El refranero español resulta un sugerente recurso al que acudir para describir situaciones que se repiten, con las lógicas variantes, a lo largo de la historia. El Instituto Cervantes explica que la frase proverbial “Nunca falta un roto para un descosido” se refiere a aquella persona pobre o desvalida que encuentra consuelo y alivio en quienes padecen una situación similar. Es decir, ayuda a conformarse con la suerte de cada quien. Sin embargo, con el paso de los años se ha extendido el uso de “Sirve igual para un roto que para un descosido” aplicado a quien resulta muy útil por sus habilidades, lo que le permite ejercer funciones muy diversas.
El Partido de los Socialistas Catalanes (PSC) emplea con recurrencia esa segunda acepción del refrán en la figura de Salvador Illa, actual secretario de organización, pero ya líder in pectore de la formación política. Desde que el primer secretario y también ministro de Cultura, Miquel Iceta, le designó número dos en noviembre de 2016, el que fuera alcalde de La Roca del Vallès ha ejercido un papel determinante en la transformación de los socialistas tras el crash que vivió el partido cuando estallaron las dos almas (nacionalista y no nacionalista) que convivieron dentro durante décadas.
Illa ejercía de tipo discreto. Resolvía los asuntos al modo de los grandes fontaneros históricos del PSC, Josep Maria Sala y José Zaragoza, todos ellos con la misma tarjeta de secretario de organización. Transportaba la cartera de su jefe Iceta con lealtad y sin vocación de notoriedad. Ese tándem facilitó una convivencia estable entre dos personas complementarias en los momentos más difíciles de un partido que a punto estuvo de vivir más cerca de la oscuridad que de la luz.
La llegada de Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno convirtió al PSC en una de sus muletas. Durante los años procelosos de las primarias, los catalanes fueron unos aliados convencidos mientras otras baronías regionales deshojaban la margarita entre el viejo y el nuevo PSOE. Iceta fue el primer valedor de Sánchez cuando cotizaba a la baja en el mercado de las apuestas. Aquella opción se la ha cobrado el socialismo catalán con una presencia notable en los gobiernos presididos por el líder del PSOE e incluso con un papel más destacable de lo normal en el sottogoverno (empresas públicas, instituciones, cargos de segundo nivel…).
A Illa se le envió a Madrid para engrasar a los nacionalistas que debían apuntalar la gobernabilidad. Recién aterrizado en un ministerio vacío como Sanidad llegó la pandemia y aquel departamento se convirtió en la estrella del país. Con sus aciertos y errores, salvó el match gracias a una abundante dosis de sentido común y a su tono conciliador alejado del exabrupto habitual en la política de la villa y corte.
Tanto Sánchez como su valido de entonces Iván Redondo vieron claro que esa exposición pública era un activo provechoso para las elecciones catalanas. Con Iceta al frente de la candidatura, el PSC no despegaba en las encuestas. Illa regresó a Barcelona, hizo una campaña tan urgente, teledirigida y de amorfa espontaneidad que superar en votos a los nacionalistas constituyó un éxito a la vista de los presagios.
En septiembre, en Madrid y en Barcelona los socialistas abrirán tiempos congresuales. Como hizo con su última remodelación gubernamental, Sánchez maneja el cronograma y ya marca lo que ocurrirá en el PSC: quiere a Illa de primer secretario de la formación y líder único. Tras el Ministerio de Cultura, Iceta podrá obtener un segundo premio de consolación con una presidencia simbólica. En clave interna está por ver a quién escoge Illa como número dos y responsable de organización en la remodelación que vendrá. Eva Granados y Alicia Romero están ya bajo los focos.
Entre tanto, las voces que alertan fuera y dentro del partido socialista catalán que se aproximan las municipales de 2023 y urgen una preparación para asaltar la alcaldía de Barcelona y relevar a los Comunes son cada vez más ruidosas. También apuestan porque Illa sustituya a Jaume Collboni en ese cometido, al considerar que el actual dirigente municipal no conseguirá sobreponerse a la sombra que le procura participar de un gobierno con el liderazgo populista de Ada Colau.
El papel multitasking que se le concede a Illa es como el del refrán. La supuesta versatilidad del vallesano es un activo. Pero la posibilidad de transformarse en un hombre orquesta también anticipa un riesgo para el PSC. Si la partida se juega toda a una única carta se corre el riesgo de convertir el esfuerzo en baldío y dar pábulo a las crisis internas. Hoy el virtual líder cohesiona a la organización y con más dedicación que efectividad mantiene el tipo como jefe de la oposición autonómica. Mañana podría resultar excesivo convertir a un voluntarioso y aventajado tecnócrata en un dirigente plenipotenciario si no descansa su mandato en una obra coral. La frescura y solvencia de sus últimos años han remendado varios descosidos. La presión innecesaria podría derivar en un roto que dé alas a los adversarios. Ese debería ser también un elemento de debate en el próximo congreso de los socialistas catalanes.