Gabriel Ferrater y la política
Jordi Ibáñez Fanés explora el pensamiento y la vida política del poeta catalán en un ensayo-pastiche de inspiración oral que explica la difícil relación de los escritores con el catalanismo
21 noviembre, 2022 19:35“Però resulta que hi ha els detalls”. Esta frase de Gabriel Ferrater en su Curs de literatura catalana contemporània, recopilación de las lecciones que el poeta impartió en la universidad entre 1965 y 1967 sobre la materia, sirve a Jordi Ibáñez Fanés como hilo conductor para construir la meditación especular de Ferrater i la política (Edicions del Molí de Dalt, 2022), un ensayo que ya se cuenta entre las aportaciones más valientes y lúcidas hechas en este año del centenario. Si el ensayo narrativo de Jordi Amat, Vèncer la por, se centraba en descubrir a la persona tras el personaje, Ferrater i la política viene a iluminar aspectos del pensamiento de Ferrater que hasta ahora no se habían enjuiciado con la debida atención. Como demuestra Ibáñez, Ferrater, en cuanto que sujeto histórico y político, es una liebre muy difícil de atrapar, sobre todo si tenemos en cuenta el bosque quemado y cenagoso de nuestra historia.
Jordi Ibáñez empieza advirtiendo que su ensayo es un pastiche del propio estilo oral de Ferrater en sus lecciones, en su mayoría transcripciones de grabaciones en las que el poeta, con impecable oratoria y aquella inconfundible voz herrumbrosa, analiza la obra de Josep Carner, J. V. Foix, Carles Riba, Joaquim Ruyra, Victor Català y Josep Pla. Como dice Ibáñez, nadie nunca ha hablado así, ni antes ni después, de la literatura catalana. Ferrater era en ese momento un intelectual desubicado, autor ya de una importante obra crítica y poética, pero que en realidad solo había publicado tres poemarios.
Todas sus pesquisas como estudioso, por ejemplo la estética, habían quedado inconclusas, como iba a suceder también con los trabajos de lingüística que entonces había iniciado con entusiasmo. Su poesía, además, se había inaugurado con un poema, 'In Memoriamp, que prometía una indagación a la vez autobiográfica y colectiva de su experiencia moral, escrita en un estilo transparente y con una lengua muy viva. Su voz, sin embargo, sin abandonar el registro coloquial, se fue poco a poco replegando en un mundo de referencias privadas, símbolos y alusiones crípticas que no hizo sino oscurecerse aún más cuando su primer poemario, Da nuces pueris (1960), fue recibido por la oficialidad de entonces, como explica Amat en su libro, con bastante hostilidad. “Si no me habéis entendido”, parecía decir, “a partir de ahora aún me entenderéis menos”.
En sus lecciones, Ferrater indaga en la difícil relación que la mayoría de escritores catalanes mantuvieron con el catalanismo y todo lo que esa idea supuso a lo largo de la compleja y traumática historia del siglo XX. Foix, por ejemplo, se desentendió muy pronto del mundo de sus mayores, como los poetas ingleses de la generación de Robert Graves, que se divorciaron del mundo moderno tras la carnicería de la Primera Guerra Mundial. Por su parte, tanto Carner como Riba acabaron distanciándose de la Lliga y de Cambó y emprendieron un camino de exilio interior y exterior que Ferrater tuvo muy en cuenta. El propio Ferrater tampoco se libró del sentimiento de rechazo hacia la generación de sus padres por considerarla culpable de haber llevado el país a una guerra civil y luego a una dictadura. Todo eso contribuyó a que el poeta recibiera una herencia envenenada que hacía muy difícil hablar con claridad, franqueza y complicidad de la historia común, tan llena de cadáveres, silencios, manipulaciones y abstracciones ideológicas.
Como se reprochó a sí mismo en el poema 'Els aristòcrates', Ferrater no se veía capaz de escribir “els detallats poemes que us escriviu”, refiriéndose a sus admirados Borges y Lowell, dos patricios americanos que podían sentir el “asco de la historia” integrado en sus propios huesos de una manera que a Ferrater le estaba vedada porque su propio asco (“Tinc història prop. En tinc el fàstic.”) no tenía propiamente historia, relato: “El fàstic meu (fet vell perquè ningú no en diu la història)”. Nadie se atrevía a hablar de qué estaba hecho ese asco histórico, que sin embargo estaba ahí, como un usufructo maldito. No es casual que en sus lecciones, al hablar de la ausencia de una gran tradición novelística en catalán, Ferrater señale que la “máquina de tortura” del catalanismo fuera probablemente la razón por la que sus escritores no se hubieran atrevido a dramatizar los problemas intestinos de la burguesía propia, que siempre acababa por representarse en oposición a España.
