Piezas en el Museo Egipcio, de Jordi Clos / WIKIPEDIA

Piezas en el Museo Egipcio, de Jordi Clos / WIKIPEDIA

Pensamiento

El egiptomano Jordi Clos, frente al expolio y la barbarie islámica

El hotelero Jordi Clos muestra, con su Museo Egipcio, su defensa numantina de lo privado, pero abierto al público

14 junio, 2020 00:00

Damos por cierto, pero no contrastado, que el explorador Richard Burton descubrió las fuentes del Nilo. Sin embargo, pocos han profundizado tanto en sus misterios como el coleccionista y hotelero barcelonés, Jordi Clos, el accionista de la Cadena Derby, a la que pertenecen los emblemáticos Claris de Barcelona, Urban de Madrid y el Caesar de Londres. Hoy, Clos es uno de los mayores coleccionistas privados del mundo sobre el antiguo Egipto. Da por descontado que la investigación sobre el origen geográfico del gran río que dio vida al país de los faraones, sigue su curso contumaz, pero casi eterno. Recuerda muy a menudo que su pasión por la egiptología empezó cuando apenas tenía 16 años; sin dinero en el bolsillo, encontró un lote de libros en el mercado de viejo de Sant Antoni y convenció a los dueños del puesto para que le vendieran el lote a plazos. Tres años después viajó por primera vez a Egipto; en el Winter Palace de Luxor adquirió su primera pieza, un ushebti, una pequeña estatua que se depositaba en la tumba de los difuntos. Hoy este emblema iniciático está expuesto en el Museo Egipcio de Barcelona, la colección privada abierta al público más importante de Europa.

El mercado del arte egipcio y en general del arte sagrado de la cornisa africana del Mediterráneo ha sufrido la mayor mutación de su historia con el desembarco de los petrodólares de Arabia Saudí y Qatar. Resulta imposible hoy competir con estos compradores compulsivos que han reventado el mercado convirtiéndolo en una lonja inflacionaria sin ningún motivo de fondo. Clos empezó comprando en anticuarios, pero en la etapa del presidente Abbdel Nasser, los egipcios prohibieron las salidas de objetos de arte y el coleccionismo occidental entró en la fiebre de las subastas.

El descontrol de lo público

Las piezas llegaban a Sotheby’s y a Christie’s por arte de magia y allí los precios se multiplicaban. Años más tarde, todo pareció perdido con la llegada del terrorismo islámico; la destrucción sistemática de arte mesopotámico o los atentados en Palmira, en el corazón de Siria, donde el Isis dinamitó la columnata romana de la ciudad, se convirtieron en una amenaza permanente. En Malawi e incluso en el Cairo algunos museos fueron saqueados. Las piezas robadas, dormían un  tiempo y volvían al mercado, pese a su dudoso origen; este trayecto opaco del arte es aparentemente fácil de evitar, pero ha ocurrido en recintos sagrados de prestigio mundial, como el Louvre de París o el British Museum.

Jordi Clos, propietario de Derby Hotels y responsable del Museo Egipcio de Barcelona / EP

Jordi Clos, propietario de Derby Hotels y responsable del Museo Egipcio de Barcelona / EP

Los expertos lo atribuyen al descontrol de lo público acostumbrado a la subvención del Estado de turno y proponen como solución el estilo del Metropolitan de Nueva York, un museo que funciona con patrocinadores privados. Clos está convencido de que las colecciones privadas europeas y norteamericanas han cumplido la función de salvar tesoros de la antigüedad.

La sabiduría entronca con la paciencia

El hotelero y apasionado arqueólogo realiza una defensa numantina de lo privado, pero abierto al público, como el Museo Egipcio de Barcelona, un nido de científicos y estudiosos en la materia ante los que la institución se obliga a homologar solo las piezas que no proceden del expolio. Un coleccionista sustenta su arte en la verdad del origen. Y predica con el ejemplo: Jordi Clos tiene una de las siete estelas de Cleopatra (homologadas) que hay en el mundo.

La autenticidad es el alto precio del oficio de atesorar y mostrar objetos que aportan luz y revisitan el pasado. Para el buen coleccionista, la ascendencia de Tutankhamon, la dinastía Tolomeica o la verdad sobre Akhenatón, el faraón de ojos almendrados y barbilla prominente, son como los volúmenes abiertos de Jakob Mendel. Aquel librero de Stefan Zweig se acurrucaba en el café Gluck de Viena para leer catálogos canturreando en voz baja y balanceándose, como le habían enseñado en la escuela talmúdica. Siguiendo sus pasos, uno cae en la cuenta de que la sabiduría entronca necesariamente con la paciencia. Los arqueólogos que desentrañan de la piedra o del papiro los misterios de hace cinco mil años viven ensimismados (un paraíso). Son como los recolectores de incunables, al estilo de Mendel, cuya atención a la lectura nos ha convertido a los demás en simples paganos.

El lago Victoria

Desde que, en 1922, Carter descubrió el Valle de los Reyes, hasta la inauguración inminente del Grand Egiptian Museum (previsto para mayo de este año) ha transcurrido apenas un siglo. Así de joven es la ciencia que estudia el atractivo mundo remoto. Pinzado entre pirámides y campos de arroz, el Nilo hizo de sus crecidas una civilización. Los  documentados papeles de investigación sobre el gran río arrancan en el África subsahariana.

Específicamente, en la expedición iniciada en 1857 por Richard Burton, junto a John H. Speke, quienes partieron de Zanzivar con una numerosa escolta de beluchistanos, rumbo al corazón del Masai Mara, en Kenia (entonces colonia británica) y del Serengeti (la actual Tanzania), un territorio inabarcable conocido en la etapa colonial francófona, como la Brouse africane.

Las fuentes del Nilo

Aquella expedición alcanzó Tanganica un año más tarde, en 1858, y fue la primera en encontrar el mítico lago Victoria. En su libro Las montañas de la luna (editado ahora por Valdemar), Burton escribió que el misterio de las fuentes del Nilo no había sido resuelto, después de ver la unión entre los dos grandes lagos, el mismo Victoria y el Tanganica, conectados por enormes galerías fluviales subterráneas.

La Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural, que apadrinó intelectualmente los descubrimientos del ochocientos, esperó a que, unos años más tarde, una nueva expedición, la de la Henry Morton Stanley, recorriera de nuevo los dos lagos y diera por válida la fuente soterrada del caudal más frondoso del planeta; más incluso que la fuente del Amazonas, situada de modo incierto en Nevado, en plena Cordillera de los Andes. Así, la disputa sobre las fuentes del Nilo se cerró en falso y para los investigadores actuales el misterio sigue abierto.