
Javier Cercas en la Plaza de San Pedro de Roma
Javier Cercas en la corte de Bergoglio
El novelista retorna a la crónica con El loco de Dios en el fin del mundo, un retrato sobre el consuelo de la fe cristiana y el pontificado del Papa Francisco que es, a la vez, un libro autobiográfico y un descargo de conciencia de su generación
La devastación íntima es una criatura que tiene múltiples rostros. Albert Camus nos enseña una de sus infinitas caras –la aparente indiferencia– en el comienzo de El Extranjero (1944): “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero esto no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”. El narrador muestra entonces una apatía ambigua que desconcierta en la medida en que no se acoge de inmediato a la socorrida pauta social de expresar un duelo inconmensurable por quien nos trajo al mundo, aunque tras esta frialdad –hay que vivirlo para saberlo– se oculte un dolor mayor: la muerte no de una persona concreta, sino de todos, que es lo que se vislumbra cuando se sabe de la impotencia que provoca su aparición, que si es dramática es porque, cuando llega, no hace ruido y su presencia entraña un silencio que sabemos que será eterno. Para siempre.

'El extranjero'
Hace cuatro meses el escritor Javier Cercas (1962) se quedó huérfano de madre –un ictus puso punto y final en una clínica a la nebulosa que antes inaugurase el mal de Alzheimer– y, al día siguiente, en la circunvalación de Palafrugell, el ajado pueblo de Josep Pla, tras pasar la mañana en la playa de Calella, recibió una llamada mientras iba en coche hacia Verges: el Papa Francisco –“¡Y AHORA CON USTEDES Nuestro Señor Jesucristo en persona!”, escribió don Nicanor (Parra) en sus Sermones y Prédicas del Cristo de Elqui– le llamaba (desde un teléfono desconocido) para darle el pésame y acompañarlo en el sentimiento. Le habla el Vaticano:
–“Me he enterado de que su madre ha muerto. Ya sabe lo que decía San Agustín: la muerte de la madre es el primer dolor. Rezaré por su madre. La tendré presente en mis oraciones. Le mando un abrazo”.
“Hubo un silencio, que debió ser muy breve, pero a mí me pareció muy largo, durante el cual no me volví hacia mi mujer, que seguía el diálogo a mi lado, petrificada por la sorpresa”, escribe Cercas en el epílogo de El loco de Dios en el fin de mundo (Random House), la obra con la que retorna al ámbito de la crónica tras la trilogía de Terra Alta, una suerte de homenaje (pasajero) al género policiaco.

El poeta chileno Nicanor Parra
El loco de Dios es un libro construido con todos los materiales narrativos que caracterizan a la literatura de Cercas, reciente académico. Aunque la editorial la presenta –en la cubierta del libro– como una “novela sin ficción”, ese oxímoron, y un “thriller sobre el mayor misterio de la Humanidad”, afirmaciones inexactas y, a nuestro juicio, innecesarias, la obra pertenece a un territorio híbrido. Justo por eso es interesante.
Hay ingredientes autobiográficos, una sugerente puesta en escena con pasajes teatrales muy bien logrados, diálogos que hacen avanzar la acción dosificando con solvencia el artificio del misterio–, un libro de indagación personal, una crónica de viaje, momentos de autoparodia, un relato familiar y un descargo de conciencia generacional. Por supuesto, todo va entreverado, pero en dosis divergentes. Sin sorpresas. Es un misterio el que sostiene la trama –¿existe de verdad la vida ultraterrena y la resurrección de la carne?– y hace que el lector avance por una sucesión de testimonios con la efigie de Bergoglio de fondo.

