Juan Trejo

Juan Trejo SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

Letras

Juan Trejo: “La historia de las víctimas de la heroína todavía está por contar”

El escritor barcelonés regresa a las librerías con Nela, 1979 (Tusquets), una novela donde cuenta, a través de la biografía de su hermana mayor, la historia de las víctimas de la heroína en los años iniciales de la Transición

30 septiembre, 2024 00:41

Era 1979. Nela fallecía en un hospital de Valencia. Tenía veintiún años. Se había marchado de casa de sus padres, inmigrantes que, años antes, habían dejado Extremadura para instalarse en Barcelona, con quince años. Rebelde, inconformista, soñadora e ingenua, Nela representaba una generación que aspiraba a cambiar las cosas y que, muy pronto, se dio cuenta que ese cambio de modelo no iba a darse o, por lo menos, no iba a darse como había sido proyectado por ellos. Sueños de transformación y frustración, esto es lo que marcó a esa generación y lo que marcó a Nela, una de las primeras fallecidas por heroína. Era 1979, todavía pasaría algunos años para que se acuñara el concepto de “epidemia de heroína”, con el que se aludiría a los estragos que esta droga provocaría en la década de los ochenta. Juan Trejo es el hermano pequeño de Nela. Era tan solo un niño de nueve años cuando ella murió. En Nela 1979 (Tusquets) reconstruye su historia. Son pocos los datos, así que tiene que rastrear, buscar a quienes la conocieron, al joven italiano de quien se enamoró. Nela 1979 es la historia de esa joven, pero también de la reconstrucción de su historia. Al mismo tiempo, es la historia de unos padres que no supieron cómo hacer a cuanto estaba sucediendo y de una ciudad, Barcelona, que se está transformando como lo hace también una sociedad. 

Si repasamos su trayectoria, La barrera del sonido era, hasta el momento, su novela más personal o, por lo menos, más autobiográfica con ese protagonista que identificábamos con usted. Con Nela 1979, nos presenta un libro de no ficción sobre su hermana y su familia. ¿Cómo ha sido dar este salto hacia lo explícitamente personal y biográfico?

Para mí no ha sido realmente un salto. En La barrera del sonido, como dices, ya entraba en el terreno de lo personal, pero lo hacía desde la ficción. Necesito de la ficción para poder hablar de mí. En el caso de Nela 1979, la protagonista es mi hermana, es de ella de quien hablo. Es cierto que también hablo de mis padres, de mi entorno familiar, pero no soy yo el protagonista. Y, como te decía, para mí escribir Nela 1979 no ha supuesto un salto drástico, ante todo, porque he utilizado muchísimos elementos novelescos a la hora de escribirlo. Era consciente de que yo no iba a poder escribir una crónica, un libro como el de mi buena amiga Cristina Rivera Garza, El último verano de Liliana, o en la línea de Carrère. A diferencia de ellos, y esto es importante, yo tenía muy poca información, de ahí que, literariamente hablando, Nela 1979 haya sido hasta ahora el libro que más me ha exigido a la hora de escribir.

Juan Trejo

Juan Trejo SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

¿Se sentía limitado al tener poca información y no poder recurrir a la ficción?

Siempre he pensado que, a nivel creativo, la limitación agudiza el ingenio. Como te decía, tenía algunos datos, muchos de ellos obtenidos tras una investigación, pero eran pocos. Y tenía claro que no podía ser infiel al recuerdo de mi hermana. Por tanto, ¿tenía una limitación? Quizás, pero, al mismo tiempo disponía de todas las herramientas de la literatura para intentar contar esta historia y a ellas he recurrido.

¿Nela 1979 es un libro de madurez? Me refiero a si es un libro que solo ahora, con el paso del tiempo, ha podido escribir.

Sin duda. Se trata de un libro muy exigente a nivel formal y que aborda una historia y unos temas que, precisamente por su carácter personal, requerían ser narrados desde una distancia para, entre otras cosas, no caer en lo sentimental, en el rencor o en la nostalgia. Es decir, necesitaba la distancia para poder mirar con cierto sentido de ecuanimidad aquello que quería y necesitaba contar. 

