No hay día en el que no se especule sobre cómo será la sentencia que la Sala Segunda del Tribunal Supremo dictará en septiembre u octubre sobre el procés. No hay político o famoso que pise los medios soberanistas para ser entrevistado al que no se le pregunte por ello, particularmente si es de fuera de Cataluña con el fin de encontrar palabras favorables a un veredicto benigno o un escenario de indultos. Normalmente, se sugieren los dos.

Ayer le tocó el turno a José Luis Rodríguez Zapatero en RAC1. Se esforzó por dar una imagen amable y exhibió ese “buen talante” que siempre es de agradecer en el tono, aunque a estas alturas la apelación al “diálogo con Cataluña” cuando en realidad se habla siempre del secesionismo resulta exasperante para el catalán constitucionalista.

La entrevista brindó al soberanismo grandes titulares gracias a las preguntas incisivas de Jordi Basté, conocedor de las debilidades antropológicas del personaje a quien le sacó petróleo en varias ocasiones. Por ejemplo, para fustigar a Miquel Iceta, que quedó como un auténtico desalmado por no querer visitar a los presos mientras el bueno de Zapatero confesó haber hablado telefónicamente con Oriol Junqueras, no más de un minuto, que solo sirvió para confesarse mutuamente como partidarios del “diálogo”. También se mostró favorable a “estudiar posibles indultos, si lo piden”, lo cual fue otro regalo para los oídos de Basté.

Un expresidente del Gobierno debería tener más contención verbal y rechazar preguntas sobre escenarios de futuro cuando hay jueces deliberando. El respeto a la separación de poderes exige saber esperar y hablar ahora de indultos es condicionar, se quiera o no, el trabajo de los magistrados. En definitiva, saber estar callado en lugar de optar por caer simpático a la audiencia de Basté y al propio periodista.

Pero lo más dañino de las respuestas de Zapatero es cuando afirmó: “esperemos que la sentencia del Supremo no comprometa el diálogo”, reforzando así el paralelismo que el independentismo está ya trazando con el veredicto del Constitucional en 2010 sobre el Estatut. El objetivo es que se levante un clamor social por la absolución o, cuanto menos, por una sentencia muy suave con el argumento de que el problema político “por lo menos, que no lo estropee más”. Las trompetas de los medios soberanistas nos avisan de que, como el juicio al procés ha sido el más importante del siglo, la sentencia será determinante, decisiva, para el futuro de Cataluña. Si cayeran muchos años de cárcel, el secesionismo recobraría enormes fuerzas, repiten. Y si fuera benigna, aunque habría menos enfado, también, porque igualmente “lo volveremos a hacer”, nos avisan. Así que, elijan ustedes.

La frase de Zapatero, “esperemos que la sentencia del Supremo no comprometa el diálogo”, es desalentadora porque, primero, condiciona un diálogo político en el marco constitucional a la decisión independiente y en conciencia de unos jueces y, segundo, lanza una especie de profecía del agrado del separatismo. Recuerda mucho al vaticinio sobre la famosa “desafección” de la que avisó José Montilla y que luego tantas veces los nacionalistas utilizaron para argumentar su conversión al soberanismo. Pues bien, si la sentencia del Supremo atiende a los razonamientos de la Fiscalía, imaginen una condena por rebelión rebajada con el atenuante de haber acatado ipso facto la aplicación del artículo 155. Es decir, igualmente, con unos cuantos años de cárcel nos repetirán un millón de veces que el diálogo ha quedado roto, negativamente comprometido para siempre y por segunda vez, como ya advirtió el visionario de Zapatero. Si es que con estos amigos, quien necesita enemigos.