Javier Cercas: materiales (narrativos) para una poética
Cercas muestra un pleno dominio en el manejo de todos estos recursos formales. De hecho, muchos de sus libros –éste y otros anteriores– pueden leerse como una poética sobre el arte de los entrecruzamientos. El estilo, como es habitual, adopta un tono liviano, casual, evitando el énfasis. Y la maquinaria narrativa avanza dejando a la vista, de forma artísticamente consciente, el mecanismo de composición de la obra, de forma que el libro contiene, a su vez, una historia y su propio making of. El original y parte de su carpintería, con idea de involucrar al lector en la narración.
No nos parece, sin embargo, una novela. Mejor dicho: no aparenta serlo en la medida en que todo aquello que se cuenta –la génesis, el desarrollo, la culminación y las postrimerías de un largo viaje con el séquito del Papa a Mongolia, acompañado por abundantes testimonios de misioneros, religiosos y miembros de la curia que rodean al Santo Padre–, sucedió, aunque pueda haber sido objeto de recreación (narrativa) por parte del escritor, que siempre habla a la cervantina –“mi libro”– y lo que perpetra en realidad es un relato (indirecto) de las luces y sombras de Bergoglio y una reflexión subjetiva sobre el efecto consolador que para los creyentes, incluidos los ateos confesos, como es su caso, que creen que no hay Dios, supone la idea, al menos como hipótesis, de la promesa de eternidad feliz que diferencia al catolicismo del resto de confesiones y misticismos.

Recibimiento oficial del Papa Francisco en Ulán Bator , capital de Mongolia, el 1 de septiembre de 2023.
Cercas presenta la religión no como una cuestión de orden teológico, sino como un acontecimiento vital. Un anhelo que depende de la experiencia y que sólo puede transmitirse mediante el testimonio. En ambas coordenadas es donde sitúa el pontificado de Bergoglio, jesuita rebelde con su propia orden, venido del Buenos Aires de las villas miseria, en la periferia misma del orbe católico que, al ser designado Papa tras la renuncia de Benedicto XVI, –“aunque soy un gran pecador”–, elige ejercer al modo franciscano. Cercas le atribuye, sin explicarlo demasiado, el conocimiento del perpetuo secretum de la muerte, cuya resolución es la intriga esencial de El loco de Dios.
Acaso parte de las estampas sobre Mongolia y las reflexiones sobre el interés del Vaticano por China, coordenadas secundarias en la obra, sean excesivas en términos de extensión y lleguen a descompensar el equilibrio interno del libro, que es muchísimo más brillante a la hora de trazar la geografía humana del Vaticano gracias a una inmersión que permite a Cercas aproximarse a la figura del Papa de forma lateral, indirecta, mediante conversaciones, entrevistas y recursos ambientales.

'San Manuel Bueno, mártir'
Se agradecen también las escenas autoparódicas, desde la anécdota, ya contada por el escritor extremeño en muchas conferencias y presentaciones, sobre su época como “enamorado burraco” que perdió la fe de adolescente leyendo el San Manuel Bueno, mártir de Unamuno y hasta tentado estuvo de colgarse del cimborrio de la catedral de Gerona, a la posibilidad, inevitable cuando se acepta participar en el juego de seducción mutua que es ir a un viaje con el Vaticano –una invitación que nadie con inteligencia rechazaría– de una súbita conversión. No sucedió. O quizás, en cierto sentido, sí pudo suceder y el resultado es este libro.
Todos estos interludios, en todo caso, permiten a Cercas huir de la solemnidad, ya sea en su variante afirmativa o crítica, conservando un sustrato de profundidad que sugiere, sin decirlo de forma abierta, que la esperanza de que exista una vida eterna no es vana ni tampoco un acto de fe estéril, sino una elección útil cuando lo que se desea –o se necesita para morir sin amargura, con cierto grado de paz– es pensar que así es.

'El loco de Dios en el fin del mundo'
Que la doctrina del cristianismo pueda ser una colosal mentira sostenida durante más de veinte siglos, o se trate de un gigantesco malentendido verosímil para millones y millones de personas, no queda en ningún momento de este libro descartado. Tampoco se afirma de forma absoluta, quizás porque hasta las mayores mentiras (literarias) que nos parecen verosímiles, aquellas ficciones que libremente hemos decidido considerar ciertas, “con toda seguridad”, siempre cuentan la verdad.

Un graffiti callejero de Bergoglio en un barrio de Buenos Aires