Sara Barquinero

Sara Barquinero F.D. QUIJANO (E.E.)

Letras

Sara Barquinero: "No creemos en la capacidad de nuestros gestos políticos y, por eso, cada vez somos más diminutos"

La escritora zaragozana, autora de Los escorpiones (Lumen), reflexiona sobre la pérdida de espontaneidad en internet y la convergencia entre las teorías de la conspiración, el suicidio y la depresión que predominan en las redes

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Los escorpiones (Lumen) es de esas novelas que marcan un punto de inflexión. Antes de su publicación, la novela de Sara Barquinero ya daba de qué hablar. Sus más de ochocientas páginas no dejaban indiferente; sin embargo, no es la extensión lo que define esta segunda obra de la escritora zaragozana, que debutó con Estaré sola y sin fiesta. Si algo define Los escorpiones es la extraordinaria ambición literaria de su autora, que la concibió como una novela de novelas, al estilo de 2666 de Roberto Bolaño, donde cada una de las partes tiene un estilo, un tono y un narrador distinto. Los escorpiones indaga sobre el concepto de conspiración a través de varios personajes relacionados con una trama conspiranoica que induce al suicidio. La red, el aislamiento, el individualismo, la falta de perspectivas , el discurso neoliberal de la culpa (solo tú eres responsable de cuanto te acontece) son algunos de los temas de Los escorpiones.  

Ha pasado un año desde la publicación de Los escorpiones. ¿Qué balance hace?

Me costó asimilar todo lo que sucedió con la novela. Sólo me di cuenta verdaderamente de que se me había hecho caso y que la novela había dado de qué hablar a finales de verano, y eso que Los escorpiones se publicó en febrero. Supongo que se debe a que, desde que salió, estuve ocupada con presentaciones y entrevistas. Me pasó algo similar a lo que viví en el doctorado: entre artículos y conferencias no le daba importancia al trabajo que estaba realizando. Fue en agosto cuando tomé consciencia de que aquello que siempre quise que sucediera había sucedido. Y aunque puede resultar algo naif, lo único que puedo decir es que estoy muy contenta con todo lo que ha pasado y con cómo han ido las cosas. 

Sara Barquinero

Sara Barquinero FABIÁN RAMOS

¿Cómo lleva los aplausos de la crítica a la hora de escribir? 

Ni me paralizan ni me bloquean. Al contrario, me ayudan porque me hacen sentir más segura de mí misma. Cuando comencé a escribir Los escorpiones nadie me había publicado y no sabía si en algún momento de mi vida algún libro mío sería publicado. Y, al contrario de lo que se puede pensar, esa sensación de no saber si estás escribiendo para ti o para que alguien después lo lea y lo publique no era en liberadora. Diría que era lo contrario, no vivía bien esa situación. Por eso lo que ha sucedido me tranquiliza, puesto que creo que puedo cumplir unos mínimos estándares. A veces sí que aparece la pregunta sobre qué se espera de mi próximo libro, que no se parece en nada a este, y pienso que, quizás, a quien le haya gustado este libro el nuevo no le va a gustar. Pero intento no darle demasiadas vueltas a esta cuestión y seguir escribiendo. 

Antes de Los escorpiones publicó Estaré sola y sin fiesta, que también llamó la atención de la crítica. ¿Una especie de preparación para lo que vino después?

No hablaría de preparación porque implica una premeditación que nunca existió. Si cuando mi editora, María Fasce, me contactó hubiera tenido terminada la redacción de Los escorpiones hubiera optado por publicarla. Lo que pasó es que llevaba solo 400 páginas de las 800, así que me decanté por publicar esa novela de juventud que escribí con veintidós o veintitrés años. A María le gustó y hay gente que considera que está bien, pero, si te soy sincera, a mí me da un poco de vergüenza. Intento no recordarla demasiado. Sé que esto es algo que no debería decir, pero no puedo decirte otra cosa. Hay gente a la que le gusta su primera obra; no es mi caso. 

