Vigencia de Gabriel Ferrater / DANIEL ROSELL

Vigencia de Gabriel Ferrater / DANIEL ROSELL

Letras

Gabriel Ferrater, retrato de un semejante

Jordi Amat relata en ‘Vencer el miedo’ (Tusquets) la trayectoria vital, llena de desvíos y espejismos, de Gabriel Ferrater, canonizado como uno de los poetas malditos de la literatura en catalán

28 abril, 2022 00:05

A Andreu Jaume, editor ejemplar, le hemos oído decir más de una vez que uno de los libros potencialmente más interesantes sobre la cultura catalana –que no es exactamente la que se expresa en este idioma, sino la que nace del cruce y la promiscuidad fecunda con otras influencias, especialmente todas aquellas que proscribe el nacionalismo– sería una biografía intelectual del Gabriel Ferrater (1922-1972), un niño bien de Reus venido a menos y con el eterno síndrome de Peter Pan que, tras su suicidio, consumado antes de los cincuenta años, con la alevosía de ser anunciado de antemano, como si fuera la obertura de una obra de arte, trágica y perfecta, se ha convertido en uno de los mitos recurrentes del malditismo de salón.

Acaso se deba a que no existe nada más seductor que esa hegemonía que conceden los demás, muchas veces como autoabsolución, con independencia del peso de los méritos y la carga de los deméritos. El suicidio no tiene nada de poético, a pesar del arquetipo cultural creado por el Romanticismo, como tampoco la poesía guarda una relación de equivalencia exacta con el sufrimiento y la frustración. Todos padecemos cosas, pero sólo los grandes poetas hacen de su dolor el de todos. Ferrater, que trastocó su apellido –su hermano Joan, siguiendo la tradición de la antítesis fraternal, conservó el original: Ferraté–, responde con facilidad a esta mitología del vate atormentado, brillante como lector, políglota diletante, escritor que no (siempre) escribe, inútil para desenvolverse en la vida doméstica y alma fatalmente perdida –salvo en la búsqueda del consuelo de las mujeres– para una existencia vulgar.

gabriel ferrater el poeta olvidado que se suicidó a los 50 para no oler a viejo

La suya es la historia de un tipo que nunca encontró su sitio. Alguien sin método ni disciplina para terminar nada, pero con aspiraciones de mandarín: lingüista aficionado sin haber practicado antes el arte de la gramática, tertuliano capaz de deslumbrar con su inteligencia natural –este talento se lo reconocen hasta personajes como Félix de Azúa o Francisco Rico– y que nunca encontró la manera de ganarse la vida ni tampoco quiso empezar y terminar algo sin atenuar o asesinar previamente su propio entusiasmo. La estampa, sin duda, es atractiva.

Cuestión distinta es la fidelidad entre los hechos de su vida, objetivados y enmarcados el contexto ideológico de su tiempo, y el reflejo que aún proyecta su espejo, donde, junto a las exageraciones propias de la amistad, influye la endogamia de quienes se sienten eternamente perseguidos, aunque nadie les haya prestado la atención que lamentan haber perdido. El síndrome de los adolescentes. Esther Tusquets, la editora de Lumen, lo expresó con una sinceridad admirable tras la muerte (prematura) de Ferrater: el día de su suicidio público (el íntimo aconteció antes) hubo muchos elogios y lamentos, pero cuando se encontraba en el fondo del pozo –tan presente en algunos de sus poemas– no le ayudó nadie. En España –esto es indudable– enterramos mejor que en ningún otro sitio. Para una parte de la intelligentsia en Cataluña, además, no son necesarios los milagros para adquirir la condición de santo cultural. Basta y sobra con haberse cruzado una sola vez con uno de estos elegidos cercanos para exaltar una excepcionalidad que, pese a ser individual, suele interpretarse en clave comunal.

Retrato de Jordi Amat en 'Crónica Global' / LENA PRIETO

Jordi Amat, filólogo formado en la escuela biográfica de Anna Caballé, ha escrito, coincidiendo con el centenario del poeta de Reus, una documentada aproximación vital sobre la figura de Ferrater –Vencer el miedo (Tusquets)– que recorre al universo sentimental del autor de Les dones i els dies, al que se reivindica como un autor cuya trascendencia se compara con la obra de los grandes intelectuales europeos. Amat abre su libro con una escena que subraya este ideal: el velatorio de Carles Riba, su antecesor en la línea (imaginaria) de la cultura catalana. El autor de Da nuces pueris no había publicado todavía ninguno de sus libros, pero, según su biógrafo, encarnaba una revolución artística de índole moral: “Una manera más honesta de concebir la imaginación literaria para mirar la vida con plena lucidez”.

Se trata de una lectura de Ferrater perfectamente lícita, aunque muchos de los datos biográficos recogidos a continuación en Vencer el miedo retraten a una criatura opuesta, diletante, cambiante, a ratos despechada; un artista inadaptado que malgastó su talento en las barras de los bares –véanse los retratos que hace Amat de los soliloquios de Ferrater en el Carioca o en el Mesón de Sant Cugat– y que, al margen de su leyenda, no cabe decir exactamente que fuera un intelectual desafortunado, orillado por la ingratísima fortuna.

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El poeta catalán trabajó para insignes editoriales, formó parte del sanedrín de Seix Barral en su etapa dorada, influyó desde dentro –la cátedra del jurado– en el Prix Formentor, recibió los favores de Carmen Balcells e impartió clases en la universidad sin ser licenciado, amparándose en esa picaresca (cultural) que presenta como extraordinarias algunas estafas tan lamentables como la trampa de contratarlo como jardinero para que ejerciera de docente, tal y como contó (piadosamente) el periodista Carles Gelli en El País hace unos años, calificando como “cuestiones administrativas” la falta de méritos académicos.