El punto de partida es la historia de su hermana, pero el libro más allá: es la historia de la inmigración, de una Barcelona que ya no existe, de conflictos de clase y de generación…

El punto de partida, efectivamente, es el intento de recuperar el recuerdo de mi hermana, pero, al carecer muchos datos, me di cuenta nada más comenzar a escribir que tenía que indagar en sus circunstancias y su contexto para poder contar su historia. Era imprescindible. A medida que indagaba y entrevistaba a gente para obtener testimonios de aquella época, me di cuenta también de que Nela representaba una época, unos jóvenes y a una ciudad muy concreta y de que el olvido de su historia representaba también el olvido colectivo de esa época y sus protagonistas. A esto hay que tener en cuenta que contar la vida de alguien es contar todo aquello que envuelve esa vida y esto es lo que intentado hacer, narrar su entorno y, a partir de este entorno, intentar saber más de ella. 

Juan Trejo

Juan Trejo SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

Cuando se habla de la epidemia de la heroína se hace referencia a los ochenta. Su hermana murió en 1979 y usted apunta, al respecto, que no hay que confundir, lo que sucedió en los ochenta con el consumo de la heroína a finales de los setenta.

Cuando supe, siendo ya un adolescente, que mi hermana había consumido heroína, yo mismo la metí en el mismo saco de la generación siguiente. Había vivido los ochenta, había visto lo que sucedía con la heroína e incluí a mi hermana en ese relato, pero me equivocaba. Hay que tener en cuenta que, todavía hoy, hay mucho prejuicio sobre el tema de la heroína, mucho silencio y un gran estigma que impide ver lo que sucedió con su consumo con los matices necesarios. Se podría decir que mi hermana, fue pionera, pionera para mal: su generación es al de los primeros consumidores de heroína. El consumo estaba vinculado con la contracultura, con el “rollo”, tal y como se decía en Barcelona. Estaba asociado a las clases medias y altas, pero no exclusivamente. Mi hermana era hija de inmigrantes, pero estaba ahí puesto que en esa contracultura había cierta transversalidad. Y el consumo de las drogas estaba asociado a un deseo de cambio personal y de modelo de vida. Se consumía desde el desconocimiento: tanto mi hermana y como el resto de esos primeros consumidores consumían sin saber las consecuencias por una voluntad de transgresión, de transgresión vital, por decirlo de alguna manera, no exenta de mucha ingenuidad. Esa ingenuidad generacional fue un terrible hándicap para ellos, porque terminaron pagando un precio muy elevado.

Ese deseo de transgresión iba acompañado de un sentimiento de frustración por un cambio de modelo que no terminaba de llegar.

Sí, se pasó del entusiasmo a la decepción rápidamente. Este proceso tuvo lugar en poco tiempo, desde el 73 hasta el 78/79, es decir, desde poco antes de la muerte de Franco hasta las primeras elecciones con las que se establece la democracia representativa que marcará, con lo bueno y con lo malo, el imperio de los partidos políticos. Esa generación de jóvenes descubrió muy rápida y dolorosamente que el cambio que ellos proponían, cambio que no era estrictamente de régimen político, sino de toda una forma de vida, no iba a darse. Lidiar con eso fue muy frustrante y llevó a optar por la heroína, que no es una droga de comunidad como lo mejor el hachís, el ácido, el LSD, sino una droga que aísla, que ensimisma, una droga refugio ante todo lo demás. 

'Nela, 1979'

'Nela, 1979' TUSQUETS

En esta transgresión, hay en el caso de su hermana una voluntad de pensar en nuevo modelo también de mujer. 