En 'Els aristòcrates', Ferrater se define como un plebeyo que sólo habla de generalidades, incapaz de escuchar los recuerdos de las mujeres “en la casa densa”, es decir, de mantener viva y aireada la tradición. ¿Dónde han quedado los detalles? La poesía de Ferrater está llena de ellos, pero a menudo sólo son reconocidos por los que logran adivinar el acertijo, el private joke de los amigos o el trovar clus del cenáculo. En sus lecciones sobre literatura catalana, Ferrater se emplea a fondo en hacer aflorar los detalles ocultos de la poesía de Foix o de Riba, tratando de entender por qué aquellos grandes poetas se ocultaron en sus poemas o por qué los mejores prosistas no fueron capaces de fundar una tradición novelística. (El propio Josep Pla admitía que había fracasado a la hora de retratar a la burguesía catalana, a su juicio una de las más singulares de Europa). El Curs de literatura catalana se ha convertido por ello no solo en un alto ejercicio de exégesis sino también en una tácita prospección psicoanalítica acerca del malestar en la propia cultura.
Y cincuenta años después de la muerte de Ferrater, otro escritor catalán, Jordi Ibáñez, en una época que ha vuelto a ser tan convulsa como la del tardofranquismo, decide escribir un ensayo sobre la relación de Gabriel Ferrater con la política superponiendo su propia voz a la voz del poeta en sus lecciones. Más allá del homenaje, conviene tomarse ese ejercicio ventrílocuo como un gesto crítico de primera magnitud. Jordi Ibáñez ha escrito en la última década algunos de los mejores libros que se han publicado en catalán, tanto en verso como en prosa. Véanse sobre todo el largo poema Un lloc perillós (2016), el ensayo narrativo Un quartet (2019) o la reciente novela Infern, Purgatori, Paradís (2021), una compleja y atrevida dramatización del clima moral y político del procés.
A pesar de su calidad –o precisamente por ello–, esos libros no han tenido apenas reseñas ni difusión en Cataluña. Solo la versión castellana que el propio autor hizo de Infierno, Purgatorio, Paraíso ha gozado de una mayor atención y ha merecido incluso el Premio de la Crítica. No se trata ahora de comparar a Ferrater con Jordi Ibáñez sino de tomarse en serio la voz de un escritor ambicioso que sin embargo no ha encontrado respuesta ni aceptación en la sociedad literaria de su lengua y que, sin ningún tipo de resentimiento ni de referencia alguna a su propio caso –importa subrayarlo–, retoma el vuelo moral y crítico de las lecciones de Ferrater para seguir hablando de los detalles en el seno de una cultura que se empeña en discutir solo de generalidades.
A lo largo de sinuosas digresiones, Ibáñez va trenzando una poderosa reflexión sobre la vida política de un poeta que sentía la tradición francesa más cercana y propia que la española, que dominaba su lengua materna como pocos pero que al mismo tiempo detestaba la peste de las ideologías y al nacionalismo más que a ninguna. Ferrater habló de la “esquizofrenia” inevitable que suponía el hecho de que los catalanes tuvieran el dinero y el proletariado hablara castellano, que era entonces la lengua del “opresor”, razón por la cual el nacionalismo siempre terminaba por ser un movimiento reaccionario, como más tarde también advertiría Tarradellas.
Los oprimidos eran a la vez opresores de una clase trabajadora que sin embargo hablaba la lengua del opresor. ¿Cómo se podía respirar políticamente en una situación así? Hay un momento muy interesante en que Ibáñez trae a colación una observación de Ferrater a propósito de la utilización que Francesc Cambó hizo de Carles Riba, obligándole a traducir a Plutarco para que luego el propio Cambó pudiera poner sus notas a las Vidas paralelas y lucirse, algo que afortunadamente no se produjo pero que, a juicio de Ferrater, solo hubiera servido para afirmar la existencia de Cambó como representante del nacionalismo en Cataluña, aunque, matiza Ferrater, ni él ni los grandes prohombres de la Lliga fueron patriotas.
