Muchos ciudadanos/as de países democráticos se encuentran decepcionados y cada vez son más críticos con sus organizaciones políticas y con sus instituciones democráticas. Esta decepción los lleva a la búsqueda de ”fuertes” liderazgos que en los extremos del espectro político les garanticen seguridades. Estos “líderes” intentan explotar los “sentimientos profundos” de sus conciudadanos y al mismo tiempo proponen soluciones sencillas para los problemas más complejos. Se trata de activar la espiral de acción-reacción que margina a los que buscan soluciones de máximo consenso. No está de más recordar que los acuerdos y amplios consensos han permitido a lo largo de la historia avanzar al conjunto de la humanidad, a través de la dialéctica hegeliana: “El progreso se logra a través de la confrontación de ideas contrapuestas, que se integran en una síntesis superior”
La globalización ha supuesto nuevas oportunidades, pero al mismo tiempo ha generado nuevas amenazas. Desde la entrada de China en la OMC a principios de este siglo, cientos de millones de personas han salido de la pobreza al convertirse este país en la “fábrica del mundo”. Pero esta externalización productiva hacia el este ha dejado sin expectativas de futuro a comunidades enteras en Occidente, antaño ricas y prósperas. Amplias zonas agrícolas e industriales de Europa se han sentido amenazadas, y al frustrarse sus expectativas de futuro han sido conducidos por políticos populistas radicales hacia la adopción de ideologías que proponen soluciones simples e identifican en los “otros” a sus enemigos.
En este escenario de la crispación han surgido políticos populistas claramente xenófobos y radicales: Trump, Netanyahu, Urban, Milei... Desde diferentes realidades y circunstancias los lideres populistas intentan potenciar el miedo al “otro” al que identifican como el enemigo y como la causa de los problemas de sus ciudadanos.
Trump encuentra sus apoyos en aquellos que se sienten amenazados en sus costumbres y condiciones de vida por los “espaldas mojadas” que cruzan el Río Grande. En otros casos son los trabajadores del “Rust Belt” (cinturón manufacturero) del medio oeste y nordeste estadounidense afectados negativamente por la externalización de la industria en los últimos años hacia el Oriente chino. En Europa es el discurso xenófobo e islamofóbico de Vox y Le Pen ante la emigración. La posición iliberal de Urban que responde al miedo de que la democracia pueda recortar su poder absoluto y autoritario.
El razonable y comprensible miedo del Estado de Israel que se siente amenazado en su existencia, sumado al horrible atentado terrorista de Hamás del 7 de octubre, ha puesto en marcha la sangrienta intervención en Gaza, donde el propio Gobierno de los EEUU reconoce violación de las leyes internacionales. No se trata ya sólo de defenderse y derrotar a Hamas, sino que el ultra Netanyahu intenta aprovechar la oportunidad para hacer inviable un Estado palestino. Para el líder israelí y su gobierno la guerra debe continuar, pues es lo único que le permite su supervivencia como político.
Instrumentalizando la crisis económica y la inmigración, la ultraderecha está llegando al poder en Europa en ocasiones con el apoyo de la derecha tradicional. Lo anterior supone una amenaza velada a los valores liberales asociados a la democracia y a la UE. Es cierto que también existen responsabilidades y errores en el campo de las fuerzas progresistas, como ejemplo el fundamentalismo antinuclear de los verdes alemanes que ha incrementado la dependencia energética del gas y el petróleo ruso. El feminismo radicalizado de la ley del “sí es sí” en España. La frivolidad de determinada izquierda frente al tratamiento del fenómeno “okupa”… Responsabilidades y errores que al alejarse de la centralidad activan el extremismo conservador.
Las organizaciones políticas de izquierda se han convertido en meros artefactos electorales incapaces de generar propuestas concretas de movilización social que hagan posible la transición ecológica (desarrollo de las renovables y de los biocombustibles y el uso del H2 como vector energético) y una revolución digital que tenga en cuenta los intereses de la mayoría. Se trataría de impulsar un nuevo modelo económico e industrial apostando por el desarrollo de la IA (inteligencia artificial) al servicio de los ciudadanos, la computación cuántica en el desarrollo de ordenadores y los nuevos materiales.
En España, el fenómeno de la polarización arranca por una parte de una derecha frustrada por los resultados del 23J, y que parece no haber aceptado la legitimidad del Gobierno de coalición; y por otra parte de una izquierda que para poder gobernar es cada vez más dependiente de las exigencias identitarias de los nacionalismos periféricos.
Cuando se publique este artículo ya se conocerán los resultados de las elecciones autonómicas catalanas, que sin duda van a tener una fuerte repercusión sobre la política española. Sea cuales sean esos resultados, las fuerzas políticas mayoritarias deberían entender que tanto Cataluña como el resto de España necesitan estabilidad y que ésta sólo se consigue gobernando para todos desde el centro y desde la transversalidad. Lo contrario sería un suicidio que debilitaría la democracia que tanto nos ha costado conseguir. Me temo que desde sectores de la derecha más recalcitrante se está apostando por esto último