Su segunda novela es ambiciosa en el mejor sentido de la palabra. ¿Esta ambición estuvo desde el principio?

Cuando comencé a escribirla mi propósito era construir una novela más experimental de lo que finalmente ha sido. En un primer momento mi idea era que toda la trama tuviera lugar dentro de Internet. Iba a ser una novela con muchas voces, coral, por decirlo de alguna manera, pero todas esas voces, así como la acción, tendrían lugar en un espacio online. Esas voces habrían pertenecido a identidades no claras, no definidas, como suelen ser las identidades en la red. Por eso la idea de poner un personaje con mi nombre: quería dar la impresión de que todo lo que se contaba en la novela eran cosas que realmente podías encontrar en la red. Sin embargo, casi de inmediato me di cuenta de que tenía que cambiar este planteamiento. Lo que me hizo cambiar el enfoque fueron las referencias literarias que manejaba, ver cómo construía las narraciones Foster Wallace en La broma infinita. Decidí darle a Los escorpiones una estructura algo más tradicional sin renunciar a la impronta postmoderna. Trabajé cada una de las partes de la novela por separado, intentando dotarlas de referentes, ritmos, tonos y narradores distintos.

'Los escorpiones'

'Los escorpiones' LUMEN

Cita a Foster Wallace, pero el tema de la conspiración nos lleva a Thomas Pynchon. En alguna ocasión usted ha citado Emma Cline como una autora a la que se siente cercana. ¿Su formación literaria es principalmente anglosajona?

Absolutamente. No es algo que haya decidido a priori, pero lo que sí es cierto es que en casa el libro que siempre pedía al Círculo de Lectores era el que había ganado el Pulitzer o el Man Booker Prize. Desde muy temprano leí también las novelas de Stephen King. Así que sí, siempre he sido muy anglosajona. Obviamente también he leído autores de otras tradiciones literarias, en castellano, en francés o en alemán, pero los norteamericanos se imponen y son mis principales referencias.

Por extensión, por ambición o por apostar por la ficción su novela se escapa de la etiqueta generacional.

Sí, aunque creo que también podemos encontrar novelas que, en relación con lo que comentas, no están muy lejos de Los escorpiones. Es cierto que Mariana Enríquez es mayor que yo, pero Nuestra parte de noche es una novela extensa donde el misterio se entremezcla con la realidad. Luego está Samanta Schweblin y, más próxima en edad, Mónica Ojeda. Y cuando hablo de Mónica no aludo tanto a su última novela, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, donde de todas maneras hay un momento comunal algo extraño que en parte dialoga con Los escorpiones. Sobre todo pienso en Nefando. Y si hablamos de extensión, pensemos en la novela de David Uclés, La península de las casas vacías, que es tan larga o más que mía. Sí que es cierto que la tónica general a nivel narrativo es otra, pero tampoco creo que sea una excepción. Probablemente después de un periodo de afirmación de la autoficción y de la literatura del yo breve con unos referentes muy determinantes ahora nos estemos deslizando hacia otras opciones y otras formas por la simple razón de que nos hemos cansado de lo otro. Y, quizás, tiempo después volvamos otra vez a la literatura del yo, y así de manera más o menos cíclica. 

Leyéndola da la impresión de que, si bien hay una trama perfectamente trazable, lo que sostiene la novela son una serie de ideas o conceptos.

El pistoletazo de salida es el concepto, pero le doy mucha importancia a la trama, aunque la supedito a las ideas. Hay lectores a los cuales no les convence el final de la novela porque creen que no termina de encajar en la trama. Soy consciente de que había otras opciones más interesantes como finales, pero eran contraproducentes para el sentido de la novela, y en relación a esos conceptos sobre los que quería trabajar.

Sara Barquinero

Sara Barquinero FABIÁN RAMOS

¿Hasta qué punto este interés por el aspecto conceptual de la novela es resultado de su formación en Filosofía?

