Europa votó crispada el 9J. Una nube cargada de preocupación recorría el viejo continente: estábamos al borde del abismo.

El avance de la extrema derecha ha sido evidente, pero no determinante. Los resultados muestran que todavía es posible construir una alternativa europeísta basada en el acuerdo entre demócratas cristianos y socialdemócratas con el soporte de verdes y liberales alrededor de un consenso europeísta y del mantenimiento del Welfare state, que cada uno dimensionará en función de sus posibilidades. La alianza entre el PP europeo y la socialdemocracia es muy probable que vuelva a regir los destinos de la UE.

Europa es la última utopía que se mantiene en pie. Se sustenta en la defensa de derechos y libertades, así como en el mantenimiento de un estado del bienestar golpeado por la crisis. Debería ser objetivo compartido combatir las pulsiones autodestructivas en el seno de la UE que derivan del miedo a los “otros”, a la pérdida de falsas identidades culturales y de soberanías nostálgicas. 

Europa está obligada a asumir principalmente dos retos: el derivado de las olas migratorias que vienen a cubrir el déficit poblacional causado por la baja natalidad y el generado por la dependencia tecnológica y militar de los EE. UU..

Las olas migratorias crean tensiones económicas y culturales instrumentalizadas por la extrema derecha que intenta vender sus falsas soluciones. Se necesitan políticas valientes y decididas que atraigan a la centralidad a sectores de población que se sienten amenazados. Para ello será necesario combinar medidas de contención del flujo migratorio con acciones de integración social que facilitan la convivencia. Europa deberá apostar por una fuerte apuesta tecnológica en todos los campos: desde una IA, que tendría que ser regulada, hasta la de defensa.

En este escenario de gran complejidad, las fuerzas progresistas europeas deberán apostar sin ambages por el fortalecimiento de un estado del bienestar tan necesario como posible. Para ello habría que actualizar lo que Enrico Berlinguer llamó la “austeridad con contenido revolucionario”. Una austeridad que signifique rigor, eficiencia económica, gestión eficaz y, por supuesto, justicia social.

Las luchas identitarias no pueden sustituir en ningún caso al principal vector movilizador de la izquierda: la justicia social y la solidaridad. Una izquierda que no tenga la justicia social en el centro de sus preocupaciones no sería más que un grupo de presión liberal.

Los últimos acontecimientos políticos y estas elecciones europeas constatan que la “piel de toro” vuelve a ser el escenario de la confrontación permanente entre dos Españas que no se reconocen ni se soportan. La social democracia liderada por un resistente y arriesgado Pedro Sánchez aguanta el envite; el PP (que no es la extrema derecha) vuelve a ganar, pero incrementa su frustración al alejarse de la posibilidad de gobernar el país. La extrema derecha crece alimentada por la demagogia de las falsas soluciones y, en su acelerado desvarío, activa la aparición de Se acabó la fiesta. La aparición de este esperpento nos muestra la sombría y profunda oscuridad del mundo de la caverna en el que se han convertido las redes sociales.

Urge superar la maldición histórica del enfrentamiento cainita que acompaña a los españoles y que tan bien describe el genial Goya en su cuadro Duelo a garrotazos. El siglo XXI ha aportado algunas pinceladas novedosas a ese escenario de confrontación permanente. La izquierda, mayoritariamente constitucionalista, alberga en su seno a una minoría de enemigos del consenso constitucional, un cierto anarquismo del XXI. Por otra parte, la derecha tradicional, en algunos casos heredera del franquismo, se erige hipócritamente en única garante de una Constitución, que está violando permanentemente al bloquear la renovación del Consejo General del Poder Judicial. A todo lo anterior habría que añadir la peligrosa deriva de una judicatura fuertemente politizada que se alinea en banderías ideológicas y políticas, empeñada en agitar sus togas de forma airada.

Nos detenemos en la auto titulada izquierda del PSOE, una izquierda encerrada en un círculo vicioso de lucha de egos y jerga académica, cada vez con más siglas, pero con menos votos. El enfrentamiento suicida entre Podemos y Sumar (Pablo Iglesias vs Yolanda Díaz) se ha resuelto con un empate y una pérdida sustancial de votos. Se supone que algún día deberán ser conscientes de su debilidad e inoperancia al ir separados y confrontados. El país necesita de una fuerza política a la izquierda del PSOE, que aglutine a ciudadanos que difícilmente votarían a este partido y que, sin embargo, facilitaría la estabilidad y continuidad de un gobierno progresista.

Me detengo en una Cataluña, teatro del absurdo. Vuelve la aburrida y repetitiva ruleta secesionista. Convergencia transmutada del 3% al ruido y la rauxa ventolera. ERC claro ejemplo de partido confuso con una histórica tendencia a la autodestrucción y con un profundo complejo de inferioridad con relación a sus amos convergentes. Urge un Govern catalán que contribuya a la recuperación de una Cataluña deprimida y paralizada, que no se instale permanentemente en el chantaje al Gobierno de la Nación. 

Finalizamos con un pensamiento gramsciano, frente al pesimismo que describe de forma inteligente un escenario de incertidumbre y miedos, sería conveniente que surgiera el optimismo de una voluntad que se preguntara: ¿Si el PP y la social democracia seguirán contribuyendo a la gobernabilidad de Europa, por qué esta posibilidad es inviable en este país llamado España?