Ana Patricia Botín, adalid de Banco Santander, se ha despedido de Francisco González (FG). Le desea suerte en su nueva etapa de pensionista, tras cesar como primer espada de BBVA.
González cumplirá dentro de pocos meses nada menos que 75 primaveras. Es de subrayar que entre los 132.000 empleados del banco no queda uno solo que rebase los 60 años. Son innumerables los profesionales que, en diversas purgas, pasaron a la escala pasiva.
FG ha batido al frente de la institución un récord de longevidad insólito en los anales financieros occidentales. Para lograrlo, el caballero hubo de forzar dos veces el cambio de los estatutos de la entidad.
El cariñoso saludo de doña Ana Botín a su colega está más que justificado. A buen seguro echará de menos a un tipo como González. Éste, en su calidad de competidor, devino una auténtica bendición para el Santander. No en vano, el banco cántabro le dio sopas con honda al BBVA y le superó en todos los órdenes.
El aterrizaje de González en la jefatura del banco público Argentaria acaeció en 1996, poco después de la llegada de José María Aznar a la Moncloa. FG venía ejerciendo de agente de cambio y bolsa, o sea, de comisionista a destajo. No tenía ni la más remota idea del oficio bancario. Pero era amigo personal de Rodrigo Rato. Y este simple detalle bastó y sobró para catapultarlo a la cima del grupo estatal.
Su caso no es único. Es de recordar que en aquella época Manuel Pizarro desembarcó en Endesa, Alfonso Cortina en Repsol, César Alierta en Tabacalera y Juan Villalonga en Telefónica.
Una vez aposentado en la entidad, González puso en marcha su completa privatización. Más tarde, Argentaria se fusionó con Banco Bilbao Vizcaya. Al mando de la entidad resultante se colocaron, en calidad de copresidentes, González por Argentaria y Emilio Ybarra por BBV.
Cinco años después, en los albores de este milenio, estalló el embrollo de las cuentas secretas que BBV ocultaba en el paraíso fiscal de Jersey. La institución vasca había depositado en esa isla del Canal de la Mancha 225 millones de euros, destinados a ir retribuyendo bajo cuerda a los miembros de su órgano de gobierno.
González aprovechó la oportunidad que le brindaba tamaño escándalo para defenestrar a Ybarra y a todos los consejeros procedentes de BBV. Así, gracias a Jersey, FG devino líder exclusivo y absoluto a finales de 2001. A la vez, se hizo realidad aquella vieja historia del pez chico, Argentaria, que se merienda al pez grande, el BBV.
A la hora de su cese, FG deja la sucesión atada y bien atada. De presidente ha situado a su estrecho colaborador Carlos Torres, que hasta ahora venía desempeñando las funciones de primer ejecutivo. Para consejero delegado ha designado al turco Onur Genç, procedente del banco otomano Garanti. BBVA pagó 7.000 millones por esta entidad, cuyo valor se ha reducido hoy a unos 2.000 millones.
En sus 17 años de factótum, FG no ha tenido miramiento alguno para desembarazarse de quienes podían hacerle sombra. Así, echó con cajas destempladas a dos consejeros delegados, Ángel Cano y José Ignacio Goirigolzarri, a quienes se indemnizó con 26 y 68 millones, respectivamente.
Ahora, con motivo de su salida definitiva, algunos medios han empuñado el botafumeiro para cubrir de incienso a González. Pero lo cierto es que tras tanto tiempo de caudillaje omnímodo, los éxitos del gallego brillan por su ausencia.
Cuando acaparó todo el poder gerencial, BBVA lucía una capitalización de 45.000 millones, mayor que la del Santander. Hoy, el BBVA vale unos 31.000 millones, mientras que el Santander dobla con creces esa cifra y ronda los 64.000. El sorpasso del grupo cántabro al vasco es antológico.
Si del valor total de la institución pasamos al retorno que han obtenido los accionistas, el balance para éstos no puede ser más deplorable. Desde la asunción del poder por González hasta hoy, la tasación bursátil de BBVA ha menguado un 66%.
El ahorrador que adquirió títulos a raíz del encumbramiento de FG hoy pierde dos terceras partes de su inversión. Ciertamente, en el intervalo se han satisfecho buenos dividendos, pero aún así, el menoscabo para la legión de consocios del BBVA es de un 25%.
En medio de semejante descalabro, sólo hay un claro ganador. No es otro que el propio González. Durante su largo mandato, el individuo se ha embolsado más de 160 millones de euros entre sueldos, primas y fondo de pensiones. Sólo en el presente ejercicio se lleva al zurrón un mínimo de 4 millones de euros, pese a que la cotización se ha hundido un 36%.
Semejantes trofeos crematísticos entrañan sin duda un ultraje en toda regla al depauperado cuerpo accionarial.