Podría decirse que hay alguna relación, no estoy muy segura de ello. Yo creo que se debe más a una propensión innata de mi propio ser, que me llevó a estudiar filosofía y a escribir. Con esto no digo que en la guardería estuviera pensando en el teorema de Pitágoras, sino que siempre he tendido más hacia lo conceptual.

Uno de los conceptos clave es el interés por las teorías de la conspiración.

Siempre me han gustado mucho las teorías de la conspiración de toda ralea y, además, soy una apasionada de los ovnis o de las teorías que los envuelven. De todas maneras, lo que yo quería era retratar un tipo de discurso y unos sujetos con los que yo me había encontrado online, en los foros de internet y en otros espacios similares.  Quería profundizar en la relación que existe entre la depresión y las teorías de la conspiración, puesto que tenía la intuición de que aquello a lo que muchas veces se nombra desde ciertos tópicos de la izquierda como la imposibilidad de imaginar un futuro está en la base de las teorías de la conspiración. Al final, todas las conspiraciones se articulan retrotrayéndose hacia el pasado. Buscan a una serie de enemigos que se elimina cualquier posibilidad de hacer algo.  

Conspiración y depresión evocan dos espacios, el colectivo y el íntimo.

Sí, pero no sería del todo cierto afirmar que uno tiene que ver con lo colectivo y lo otro con lo íntimo, porque la depresión es también algo colectivo, de lo que participamos todos. Al mismo tiempo, las pequeñas conspiraciones existen también en la esfera más privada o, mejor dicho, existen circunscritas a la experiencia individual e íntima: por ejemplo, si alguien te mira mal y optas por pensar que es porque alguien ha comentado algo de ti o porque has hecho tal o cual cosa… Esta es una forma de proyectar pequeñas conspiraciones en algo tan cotidiano y privado como es una simple mirada.

Lo curioso es que esa cerrazón hacia lo íntimo se opone a esa colectivización de las experiencias que tiene lugar en las redes.

Por esto me parecen tan interesantes los foros y otros espacios online que permiten a aquellos que no están acostumbrados a hablar o a compartir nada de su vida sincerarse con extraños y de una manera muy cruda. En cierta manera, en estos foros sucede algo similar a lo que acontecía en la película Breve encuentro: a una persona desconocida le cuento toda mi vida y soy mucho más auténtica de cuanto puedo llegar a ser con mis amigos o con la gente que conozco personalmente.

'Estaré sola y sin fiesta'

'Estaré sola y sin fiesta'

Hay quien todavía rechaza incluir mails o whatsapps en las novelas, pero usted incorpora esas conversaciones en estos foros.

Creo que fue Adorno quien dijo que hoy ya no puedes escribir sobre el cielo sin dar cuenta de que de vez en cuando pasa un avión o un helicóptero, hace ruido y se van los pájaros. Lo mismo con internet. Dicho esto, quería dar con una formulación literaria para estas nuevas formas de comunicación porque sí tenía la impresión de que muchas veces, sobre todo en esas novelas románticas que podemos leer en la playa, se incorporaba, por ejemplo, los whastapp sin más, incluyendo incluso algún emoticono. Hacer algo así es muy infantil. Trabajé bastante para ver cómo integrar estos textos y, con todo, mi editora me quitó con razón algún whatsapp, porque no le gustaba que los personajes estuvieran constantemente escribiéndose mensajes.

Usted además reconstruye los diálogos de los foros, no trascribe ninguno. Es decir, hay una reelaboración, por decirlo de alguna manera.

Si hubiera copiado hubiera tenido que pedirle permiso a las personas que habían escrito los mensajes. Y transcribirlos sin permiso, hubiera sido feo. No dejan de ser notas de suicidio de gente anónima; no podía utilizarlas sin más. Esa elección de escribirlo no es tanto una elección literaria como ética. No podía robarles la historia de su muerte y de su depresión a desconocidos por mucho que nunca lo fueran a saber.

