Por cuestiones de orden procesal se ha demorado el juicio, pero la espada de Damocles sigue pendiente, cinco años después de los hechos, y la incertidumbre sobre el porvenir ya se vive como una condena, sobre las cabezas de dos concejales --Jordi Masnou y Carmen Aragonés-- y el jefe de policía local --Carles Santacreu-- de Pineda de Mar.

Ellos tres presuntamente presionaron y amenazaron al director y el gerente de dos hoteles, donde se alojaban 500 agentes de la Policía Nacional que formaban parte del operativo para frustrar el referéndum ilegal de 2017: o los expulsaban de inmediato o el hotel sería cerrado, por orden administrativa.

Después de la visita a los hoteleros, la señora Aragonés salió por la tele diciendo que “se había llegado a un acuerdo” con la dirección de los hoteles para que la policía no se alojase allí. Recuerdo aquel momento, y el bochorno que sentí.

“Llegar a un acuerdo” era un eufemismo chirriante. Cabe suponer que en el juicio los abogados alegarán que sus defendidos no amenazaron a nadie, sino que persuadieron a los hoteleros de que echasen a los policías, haciéndoles ver la posibilidad de que se produjesen males mayores, como por ejemplo un asalto de los manifestantes al hotel, o enfrentamientos físicos con los policías.

También cabe suponer que el fiscal querrá averiguar los argumentos exactos de tan persuasiva retórica de los políticos y el policía local, y cuál fue el milagroso “acuerdo” que se alcanzó. Porque así, de entrada, no es muy verosímil que un hotelero renuncie alegremente al negocio suculento de la ocupación de 500 plazas en sus establecimientos sin obtener nada a cambio: o bien se le ofreció algún tipo de compensación, monetaria o de otra índole --y en este caso nos encontraríamos con un posible delito de soborno o malversación de fondos-- o bien, efectivamente, se ejercieron presiones y amenazas.

Lo que está fuera de duda es que los 500 policías tuvieron que liar el petate y largarse al día siguiente, y por cierto que no muy contentos. Para todos y cada uno de ellos y para la mayoría de los catalanes, que estaban contra el procés y sus filibusteros, fue un hecho verdaderamente asombroso y un ultraje.

Y una demostración de mansedumbre franciscana por parte de los mandos de la Policía Nacional, que, por lo menos visto a la distancia y en frío, hubieran debido detener ipso facto a los concejales y al jefe de la policía local, para después dispersar sin contemplaciones a tan temible multitud.

El de Pineda es un caso más en la gran cantidad de episodios singulares --algunos aberrantes, otros penosos o pueriles-- relacionados con el procés. Aquí en concreto nos encontramos con unos funcionarios del Estado (concejales, policía local) que presuntamente sabotean el trabajo de otros funcionarios (Policía Nacional). Aquí nos encontramos con 800 vecinos que, solamente a base de gritos, expulsan a 500 agentes armados. Aquí nos encontramos con unos burgueses del PSC con cargo consistorial que, en vez de condecorar a un empresario por haber facilitado la tarea de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado dándoles alojamiento, (supuestamente) le amenazan con represalias, según los usos del tiempo de la dictadura o como cuando la señora Rahola era concejal de Barcelona e iba por los parkings diciéndole al empleado: “Usted no sabe con quién está hablando”.

En fin, ¡con lo bonito que es Pineda de Mar! Lo recuerdo como un pueblo maravilloso, habitado por gente muy simpática. In illo tempore tuve allí una amiga. Ella tenía un hijo muy gracioso. Lo educaban en la inmersión, y a lo peor en el 2017 formó parte, espero que no, de aquella muta exacerbada por la atmósfera insurreccional creada artificialmente por los filibusteros del procés y su prensa.

En cuanto a los señores Masnou, Aragonés y Santacreu, nos gustaría, aunque nos cueste, creer que en realidad estuvieron de parte de la legalidad democrática y constitucional, a favor de la policía y en contra del procés, pero actuaron como actuaron por miedo a que se produjese una desgracia.

Espero que sus abogados nos convenzan, y, sobre todo, que convenzan al juez. Sea como sea, cabe suponer que estarán pensando que en aquel momento infausto se dejaron llevar por el zeitgeist, tomaron una iniciativa extravagante y se metieron en un callejón bastante largo y oscuro.