Juan Ramón Ribeyro, en París

Juan Ramón Ribeyro, en París Alicia Benavides/ Instituto Cervantes

Letras

Recordando a Julio Ramón Ribeyro

La Casa de América de Madrid rinde un homenaje a Ribeyro y habrá conferencias, pero lo mejor es recuperar sus libros y releer sus escritos

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Que me disculpen los distinguidos oradores, yo no asistiré. No pienso mañana salir de casa, porque ya en casa tengo todos los libros de Ribeyro. ¿Qué mejor homenaje al gran escritor de relatos que manosear un poco sus libros, releer algunas páginas? Los tengo ahora mismo esparcidos sobre la mesa. Un poco amarillentos…

En la antología de sus cuentos que publicó Tusquets bajo el título de Silvio en el Rosedal –título también de uno de sus relatos, y de los mejores, sobre un suramericano que para esquivar la dureza de la vida y el alto precio de los alquileres en París se interna en un manicomio, el “Rosedal”— está la anécdota que cuenta en el prólogo Bryce Echenique y que creo que retrata al personaje, a Ribeyro.

Él vivía en París, en la place du Tertre. Fumador empedernido, un día sale a fumar al balcón y ve que la plaza está llena de sindicalistas, en manifestación. Ribeyro los mira con sorpresa y le dice a Bryce:

--¿Qué hace toda esa gente en mi cenicero?

Aquí tengo las novelas que publicó Seix Barral. No escribió Ribeyro más de tres, quizá porque no tenía éxito en este género, y se concentró en los relatos, en los cuentos, formato en el que fue magistral.

Portada de un libro de Ribeyro

Portada de un libro de Ribeyro

Digamos que su espíritu crítico a veces resulta moralmente demoledor, como en el cuento inolvidable, sobre oficinistas sometidos a una rutina implacable, Espumoso en el sótano. Tan cruel que no me atrevo a releerlo.

Creo que es en la novela Los geniecillos dominicales donde leí sobre dos hermanos fracasados, dos inútiles que viven en la casa familiar en Lima, en pijama y zapatillas, hasta que a la casa contigua vuelve la chica alemana que de niños les gustaba. Entonces los dos hermanos empiezan a vestirse bien, decorosamente, se afeitan, se perfuman, en la esperanza de hablar con ella a través de la cerca del jardín.

Sentido del ritmo

Hasta que un día la chica alemana vuelve a irse, y automáticamente ellos regresan al pijama, “el uniforme de los fracasados”.

Creo que es en esa novela donde un matón negro, corpulento, en un callejón oscuro, le va a partir la cara al protagonista, y le avisa diciendo: “¡Te vas a enterar tú de quién es el Loco Camioneta!”.

¡El Loco Camioneta! Es hechizante Ribeyro.

Recuerdo muy bien cuándo se publicó entre nosotros su  primer libro y el impacto que nos causó. Era poesía en prosa. Era un librito muy delgado, de color dorado, la portada ilustrada con la foto de pasaporte del autor, y se titulaba Prosas apátridas. Lo tengo sobre la mesa. Un objeto sensacional.

Portada de un libro de Ribeyro

Portada de un libro de Ribeyro

Reúne medio centenar de breves pasajes meditativos, escritos con gran sentido del ritmo y de la melodía fraseal, y expresan observaciones sobre la vida corriente y sus absurdos. Tienen una calidad lapidaria, suena cada entrada a una verdad indiscutible.

¿Exigir más de una cualidad?

Los lectores como yo, los lectores de mi generación, habiendo accedido sólo a aquellas Prosas apátridas, teníamos de Ribeyro una idea mítica, imagen mental de un genio monstruoso y desconocido. Luego con el paso de las décadas le fuimos conociendo y venerando con más motivo y curiosidad. 

Me pareció lamentable en el año 2003 la publicación de sus diarios bajo el título de La tentación del fracaso, donde Ribeyro se muestra como lo que los franceses llaman un ecorché vif

En fin.

Reproduzco ahora una cualquiera de sus Prosas apátridas, así llamadas porque eran fragmentos que no pertenecían a ningún cuento ni ensayo, sino que surgían de la meditación gratuita del autor. Yo creo que éste es el mejor homenaje que se le pueda hacer a Ribeyro en su aniversario:

“No hay que exigir en las personas mas de una cualidad. Si les encontramos una ya les debemos estar agradecidos y juzgarlas solamente por ella y no por las que les faltan. Es vano exigir que una persona sea simpática y también generosa o que sea inteligente y también alegre o que sea culta y también aseada o que se hermosa y también leal. Tomemos de ella lo que pueda darnos. Que su cualidad sea el pasaje privilegiado a través del cual nos comunicamos y nos enriquecemos”.