El policía Trapero, la otra noche, estando en un párking con un camarada, vio a lo lejos cómo dos individuos violentaban un coche y salían corriendo. Los dos mossos estaban fuera de servicio, pero no obstante salieron corriendo tras los dos malhechores y les echaron el lazo.
Ignoro en qué categoría está Trapero, no sé si es “mayor” o “ex mayor” desde que le destituyeron porque durante el juicio en el que estaba acusado por su participación, o su pasividad, durante el referéndum ilegal del 1-O, contó que para aquellas fechas tenía preparado un dispositivo para detener a Puigdemont en cuanto el juez se lo ordenase. Aquello sentó muy mal entre los patriotas. Les sonó a traición. Lo han tenido durante estos años sentado a un escritorio en no sé qué oscura comisaría, dando tamponazos sobre albaranes y mirando el teléfono silencioso...
El caso es que la otra noche, estando fuera de servicio, con un camarada, en un párking, a la salida de una cena, vio a dos individuos sospechosos que salían de un coche aparcado y se echaban a correr. Trapero y su colega no se lo pensaron dos veces: salieron en su persecución y les detuvieron. Eran dos delincuentes, especializados en desvalijar coches…
Ignoramos –y nos da igual– si esta noticia ha trascendido como parte de una campaña de imagen del propio señor Trapero. Ignoramos si los dos delincuentes, tras tomárseles la declaración en la comisaría, fueron puestos de inmediato en libertad, como suele pasar. Lo importante es el gesto de Trapero y su colega. Lo importante es que estaban “fuera de servicio”, pero actuaron como si estuvieran en activo. Lo cual es especialmente meritorio en un país donde todo el mundo tiende a cumplir su deber estrictamente durante el horario de trabajo. Luego se baja la persiana y hasta mañana que nadie moleste.
La policía es la excepción. La historia de “un policía que pasaba por allí, aunque estaba fuera de servicio, irrumpió en el escenario del crimen y se enfrentó a los maleantes” es bastante habitual, frecuente es leerlo en la prensa. Y lo leo con admiración: “pasaba un policía fuera de servicio y se lanzó a la persecución del delincuente…”. Hasta en Nueva York, hace unos años, un agente de la Benemérita que estaba de turista por allí salió en persecución de un carterista por la Quinta Avenida, a la voz de “¡Alto a la guardia civil!”. El bandido debió quedar desconcertado. El alcalde de Nueva York condecoró al “tricornio”.
En el reciente libro de Manuel Calderón sobre Puig Antich (ed. Tusquets) también aparecen provincialmente un par de policías fuera de servicio que, en busca de una tasca para tomar el aperitivo, casualmente pasaban por la calle donde los asaltadores de bancos del M.I.L. estaban cometiendo una de sus fechorías, e intervinieron para frustrarlo.
A mí, como a todo el mundo, me causan repulsión algunos agentes de policía (especialmente los adscritos al control y vigilancia del tráfico rodado), por su avidez extractiva y su acreditada chulería de pistolos con uniforme. Pero admiro a otros por su abnegación que no declina cuando se acaba el turno y es hora de volver a casa, sino que siguen al servicio de la ley y del ciudadano las 24 horas. Como, en la anécdota citada, el señor Trapero y su colega.
Y ya que he citado el caso de Puig Antich, diré que no es la menor de las paradojas de mi vida que, aunque en aquellos días de su ejecución los “grises” me apalearon a porrazos en el subterráneo del metro de la plaza Catalunya, y mentalmente juré odio eterno a los maderos, con el paso de los años he llegado a la conclusión de que en nuestra democracia, donde los jueces son “progresistas” o “conservadores” –o sea que por definición renuncian a la imparcialidad–, donde la Seguridad Social ha colapsado (hay que hacerse de una mutua), y de la palabra de los políticos no te puedes fiar, porque necesitan mentir –se lo exige la carrera por alcanzar el poder–… toda mi convicción democrática, toda mi confianza en el Estado de derecho, y mi (relativo) orgullo de ciudadano descansan en sólo dos estamentos: la monarquía –en los momentos más turbadores y decisivos no me falló el rey Juan Carlos I, ni me ha fallado su hijo Felipe VI– y la policía.
De vez en cuando lees en la sección de sucesos de los periódicos esta clase de noticias: “aunque han pasado seis años desde el asesinato de Fulanito de tal, la policía no cerró el caso, y gracias a la aparición de nuevos indicios ha logrado identificar y detener al asesino…”. Caramba, esto me parece admirable.
Como me lo parece el gesto intrépido y decidido de Trapero y su camarada de los Mossos, saliendo, sin pensárselo dos veces, a por los sórdidos desvalijadores del oscuro párking. Modesta hazaña con la que Trapero se hace perdonar, por lo menos para mí, las paellas con la Rahola. Viva Trapero.