro.