Son conmovedores los esfuerzos de los periodistas gubernamentales por convencer a la ciudadanía responsable, que está justamente preocupada, de que el nombramiento del señor Illa como presidente de la Generalitat significa “el fin del procés”, y de que los pactos con los ercos no suponen un cupo vasco para Cataluña, no implican el fin de la caja común ni de la solidaridad entre las regiones, no remachan la imposición lingüística. “España no se rompe”.
En cuanto a este sintagma, que sólo usan ellos, como denota un temor ridículo –es tal el peso del concepto “España” que la sola idea de “romperla” suena a exageración, a disparate, a alucinación de falangistas–, se diría que habilita al Gobierno para cometer cualquier ocurrencia o desafuero, ya que en el fondo nada verdaderamente grave pasará, a nada sustancial afectará… España no se rompe…
La prensa gubernamental, de forma más o menos declarada o vergonzante, argumenta que, al fin y al cabo, esos pactos entre Pedro Sánchez y ERC quedan justificados por el bien superior de hacer a Illa president, y de todas maneras no podrán llevarse a cumplimiento, ya que para ello necesitarán, en el momento de la verdad, recabar el respaldo en el Congreso de una mayoría de votos que las “derechas y ultraderechas” y algún mediopensionista sin duda les negarán.
De manera que todo se quedará en palabrería, papel mojado e intenciones impostadas. Según esa prensa, el pacto es lo bastante ambiguo para permitir que los socialistas recuperen la Generalitat, que era de lo que se trataba, y luego ya se irá viendo sobre la marcha cómo se incumple lo pactado. Y qui dia passa, any empeny.
Todo esto denota una concepción cínica de la palabra dada que está en las antípodas de lo que antiguamente se consideraba virilidad y honestidad, y más próxima a los ambientes sórdidos donde chalanean los pícaros, los tahúres, los estafadores, los liantes y los vendedores de moneda falsa.
Vista la alarma entre algunos votantes socialistas, y entre los barones territoriales, que se juegan el cargo, ha tenido que manifestarse la vicepresidenta del Gobierno, la señora María Jesús Montero, para pedir a los suyos un voto de confianza ciega en el presidente del Gobierno, asegurando que con este pacto no se “rompe” nada, que en su momento ya se verá que encaja a las mil maravillas en la armonía universal, no perjudica, sino que beneficia a todas las comunidades.
En cuanto a las declaraciones desde Bruselas del señor Borrell –al que la señora Montero graciosamente le reconoce acierto en sus posicionamientos sobre otros asuntos de orden internacional–, en las que ha lamentado que “el modelo de financiación pactado es confederal” y que es “una victoria postmortem del procés”, resulta que hay que tomarlas a beneficio de inventario de quien ciertamente fue importante en el espíritu y el poder socialistas, pero que ahora ya pertenece –como Felipe González, Alfonso Guerra y demás figuras del socialismo tradicional prepopulista– a un tiempo caduco, a la mentalidad inmovilista de una generación esclerótica que ya ha rendido sus servicios y ahora debería, si no asentir, callarse. Sólo le faltaba a Montero insinuar que Borrell está senil. Y pas à la jeunesse!
Y mientras, sus portavoces del aparato de agitprop reclaman, preocupados, algo desconcertados, que el Gobierno “haga pedagogía” de las virtudes del pacto, entendiéndose que las masas son cazurras, Federico y demás fachas las tienen angustiadas, y necesitan que se les expongan argumentos sencillos y comprensibles, con lemas seductores que puedan aprenderse de memoria, para tragar con una rueda de molino de tan colosal tamaño.
En efecto, aunque será difícil presentar cesiones tan obvias y rupturistas que, con mucha razón, los ercos han firmado como una victoria en toda regla (y avisan de que vigilarán su exacto cumplimiento), no es imposible que los intelectuales a sueldo del Gobierno redacten y hagan circular por todas sus terminales mediáticas un argumentario “pedagógico”, tranquilizador y convincente para sus votantes, visto que estos ya digirieron sin pestañear embustes previos, como la firme decisión de NO amnistiar a los golpistas (“¡No, no y no! ¡Se lo repito cuantas veces quiera! ¡No impulsaremos una amnistía! ¡Es una mentira de la derecha!”), o “traeré a Puigdemont de vuelta a España y lo llevaremos ante la justicia”, que ya hemos visto cómo han acabado: como embustes purísimos, sin mácula de verdad.
El procés, que frenaron los demócratas catalanes, Rajoy, el Rey, la policía y el poder judicial, no ha muerto, sólo se ha transformado, por eso precisamente se insiste tanto en que con el nombramiento de Illa se acabó. Como en El gatopardo, “si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Han cambiado, eso sí, las caras y los nombres: en vez de Aragonès, Illa; en vez de ERC, PSC. Y el procés sigue, tal como estaba, saltando de mentira en mentira.