En las partes del libro en las que narro desde su punto de vista, intenté ser muy cuidadoso con no dotarla le opiniones e ideas que nunca llegó a expresar o de las que yo no tengo constancia. Sí sé, por el relato de mis otros hermanos y por mis propios recuerdos, que en Nela había una preocupación por escapar de ese modelo tradicional de mujer, pero esta preocupación no era teórica. Por entonces, en España, no se tenía acceso a libros, ensayos y debates de pensamiento feminista. Sin embargo, diría que en ella sí había una reivindicación personal en tanto que mujer y un deseo de conocerse a través de su propio cuerpo; no había miedo a ser mujer y había un firme deseo de no repetir ese modelo tradicional que le habían intentado inculcar. Dicho esto, no la puedo definir como una joven feminista, porque no había una teorización al respecto de todo ello. Esto no quita, sin embargo, que se puede leer su vida desde una perspectiva feminista, pero sin olvidar que, al fin y al cabo, estamos de una niña bastante inocente. Ella se va de casa con solo quince años. Es cierto que, en aquellos años setenta, los quinces años de entonces no son los de ahora: mi hermano trabajaba desde los catorce y una chica de quince era considerada ya una mujer. La adolescencia, tal y como la pensamos ahora, es una franja vital que se fue imponiendo tiempo después. Cuando entrevisté a Pep Bernadas, me repitió muchas veces que esa época era una mezcla de inocencia y transgresión. 

Usted era un niño, el pequeño de tres hermanos de los que le separa bastante años. En el libro, se entremezcla la mirada del niño, pero también de ese adulto que crece en un contexto social distinto, que tiene una adolescencia completamente distinta…

Es cierto. Mi hermana Carmen, que es la anterior a mí, tiene ocho años más. Esos ochos son una gran diferencia, es casi una generación. Ella empieza a ser adolescente antes de la muerte de Franco, mientras que yo entro en la adolescencia en los ochenta. Un contexto y una sociedad completamente distintos. Cuando murió Nela, yo era un niño, era el testigo, aquel que podrá contar la historia, pero que podrá contarla precisamente por la distancia que le separa de los hechos. Por esto, decía que este libro no lo hubiera podido escribir antes: para hacerlo, necesitaba no solo ser mayor, sino ser incluso padre, para dejar de verme como el hermano pequeño. De hecho, cuando escribo dejo de ser el pequeño, porque ha pasado el tiempo para mí, pero Nela sigue teniendo 21 años y siempre los tendrá; siempre será inocente y siempre estará marcada por esas malas decisiones tomadas por su ingenuidad. Ahora, con mi edad, podría ser el padre de Nela, que cuando murió tenía la edad de mis hijos. Y este particular salto temporal implica por mi parte haber adquirido cierta perspectiva con respecto a los hechos, unos hechos, y esto ha sido lo más doloroso, que ya no puedo cambiar.

Hubiera sido diferente en una obra de ficción.

Mi hijo mayor me lo ha señalado varias veces. Me dijo, tras leer el libro, “no salvas a Nela”, pero no puedo salvarla, como tampoco puedo redimir a mis padres. No puedo cambiar los hechos.

Anna María Iglesia y Juan Trejo

Anna María Iglesia y Juan Trejo SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

Hablando de los padres, el libro es también un intento de entender a los padres, de entender sus decisiones, aunque sea desde la máxima discrepancia.

Yo no comparto la visión de mis padres respecto a muchas cosas, en concreto respecto al duelo. Sin embargo, aunque no lo comparto, intento comprenderlo y lo respeto, aunque esto hizo que yo el verdadero duelo lo viviera ahora, mientras escribía el libro, y no en su momento. Ahora, con la distancia, pudiendo ver a Nela con mayor equidad y justicia, es cuando he podido vivir mucho más su pérdida. 

Sus padres y Nela reflejan también un momento muy concreto en el que el choque generacional fue particularmente fuerte.

