Cataluña sabe manejar a su serpiente emplumada; aquí, los acentos permanecen inalterables, mientras que las locuras políticas, como la de Puigdemont, se absorben como la caliza maneja la lluvia. Al día siguiente, no ha pasado nada. Y avanzamos.
En el pacto PSC-ERC no se habla de concierto económico. La nueva Generalitat no tiene nada que ver con las diputaciones forales de País Vasco y Navarra. No se rompe nada y menos España, que seguirá siendo un modelo federal imperfecto, al que el president, Salvador Illa, llama “espacio compartido”, miembro del espacio europeo de “horizonte federal”. Pas mal, digno de un filósofo capaz de aportar el pensamiento crítico a la gestión de lo público. Este encaje resulta un reto, especialmente aquí, en un lugar caótico del Mediterráneo en el que las criaturas del fondo marino suben a la superficie para revolverse junto a las sandías rojas y las uvas moradas.
Salvador Illa levanta una Generalitat que quiere servir al ciudadano; cumple el trazado institucional sembrado durante años por Miquel Iceta, el superviviente, que aprendió a metabolizar la aspiración catalana en el Madrid de Narcís Serra y Felipe González, en los años ochenta. Él le imprime al lobi catalán actual la misma potencia de aquel momento; ha tendido el lazo a empresas como Aena, Indra y Renfe y ha establecido una entente con el Grupo La Caixa a través de la figura del prosocialista Ángel Simón, expresidente de Agbar, CEO de Criteria y número dos de Isidro Fainé, presidente de la Fundación La Caixa, accionista del primer grupo financiero de España.
Criteria ya se reforzó en Telefónica para echar un cable al Gobierno en sus planes para paliar los efectos del desembarco de los saudís de STC en la operadora y no olvidemos que se hizo con el 3% de Puig, en el estreno de la química fina en el Ibex. La malla de Criteria es la de la abeja reina que domina la colonia desde Barcelona, aunque su sede bancaria, su pulmón, esté en Valencia y la sede de su mayor accionista, la Fundación, se encuentre en Palma de Mallorca.
De su mano se hacen amigos y se combate a enemigos, como el Aznar de 1996-2004, que quiso refundar las élites colocando a sus amigos en la cima de las grandes corporaciones de entonces (Repsol, Telefónica, Tabacalera, Aena, etcétera) utilizando de señuelo la guerra entre los núcleos accionariales, como BBVA y La Caixa. La llamada banca industrial tan denostada expresa la fuerza del eje financiero en la economía española y señala, sobre todo, la enorme concentración de capital que se está produciendo. La socialdemocracia quiere ser el árbitro de esta concentración; frente a la pasividad del PP, el socialismo moderado se implica en la acumulación bruta del capital (inversión).
El PSC es un partido transversal; atraviesa los idearios de la vieja lucha de clases para disputar los espacios de poder que determinan la hegemonía. Está marcado por una dualidad permanente integrada por los que desempeñan el poder y los que lo forjan, como Pasqual Maragall y Raimon Obiols, como Montilla y Zaragoza o como Salvador Illa y Miquel Iceta.
La socialdemocracia se lo hace valer; lo vale por pura prudencia y fiabilidad institucional. No es una pintura sin disfraz; tiene tonalidades del ámbar que a menudo son difíciles de ver, pero están, como le ocurre al pacto sobre la vivienda, que firmaron Illa y su socia, la líder de Comuns, Jéssica Albiach. La prioridad es la gente, combatir la precariedad de muchos con el despliegue legislativo hasta conformar un escudo social. Pero el poder tiene otras formas de atraer extremos y suavizar conflictos, especialmente el que genera la enorme desigualdad social de hoy y el que separa a Cataluña de España. El aterrizaje en su momento de Maurici Lucena en la presidencia de Aena o la de Marc Murtra en Indra, fundamentadas por Iceta y Sánchez, nos hablan de estas otras formas. Me dirán que a La Caixa la acompañan los fondos Blackrock, Bank of America o Morgan Stanley, y por qué no, si refuerzan el valor y extraen beneficios, son el mercado.
No está en juego ninguna burguesía –¿cómo no sea la del siglo XIX?–, la adjetivación historicista (no el sujeto) de los que manejan los poderes económicos y civiles, como Foment, el Cercle d’Economia y los consejos sociales de las universidades; o como el Polo, el Círculo del Liceo, el Ecuestre, el Golf de la Ricarda o el Tiro de Pichón. Sí, poderes económicos y civiles, un foro que nunca han compartido –ahora llegan con Illa– el Ateneu o el Institut d’Estudis Catalans, emblemas de la cultura vernácula.
La ligazón PSOE-PSC va más allá del Govern, el Ayuntamiento de Barcelona, el de Lleida y las diputaciones. Se entronca en España el modelo vertebrador, lejos del aislacionismo nacionalista. Es una malla de instancias y posibilidades que se teje desde las colmenas en busca de la soberanía, sin la sumisión de nadie; edifica lentamente, como la metamorfosis de la abeja reina.