Si le aplicamos a la política el principio shakesperiano del drama dentro del drama, aceptaremos la vuelta a la normalidad, que asoma ya con el nombramiento de Isabel Perelló en la presidencia del CGPJ. Un gancho en la mandíbula batiente de la Justicia que no acepta la amnistía salida del poder legislativo.
De entrada, Sánchez no ha convocado para noviembre un congreso del PSOE “a la búlgara”, como dice la convaleciente derecha dura. Más bien parece que la vía búlgara sea la de Arran, un grupúsculo de la calle, en el que confían los juntaires para expulsar el inglés y el castellano de los rótulos de Barcelona, en beneficio del catalán, lengua única, como el Alto Alemán de Goebbels. Sea como sea, en Barcelona, una ciudad de 200 idiomas, nunca se agotará el gusto por los paseos delante de comercios de lujo, con gente elegantemente vestida acompañada de corgis, aquellos perros paticortos que tanto gustan en Buckingham Palace.
Lo que no está nada mal es que el Govern haya renovado, en el traspaso de Rodalies, a Pere Macias, un convergente de toda la vida, ingeniero de caminos en la huella indeleble de Duran Farell y de Bosch Aymerich, este segundo, antiguo y ocasional profesor particular de matemáticas de José Vilarasau (cima de La Caixa) y del exalcalde Enric Masó.
Con Macias, la eficiencia le gana la partida al sectarismo político. El aeropuerto de El Prat depende del comité técnico que explora las intenciones del president de la Generalitat, Salvador Illa, dispuesto a mejorar la conectividad sin poner en riesgo el equilibrio medioambiental. Y algo parecido ocurre en el proyecto Hard Rock de Tarragona, descartados los beneficios fiscales.
Casi nadie cree ya en los valores implacables de la nación catalana ni del pannacionalismo español, ingredientes de la casi tragedia, visión heroica del nihilismo. Hacerse el Cándido o el Quijote garantiza la invulnerabilidad en tas tablas, pero no en las instituciones. Lo hemos visto en Sajonia y Turingia, los länder alemanes pasto del populismo de AfD, el partido nazi que invoca a Hitler desde la pobreza endémica. En la antigua Alemania del Este reinan el aislacionismo, la queja como costumbre y la solución fácil, un sarampión del último catalanismo duro.
Si caemos en la tentación de Edipo, habrá ganado la opacidad del mundo, el choque entre la intención subjetiva y el destino colectivo. Alemania, señoreada por líderes que propugnan un nuevo austericidio, es el pasado. La UE es liberal y escéptica, pero también es federal; tiene que poner en marcha medios para la reactivación de su PIB conjunto. Lo contrario es tontear al borde de una depresión, la inclinación del nacionalismo italiano y el laisez passer de Macron.
Sánchez trata de convencer a los suyos de que el brío de su política internacional depende de la movilización de sus votantes. Quiere sustituir a Espadas por la vicepresidenta Montero en Andalucía y resolver la duda de Juan Lobato en Madrid. Moncloa necesita un consenso mayor, si quiere seguir influyendo en Bruselas. La frialdad mortecina de Sajonia y Turingia duele especialmente entre nosotros. Los länder azules se merecen un no imperativo, igual que la Bulgaria catalana.