Es cierto, se produjo una ruptura a nivel social y cultural, una ruptura que se produjo en todo el país. Y precisamente por esto, a la hora de escribir, me di cuenta de que necesitaba hablar más de mis padres en el libro, darles más protagonismo. Podría haberme centrado más en otros personajes -mi hermano, el hermano de la pareja de Nela- sin embargo, los únicos personajes claves, más allá de mi hermana, era mis padres. Hablamos de un momento, los setenta, en el que en España se vivieron hechos definitorios para el futuro. A esto se añadía, en el caso de mi familia, las circunstancias concretas de mis padres: emigran de un pequeño pueblo de Extremadura a Barcelona a buscar un futuro mejor para sus hijos y se encuentran con que el suelo se ha desplazado bajo sus pies de una manera muy radical. Ellos, que son tradicionales, de repente se encuentran con que una de sus hijas ha salido rebelde, una hija con otras inquietudes, que desea otras posibilidades para su vida y que se enfrenta a ellos y les enfrenta al modelo de vida que ellos le inculcan una alternativa. El diálogo entre mis padres y Nela era imposible: se encontraban en polos totalmente opuestos.

Para su padre, llegar a Barcelona y prosperar era ya de por sí cumplir un sueño. ¿No comprendía las demandas de su hija?

Nunca entendieron sus demandas. Esa generación miraba a sus hijos y se preguntaba, “pero ¿qué pedís? ¿Cuál es el problema?” Y el problema era la base de la que partían, la visión ideológica. Para los hijos de esa generación, sus padres representaban un modelo a rechazar. Mi hermana Nela fue drástica y lo fue siendo muy joven, mientras que mis padres y, sobre todo, mi padre no sabía qué hacer. Se preguntaban qué habían hecho mal para que las cosas salieran así. No tenían capacidad para reaccionar de otra manera. Hicieron lo que pudieron.Por esto, tras la muerte de Nela y, años después, tras la muerte de mi padre, mi madre optó por el silencio. Esto es lo había aprendido en su vida: ante algo que no se entiende, uno hace silencio, lo pone de lado y hace como si no existiera. 

El silencio de su madre es el de toda una generación, de todo un país, que, durante décadas, vivió en el silencio de no contar, de no revelar, de hacer como si nada: es el silencio de la guerra, de la posguerra, de los muertos.

Sí, la generación de mis padres creció, efectivamente, en el silencio. Esa generación tuvo que mirar para otro lado, tuvo que olvidar muy rápido episodios y vivencias terribles vinculadas con la guerra y con la posguerra y tuvo que tragar muchas cosas sin poder hablar de ellas. Además, esa generación ha tenido que pagar dos veces el precio del olvido: por un lado, ha sido olvidada muy rápidamente a nivel social. Cuando llegó la Transición, la sociedad los borró, puesto que formaban parte del pasado. Por otro lado, es la generación que actualmente más está sufriendo la enfermedad del Alzheimer. Y el olvido de esos muertos de la guerra civil, esos muertos en la cuneta y esos muertos de la posguerra se convierte en una especie de práctica, en la práctica del olvido que perdura más allá de la Transición. Lo vemos en la forma en que hemos olvidado los muertos por la heroína y por el Sida, pero también por aquellos que se quedaron por el camino con la reforma industrial. Y esto es porque somos herederos de un régimen político que nos ha acostumbrado a recordar ciertas cosas con mucha intensidad y olvidar otras como si no hubieran existido.

En este sentido, su libro abre un relato que todavía está por escribir: ¿Hemos contado la vertiente lúdica de los ochenta, pero no la otra cara de la moneda?

