Un terremoto de consecuencias impredecibles sacude el mundillo económico madrileño. Se trata del formidable escándalo de los pinchazos telefónicos ilegales sufragados por BBVA, bajo el mando de Francisco González (FG). Entre las víctimas figuran desde el exjefe del Estado Juan Carlos I hasta docenas de empresarios, directivos y políticos.

González se apeó de la cumbre de la entidad en diciembre último, tras casi 20 años de ejercer la jefatura suprema. Se marchó a su casa, pero no del todo. Sigue tan campante, chupando del bote, en calidad de presidente honorífico.

Gracias a esta canonjía, goza de coche con chófer, despacho, secretaria, avión privado y otras mamandurrias. Todo el dispendio corre a cargo del banco, o sea, de sus accionistas.

En los mentideros madrileños se da por seguro que el disfrute de su prestigioso título tiene las horas contadas.

El asunto ha hecho revivir el asalto al BBVA que la constructora Sacyr de Luis del Rivero intentó en 2004. A la sazón, la burbuja inmobiliaria se hallaba en su apogeo por nuestros meridianos, todo el monte era orégano y se ataban los perros con longaniza.

Para preservar la jerarquía de FG –y sus 4 millones de sueldo anual–, el jefe de seguridad del banco contrató a José Manuel Villarejo, comisario de policía jubilado. Éste es probablemente el tipo más peligroso de cuantos merodearon por las fétidas cloacas del Estado. Grabó a todo bicho viviente con el que se reunía, comía o compartía un simple café, durante dos decenios. Asimismo sirvió a una docena de empresas integrantes del Ibex 35 en operaciones más o menos subterráneas. De ahí que el inmenso arsenal de cintas en poder del comisario sea trilita pura.

Villarejo se encuentra en prisión preventiva desde noviembre de 2017. Se le acusa de cohecho, blanqueo de capitales y pertenencia a organizaciones criminales. No se sabe a ciencia cierta quién está filtrando a chorro sus archivos. Quizás es él mismo desde su celda, o bien colaboradores suyos, o alguien que tiene acceso a los documentos.

Meses atrás largó unas comprometedoras conversaciones de la examante del rey emérito Corinna Larsen, en las que ésta revela los presuntos depósitos en paraísos fiscales, los activos ocultos, las comisiones y otros trapicheos del exmonarca.

También filtró la grabación de una comida con el exjuez Baltasar Garzón y la actual ministra de Justicia Dolores Delgado, que a la sazón ejercía de fiscal en la Audiencia Nacional. En el ágape, “Lola”, como la llaman amigablemente los comensales, emplea expresiones tabernarias a porrillo y aplaude a Villarejo cuando éste le narra que tiempo atrás montó un burdel, con el objetivo de que las meretrices sonsacaran información confidencial a los clientes y, llegado el caso, tener munición para chantajearlos.

Lo de BBVA tiene mucha miga. De entrada, evidencia el contubernio del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero con los multimillonarios de Sacyr, a fin de descabalgar a González de la cúspide del banco.

En la conspiración participaron, al parecer, María Teresa Fernández de la Vega, entonces vicepresidenta del Gobierno, y Miguel Sebastián, asesor económico de ZP. Sebastián había ocupado antes la jefatura de estudios de BBVA, hasta que Francisco González decidió olímpicamente prescindir de sus servicios. Desde entonces, Sebastián se la tenía jurada.

De la Vega es ahora máxima dignataria del Consejo de Estado, un sitial donde se cobra mucho y se trabaja más bien poco. No semeja que abrigue la menor intención de presentar la renuncia y perder su espléndido chollo crematístico.

En el lado de BBVA, el parte de daños es enorme, casi diríase que catastrófico. La entidad apoquinó 5 millones de euros a Villarejo por varios menesteres de dudosa licitud, entre ellos el de yugular el acoso de Sacyr. Para esta última finalidad, Villarejo no tuvo otra ocurrencia que pinchar la friolera de 4.000 líneas fijas y móviles de la flor y nata de la capital del Reino, sin orden judicial alguna.

Francisco González no es que salga más o menos quemado de esa guerra sucia. Sale literalmente achicharrado. En su prolongado periplo al frente de BBVA se llenaba la boca y presumía como un pavo real de ser un “banquero ético”, poco menos que la honradez y la decencia personificadas, que jamás tomó una decisión mínimamente cuestionable.

Eso sí, le pareció lo más razonable del mundo embolsarse 80 millones en sueldos durante el curso de su mandato, más una pensión de otros 80 millones al abandonar la poltrona, mientras el innumerable cuerpo de accionistas sufría pérdidas irrecuperables por el desplome del valor en bolsa.

Las fechorías de Villarejo por cuenta del BBVA encierran una larga colección de delitos, aunque es probable que hayan prescrito, pues han transcurrido casi tres lustros desde que se perpetraron. Pero el baldón que arrastrará FG el resto de su vida es de los que hacen época. Más le valdría haberse licenciado cuando tocaba, en vez de forzar el cambio de los estatutos dos veces consecutivas con objeto de perpetuarse como mandamás y seguir devengando sus obscenos sueldos.

González dio muestras sobradas y reiteradas de una codicia sin límites a lo largo de su travesía bancaria. Ahora también sabemos que la entidad que pilotaba desarrolló prácticas propias de una banda mafiosa. Como reza el refranero, la honra es cara de mantener y fácil de perder. Y no hay caída peor que caer el hombre de su honor.