De todas maneras, toda elección estética tiene un componente ético

En mi opinión, la estética es más política que ética. La estética nos enseña cómo mirar la realidad y cómo repartir la atención. Y eso es algo más político que ético. Me encantaría pensar que la novela es un gesto político con trascendencia, pero quizás, actualmente, no sea más que u producto más de consumo con unas características particulares. Hay un texto que me gusta mucho de Jonathan Franzen en el que se pregunta qué importancia tiene haber escrito una novela teóricamente política y que se ha vendido y leído muy bien. Hay un momento en el que, en el texto, señala que, en realidad, lo que ha conseguido con esa novela no es cambiar el mundo, sino que le paguen un texto para ir a una entrevista. Ya me gustaría haber cambiado algo la realidad de mi alrededor con Los escorpiones, pero me temo que no es así. 

Antes hablaba de la dificultad de concebir un futuro. El suicidio es la negación absoluta del futuro.

No me interesaba introducir en el pensamiento de la depresión a partir de la lógica de la superación personal,según la cual se ha muerto tu padre, has perdido un brazo y tu vida es una mierda pero aprendes algo de todo esto que te ayuda a superarte. Esta lógica me irrita profundamente. Pensé siempre en el suicidio como un caso límite, tal y como lo explica el filósofo Eudald Espluga en No seas tú mismo. Por otra parte, cuando la desesperanza no se entiende como un estado transitorio, sino como un estado del que no se puede salir, las opciones se reducen. Hay un momento en la novela en que un personaje plantea ese juego infantil de las tres preguntas: ¿Con qué profesor te casarías? ¿A quién besarías? ¿A quién matarías? Y a pesar de que de adolescente todos te parecen horribles, eliges uno, porque no te queda otra. Lo que quiero decir con esto es que, ante la ausencia de futuro, de perspectivas mucha gente prefiere la muerte. Y la prefiere no por una cuestión de morbo, sino por la constatación de que no hay alternativas reales. 

Sara Barquinero

Sara Barquinero FABIÁN RAMOS

El discurso neoliberal de superación nos dice que las alternativas las creamos nosotros mismos, que nosotros tenemos la posibilidad de crearlas.

Yo quería que la novela tuviese un componente de crítica social. "uería subrayar que cuestiones como la depresión y el malestar psíquico no son cuestiones individuales, sino que tiene un raíz cultural y social. Estoy a favor de que se hable cada vez más de estas cuestiones, pero, al mismo tiempo, creo que se puede caer en la banalización y la monetización de todo. Por ejemplo, las aplicaciones de salud mental del teléfono que te permiten hablar con un terapeuta las 24 horas del día los siete días de la semana me parecen tan espantosas como los vídeos de mindfulness. Creo que debería politizarse aún más el malestar; de lo contrario caeremos aún más y con mayor facilidad en la banalización de técnicas que no hacen sino culparte de tu sufrimiento vendiéndote los ideales de vida inalcanzable.

Internet es un gran mercado: los datos son lo primero que vendemos.

Hubo un momento en que en Internet los campos aún eran verdes y no estaba todo tan monetizado como hoy. De la misma manera que, con respecto a hace diez o quince años, es más difícil ver en Internet una película ilegalmente, los espacios online de diálogo han dejado de ser espacios de encuentro sin control para quedar sujetos a lo monetario. Lo que es indudable es que en esta vida siempre tiene un componente de consumo.

¿Urge politizarse con respecto a ciertos temas?

En mi opinión, el problema que tenemos no es tanto que nos hayamos despolitizado, sino que nos hayamos micropolitizado. Hemos renunciado a los grandes gestos públicos de asentimiento político y nos conformamos con formas de modular las relaciones sociales a través de las redes, donde compartimos y consumimos contenido con quienes compartimos ideas políticas. Es decir, hoy hacemos pequeños gestos en las redes en lugar de ir a una manifestación. Por esto, no diría que estemos despolitizados, pero sí diría que no creemos de verdad en la capacidad de nuestros gestos políticos y, por eso, cada vez son –y somos– más diminutos.