Ibáñez se detiene en ese matiz entre nacionalismo y patriotismo, para deslizar una reflexión esencial en lo que al propio Ferrater atañe:
“¿Por qué no eran patriotas pero sí nacionalistas los hombres de la Lliga (y los amigos convergentes, como si dijéramos)? Pues porque el nacionalismo era la gran cortina de humo para el negocio, para la pela, para los intereses de clase y los negocios ligados al poder, al detalle de tener o no tener el poder en tus manos. […] Pero el hecho es que los nacionalistas de la Lliga no eran patriotas. El patriota era Riba, eso en el contexto está muy claro. Un Riba furioso y encadenado a la rueda de tortura del catalanismo. Y sobre la patria y el patriotismo, vayan al famoso último verso de poema [de Ferrater] dedicado a Carner en Les dones i els dies, aquel final: “Mots que romanen, / mentre ens varien els dies i se’ns muden els sentits, / oferts perquè els tornem a entendre. Com una pàtria.” Las palabras son como una patria. Y las mujeres –las chicas– son lo que anima esa patria. La juventud, en definitiva, si tenemos en cuenta la preocupación expresada en las cartas a su hermano Joan por los excesos de la policía, de los grises, en aquellos años sesenta. Palabras y cuerpos, lenguaje y voces, y vida. La vida con recorrido y llena de energía, la buena vida animal”.
A la luz de todo ello, Ferrater aparece como alguien que se pasó la vida huyendo de imposiciones de “sentido”, fuera este cual fuera, tratando de desembarazarse de las abstracciones y de sus ideólogos, de la tiranía de la Historia Universal, preocupado solo por rescatar los restos de existencia verdadera que habían quedado entre las ruinas del mito de la salvación, atento al puro ser animal, al hombre como pariente de las bestias, a todo eso que Auden llamaba Dame Kind. Como dice en el 'Poema inacabat' –el otro poema largo en el que tampoco pudo explicar con todo detalle lo que de verdad quería contar, materia siempre postergada–, el alma no es sino el minúsculo fuego de la luciérnaga que es el cuerpo (“l’ànima, aquest minúscul foc / d’una cuca de llum: el cos”).
Ibáñez termina con un comentario brillante acerca de esta cuestión, hilvanando a Sánchez Ferlosio y a Adorno (“hay que intentar vivir de tal manera que se pueda llegar a creer que se ha sido un buen animal”), para rematar:
“Todo está aquí, en realidad, o todo comienza a partir de aquí. Ser capaces de pensar la política a partir de individuos que a la hora de hacer examen de conciencia puedan preguntarse si “se ha sido un buen animal”, y no, obviamente, un pedazo de animal. Eso sería la versión equivocada, la versión estúpidamente humana. El pedazo no vale. El pedazo, ya lo saben ustedes, solo sirve para echarlo a la cazuela. Lo que cuenta es el animal entero, la integridad, la decencia y la atención a los detalles como un todo, con la vergüenza del pasado convertida en una lección para el presente y una exigencia para el futuro”.
Con su pastiche, Jordi Ibáñez ha conseguido, sin levantar la voz ni hacer aspavientos, hablar de los detalles que muy pocos quieren oír y, al mismo tiempo, honrar lo mejor de la tradición poética e intelectual catalana, esa misma que va desapareciendo a fuerza de esencialismos estériles. Y al hacerlo, ha dado él mismo una lección de decencia, pues Ferrater es siempre un espejo que obliga a verse más allá de las imágenes preconcebidas que uno pueda tener tanto de sí mismo como de su propio país. Ferrater i la política se completa con una coda titulada Les veus que canten y en la que el autor prosigue su meditación pero ya a propósito de por qué cantamos, por qué escribimos poesía, por qué nuestra voz necesita elevarse de vez en cuando y perderse en el magma del anonimato, en la canción de nuestra especie. “Hay cosas”, dice Ibáñez en algún momento, “que solo se pueden decir cantando”. Tal vez por eso Gabriel Ferrater dijo que la poesía era el lenguaje más exacto, que en verso se puede decir absolutamente todo, aunque solo sea para unos cuantos, la poesía y la amistad entendidas como un resto que todavía canta.