Catalanes insistiendo en Rusia
No sé por qué extraña que Junts y la Rusia de Putin hicieran de entrada buenos vodkas, que es como que allende los Urales se traduce lo de hacer buenas migas. Unos buscaban desesperadamente alguien, en Europa, que les hiciera un mínimo caso después de que les cerraran la puerta en las narices en todas partes. Los otros buscaban a alguien tan burro que pensara que les hacían caso. O sea, estaban destinados a encontrarse. Para los rusos, que son los inteligentes en dicha alianza, fue pan comido hacer creer a los catalanes que les interesaba su conflicto político, cuando en realidad les importaba un carajo y sólo pretendían averiguar si podían ganar algo con ello, como llevan siglos haciendo. Claro está que tardaron poco en darse cuenta de que aquellos catalanes que les visitaban en Moscú eran poco menos que viajantes de comercio --unos trasuntos del Sazatornil de La Escopeta Nacional--, que es a lo máximo que han aspirado los líderes catalanes en toda la historia.
--Si nos prestan a 10.000 de sus soldados, además de pagarles el viaje les regalaremos a cada uno un fuet de Vic. ¿Hace?
No es la primera vez que los rusos se las tienen que ver con catalanes lunáticos que no saben nada de guerra ni de revoluciones, esos viajes solicitando ayuda se están convirtiendo en tradición. En los años treinta, una delegación de la izquierda revolucionaria catalana encabezada por Andreu Nin, se plantó en Moscú y consiguió una entrevista ni más ni menos que con Trotski, quien por aquel entonces, todavía sin piolet que le asomara en la cabeza, era el jefe del Ejército Rojo. Los catalanes le pidieron al dirigente ruso armas para llevar a cabo la revolución en Cataluña. Trotski les dejó hablar, los escuchó, y cuando terminaron les preguntó si tenían al ejército de su parte. Respondieron los catalanes que con el ejército ni siquiera habían conversado, que la revolución la iba a llevar a cabo el pueblo. Entonces el dirigente soviético sonrió condescendientemente, se levantó y se largó de la habitación, dando la reunión por finalizada. Jamás hubo armas. Trotski, perro viejo, sabía que estaba perdiendo el tiempo con unos iluminados que creían que las revoluciones se ganan poniendo ilusión en ellas.
El ruso a quien le tocara en suerte entrevistarse con los enviados de Puigdemont, debió de sentirse Trotski. Se vio sentado ante unos tipos que le hablarían de la revolución de las sonrisas, de mandato popular, de cuanta dignidad, de ni un paso atrás, de las calles serán siempre nuestras y de volver a hacerlo. A terminar, el funcionario les preguntó si su líder había muerto en las refriegas o había sido hecho prisionero y les alentaba desde una oscura cárcel a seguir luchando.
--No, nada de eso. En cuanto hubo una pequeña refriega, sin más armas que porras, se escondió en un coche y huyó del país. Ahora reside en un palacete en Bélgica.
Entonces el funcionario ruso sonrió condescendientemente, se levantó y se largó de la habitación, dando la reunión por finalizada. Jamás hubo soldados rusos en Cataluña. Sabía que estaba perdiendo el tiempo con unos iluminados que creían que las revoluciones se ganan con cobardes.
La alianza duró lo que duró porque era como intentar mezclar aceite y agua. Rusia, en palabras de Churchill, es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. Junts, por su parte, es algo tan transparente que no hay misterio alguno, todo el mundo sabe que son unos vividores intentando estirar su estatus hasta donde sea posible, y luego Dios dirá. Eso no tenía futuro alguno ni regalando un fuet a cada soldado.