Sin que estas circunstancias afecten a sus dotes como poeta, incluso como rapsoda, dichos episodios –hablamos de una biografía cuyo anhelo es fijar un modelo de conducta– contradicen la ejemplaridad (al menos, biográfica) de Ferrater y lo acercan a la verdad de su época, una España donde los méritos individuales, si existían, requerían contar con la anuencia de la pandilla y el sanedrín, foros ansiosos de ejercer como cenáculos. En este punto, el libro de Amat muestra el sustrato –todavía vigente– de parte de la cultura oficial catalana, que en esta cuestión tampoco es singular, sino ecuménica: equiparable a la que oficia en otras muchas latitudes geográficas.

Da nuces pueris   Gabriel Ferrater

Vencer el miedo replica, con variantes, la fórmula narrativa que Amat ya puso en práctica –con éxito editorial– en El hijo del chófer, su biografía de Alfons Quintà, otro suicida con relevancia pública. El biógrafo adopta la perspectiva de un narrador externo a los hechos que recrea con abundancia de detalles, en base a datos y a probabilidades, los avatares y las peripecias de Ferrater, introduciendo muestras documentales para enriquecer un relato donde se entremezclan, igual que en cualquier vida ordinaria, instantes capitales con anécdotas banales, tan características del género secular de las vidas de santos.

Hay, no obstante, instantes interesantes. Por ejemplo, cuando se resalta que Ferrater escribió algunos poemas tempranos en inglés. Este hecho, presentado como una singularidad de corte simbólico, omite que poetas como Cernuda, de una generación anterior, a la que el propio Ferrater calificaba como "sobrevalorada", habían abierto mucho antes las puertas de la percepción a la sabia lección de los metafísicos ingleses, introduciendo el código prosaico en una tradición literaria que, encantada de conocerse, había ido perdiendo capacidad expresiva y casi toda su verdad. Esta es la senda por la que transitan los escritores de la Generación del 50, en especial Gil de Biedma o José Agustín Goytisolo, cuya originalidad, en el fondo, es una suerte de continuidad, lo que por otra parte no les resta méritos.

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La voluntad de Ferrater para avanzar por este sendero es quizás su gran contribución a la renovación del lenguaje poético: “Si los poetas queremos encontrar audiencia, debemos volver a la Edad Media, hacernos humildes, tener un poco de imaginación y procurar que la gente nos entienda”. È ben trovato. Se trataba, en cualquier caso, de una sensación atmosférica, propia del momento. Idéntica percepción existía, sin ir más lejos, en el ámbito literario de Hispanoamérica, como certifica el fenómeno de los poetas comunicantes –Benedetti, Cardenal et alii– y, sobre todo, Nicanor Parra, cima de esta voluntad de adelantarse al futuro de la poesía mediante las enseñanzas del pasado. Al lector había que aludirlo, no eludirlo.

Desde este punto de vista, Ferrater no es especialmente innovador; a lo sumo, alguien bien informado del ánimo que palpita en el marco literario de su tiempo. Que sus peroratas de ginebra Giró fueran momentos grotescamente teatrales, en un contexto donde el personal suele tomarse muy en serio a sí mismo, lo humaniza, pero no lo convierte en un crítico literario infalible. Decir que “la literatura española está llena de monjas y frailes y apesta a sacristía” es una boutade equiparable a confundir toda la literatura escrita en catalán con el incienso de Jacint Verdaguer (ilustre sacerdote), la inquietud religiosa de Joan Maragall, el amor por la retórica bíblica de Salvador Espriu o el catecismo (laico) de Martí i Pol, por poner algunos casos de poetas de una catalanidad cuyo Vaticano no ha salido de los dominios de Montserrat.

Gabriel Ferrater

Acaso lo que quepa agradecerle a Ferrater, como evidencia un episodio que Amat incluye en su biografía gracias a una carta de José María Valverde, en nuestra opinión un personaje más cercano al intelectual de ámbito europeo, es su decisión de “escribir en catalán como si hacerlo no fuera un problema”. Una actitud que salva –“con elegancia”– la eterna y ridícula batalla entre la pureza de la cultura en catalán y la falsa contaminación de los colonos, tan presente en el discurso político cotidiano. A Ferrater, como a cualquier otro escritor, debe juzgársele por su obra –breve, pero con indudables hallazgos– más que por la máscara artificial bajo la que normalizó su hastío personal. La leyenda no lo mejora, aunque lo haya hecho perdurable.

Amat hace en su libro un trabajo a fondo como historiador literario, navegando por los años de la infancia de Ferrater, sus hazañas prostibularias o los tanteos por encontrar una voz poética. Pero la verdadera imagen del personaje sigue encerrada en sus tres libros, publicados en poco más de un lustro, en los que comienza escribiendo como un poeta diáfano, moderno, sin duda prometedor, que, al encerrarse en su intimidad doliente, termina entregándose al hermetismo de los que se cancelan a sí mismos. Un poeta que se refuta. Que se arrepiente. Y que, ante su fracaso, opta por emular al padre y encarnar el retrato de su semejante. Quizás para dotar de una verdad postrera a sus versos: “(...) Éramos / el recuerdo que tenemos ahora. Éramos / esta imagenÍdolos de nosotros / para la fe sumisa de después”.