-Efectivamente. Cuando empieza la Transición, en términos culturales, se opta por lo lúdico y, si se quiere, por lo monetizable. Esto se entiende puesto que es una forma de relajo para la presión que se había padecido hasta entonces. Pero no podemos detenernos solo en lo lúdico, puesto que, al mismo tiempo, en la sociedad existía una sensación de frustración y también existía toda una parte de la sociedad que no encontraba su sitio, que se tuvo que readaptar de inmediato. Por tanto, efectivamente, hay otra cara de la moneda, hay una cara B a esa diversión y a ese supuesto paraíso económico que se está imponiendo. Volviendo a tu pregunta, toda esta es una historia todavía por contar; es cierto que ha habido una dignificación del cine quinqui y de esa mitologización de los bandoleros modernos y de su relación con las drogas, pero no se ha contado la historia cotidiana, el drama que supuso para la gente corriente. No hay que olvidar que la heroína no solo acabó con miles de jóvenes, sino que obligó a esos familiares que tuvieron que lidiar con aquellas muertes a enfrentarse a un duelo que no les tocaba y a lidiar con la vergüenza y el estigma social. Se tachó de apestados a los que fallecieron y, de rebote, a sus familiares. Ahora no podemos revivir a quienes perdieron la vida, pero podemos darles un final más digno. Esto es lo que he intentado hacer con esta novela a partir de la historia de mi hermana y es algo que, creo, deberíamos hacer en términos colectivos. 

Juan Trejo

Juan Trejo SIMÓN SÁNCHEZ Barcelona

Su libro es también el relato de una Barcelona que ya no existe, una Barcelona en la que las Ramblas no eran turística, sino lugar de transgresión.

Es interesante ver cómo toda esa zona fue tomada por una parte de la juventud. Hace pocos días, una lectora me decía que ella vivía en la plaza San Felip Neri, pero que, de repente, empezaron a llegar los chicos de la zona alta y la ocuparon, dejando de los vecinos. Esa apropiación que hubo de ciertas partes de la ciudad fue una forma de reivindicación de un modo de vida. Hablamos de una época en la Barcelona no era una ciudad fácil, sino que tenía muchos problemas. Había muchas ciudades y mi hermana encontró su lugar en esa Barcelona que se apropió esos jóvenes de la contracultura provenientes de la burguesía, si bien ella no pertenecía a esa clase. Tradicionalmente la burguesía ha tenido cierto temor al aburrimiento y se ha aprovechado de la energía de la clase trabajadora para poder vivir sus sueños. Y si bien el movimiento contracultural fue bastante transversal gente como mi hermana, proveniente de clase trabajadora, no tardó en entender que, incluso, en una vida alternativa había un orden social muy claro.

¿Usted siempre tuvo claro que quería ser escritor?

Mi afán y mi querencia por escribir nace de mi familia, de las historias, de las batallitas y, incluso, de las Aventis que se contaban. Yo era el niño, era el que escuchaba las historias de mis padres sobre los maquis o las aventuras de mi hermano; yo tenía poco que contar siendo niño, así que escuchaba, pero, en el fondo, también quería contar mis propias aventuras y supongo que fue ese deseo el que me llevó a escribir. El impulso de escribir es lo primero. De hecho, el impulso de contar historias también es lo que me va a llevar a ser profesor de literatura.

¿De verdad?

Absolutamente, y eso que llegué tarde a la docencia, con treinta y seis o treinta y siete años. Fui durante 12 años profesor de secundaria en un colegio donde me encontré con alumnos muy lectores. Fue estupendo. Compatibilizaba las clases con un curso que impartía en la librería La Central y con mi docencia en la facultad de traducción de la UAB y en la Escuela de escritura. Desde hace tres años soy profesor para la Universidad de Dartmouth: cuando traen a Barcelona grupos de alumnos, yo soy el profesor que durante un trimestre les doy clases de literatura y cultura española. Recuerdo que fue dar la primera clase y pensar que eso era lo mío. Dar clase me encanta. No se trata solo de enseñar una materia o de transmitir unos conocimientos, sino de compartir una visión del mundo. Como alumno, tú no recuerdas el día que aprendiste el complemento directo o aprendiste de memoria un dato sobre en Lazarillo. Lo que te queda como alumno es el ambiente que crea el profesor en el aula, lo que ahí sucede. Para mí, la clase es el lugar en el que se crea una especie de comunión entre profesor y alumnos, es el lugar donde se comparten y se transmiten muchas cosas, no solo meros conceptos.