Jordi Turull está hecho un jabato: su abdomen plano va camino de la tableta que popularizó Cristiano Ronaldo. El hierro le ha devuelto el vigor y el hombre, por lo visto, deviene un jotero de rompe y rasga en el tálamo nupcial. El tono físico de este político ambicioso entierra su melifluo recuerdo y además ha aparcado su aliño Deusto chillón para ponerse al día en materia de camisa y pantalón prieto-guerrero. Me lo han cambiado. Se dio por invitado a la mesa de diálogo Govern-Gobierno, sin atender al memento mori (“recuerda que tú también eres mortal”), que Roma les gritaba a los centuriones victoriosos, siguiendo la costumbre sabina.
Él lleva ventaja en Junts, el partido desmelenado; conserva la metodología política de la antigua Convergència, en la que aprendió a ser un cuadro y a defender al jefe, como se vio en la Comisión del Parlament, que investigó la deixa de Jordi Pujol, la herencia envenenada del abuelo Florenci. Cuando estalló el escándalo, Turull defendió la amenaza del líder carismático en sede legislativa. ¿Se acuerdan? Sí, claro, aquello de que “si removemos el árbol, caerán, todas las hojas, todas”. Dicho lo cual, el exhonorable dejó prieto el culín de peperos y sociatas, se agarró a Turull y salió de la Ciutadella como unas castañuelas. Ahí queda eso.
Después de una larga temporada en la sombra, haciendo huelgas de hambre y sudando carbohidratos en el gimnasio de Lledoners, Turull quiere mandar; manda narices; exige su presencia en los pactos con Pedro Sánchez pensando que Aragonés es un hotelero fondón de mermelada azucarada. No se acordó de que detrás del president, vive un tal Junqueras, encaramado en el frente Buru Batzar de Esquerra, glotón y mitrado herético, con un pie en la Curia, gracias al principio de Quintiliano, Suaviter in Modo fortier in Re (suave en la forma y fuerte en el fondo).
Pero Turull no se detiene; traiciona cuando es necesario. Ahora mismo se sube incluso a las barbas del secretario general de su partido, Jordi Sànchez, un exleninista convertido al independentismo por su amigo Rafael Ribó (qué pronto se te olvidó la letra de La Internacional, camarada). Sánchez está tratando de poner orden en el partido de Laura Borras y Puigdemont; misión imposible. Y por eso Turull se encabrita; sabe que el otro lo tiene perdido y que un liberal siempre ganará a un eurocomunista. ¿O no? Pues quizá no, porque la remodelación de Junts, lejos de Puigdemont, es un esfuerzo serio de Sànchez, con la ayuda externa de David Madí, la mano derecha de Artur Mas en el frente económico nacionalista, y nieto de Joan Baptista Cendrós, fundador de Òmnium Cultural. David lo tiene por bandera, sí señor, y es que las herencias del linaje catalán son de traca.
Convergència imprimió carácter y cada vez que saca la cabeza uno de los de la guardia pretoriana del César hay que pensárselo. Los exconvergentes se han confundido con el procés, pero conocen la ceremonia de la elocuencia --solo esa-- mejor que ERC. Ahora Junts es un partido de mostrencos, pero no olvidemos que les queda el rescoldo de haber sido una escuela de cardenales Mazarinos pegados al vicio de la táctica y de la cartera. Siguiendo este hilo, Turull siempre quiso ser Pigmalión, pero quedará en Rasputín.
Este abogado, exconseller de la Generalitat y ex concejal de Parets del Vallès, lo tumbó todo el día que dijo que los muchachos que rodeaban el Parlament --el 2011 del Aturem el Parlament-- eran rojos, que odiaban las corbatas. Al cabo de pocos años, él se radicalizó inopinadamente envuelto en la estelada y casi estuvo a punto de convertirse en president del Govern, en aquella votación de la mayoría simple interrumpida por el juicio del procés. No es que sea mal tipo; solo es un pelmazo, que va hecho un pincel desde que salió del trullo.