Alexandre (Sandro) Rosell Feliu (Barcelona, 1964) se pasó dos largos años, con sus días y sus noches, en el trullo. Prisión sin fianza. Se le acusaba de una compleja operación de lavado de dinero de la cual fue absuelto por la Audiencia Nacional en 2019. El empresario catalán había presidido el FC Barcelona entre 2010 y 2014, el periodo más exitoso en lo deportivo de los blaugranas. Vinculado al club llevaba más tiempo: empezó cuando era integrante de la primera junta de Joan Laporta y acabó desvinculándose por las prácticas de su compañero. Siguió cerca los años siguientes en los que de forma milimétrica preparó su candidatura a presidente, que acabó con éxito.
Sandro es un empresario. Es descendiente de una familia de la burguesía catalana bien apostada en el mundo de los negocios. Lo suyo es el márketing y la mayoría de sus intereses rondan esa especialidad. Lo que hace bien es hacer cuentas y vender, por eso cuando salió de la cárcel pensó que podría ajustar algunas con el Estado que le tuvo preso de forma innecesaria durante casi 700 días. Y lo demandó.
Le pedía a ese ente abstracto una indemnización de 29,7 millones de euros por el tiempo que vivió a la sombra. El Ministerio de Justicia redujo esa responsabilidad patrimonial a unos 28 euros por día de prisión, en total alrededor de 18.000 euros. La acción judicial no tenía un fin del todo económico. Rosell pretendía restituir su honor y le puso precio. En esa línea han ido también las acciones contra Carmen Lamela, la jueza instructora de su caso, que van siendo rechazadas por la propia justicia. Los periodistas tenemos un dicho que se podría aplicar de igual manera al estamento judicial: perro no come carne de perro. O los bomberos y el pisotón a la manguera…
El caso de Rosell, y más tarde de su sucesor Josep Maria Bartomeu, es muy grave y tiene un nexo común: ambos son nacionalistas en Madrid y peligrosos españolistas en Barcelona. Con el procés de fondo, la respuesta que la policía autonómica tuvo en ambos casos debería ser objeto de estudio por los historiadores. Un grupúsculo de Mossos d’Esquadra que sobrepasaban en sus actuaciones la estricta labor policial fueron los encargados de complicarles la vida a ambos de una forma primero desproporcionada y después maliciosa. En Crónica Global les apodamos policía patriótica, el mismo apelativo con el que el nacionalismo describía los entornos del comisario José Manuel Villarejo y su red de colaboradores. Sobre los Mossos patriotas el productor y empresario audiovisual Jaume Roures todavía no ha decidido elaborar ningún documental ni se sabe que su empleada Mònica Terribas prepare guion alguno. Quizá porque las cloacas de Madrid y las de Barcelona sean distintas en las fragancias que desprenden. Igual es cierto que los catalanes meamos colonia y eso influye...
Sandro Rosell no ha cerrado del todo la carpeta de esos hechos, pero ha decidido abrir otra. Deshoja la margarita sobre su participación en las municipales del 28 de mayo de 2023 por la ciudad de Barcelona. Tiene ganas, muchas. Progresa con la elaboración del programa, que será más una declaración de intenciones. Cuenta con colaboradores que ya trabajan para evitar retrasos cuando haga pública a final de año su intención de concurrir a las elecciones. Tiene también un equipo de profesionales independientes que le acompañarán en la aventura. Quiere introducirse en la política porque siente que trabajar por su ciudad le permitirá atraer la dignidad, la honrilla y el prestigio evaporado cuando vistió el traje de rayas de manera injustificada.
María Dolores Feliu Baccio es quien tiene la última palabra sobre la candidatura de Rosell. Puede parecer extraño que esa decisión dependa de su madre. Es para muchos una muestra de ingenuidad, falta de arrestos o independencia familiar. Para el candidato in pectore, sin embargo, es más importante que el coste económico de la campaña o quiénes sean sus competidores. Si mamá no le deja, Sandro se quedará en su casa y con sus empresas. Lo explica a quien quiera escucharle, sabedor de la sonrisa discreta que provoca en el rostro de sus interlocutores.
Los Rosell sufrieron de lo lindo la presión que los opositores al entonces presidente del Barça ejercieron en ámbitos no deportivos. La crítica sobrepasó con creces los cauces democráticos y la policía patriótica autonómica se hizo invisible. Solo, sin apoyo en cuestiones básicas de seguridad para él y los suyos, en 2014 Rosell abandonó el Barça en una decisión que sorprendió a propios y extraños y sobre la que se especuló hasta la saciedad. Tenía dos enemigos declarados, incluso con demandas cruzadas: Joan Laporta y Jaume Roures. Uno y otro ansiaban el control del club, como se ha demostrado a posteriori, y lideraron un acoso y derribo que acabó con la paciencia de un gestor que hacía enmudecer a Florentino Pérez, el eterno rival, y elevó la entidad deportiva a cotas de notoriedad y esplendor nunca vistas.
Rosell apenas ha dejado ir un rumor. Estudia su candidatura a alcalde. Ese globo sonda ha resultado suficiente para que, sin confirmar, su nombre emerja en la demoscopia que se elabora. Como es lógico, con un resultado todavía insignificante, pero superior ya al de partidos y formaciones que no juegan a la ambigüedad y son conocidos.
La filosofía con la que acudirá a las urnas es primaria: Barcelona se cae, la ciudad se deteriora y se hace decadente; por tanto, hay que darle la vuelta. Esa línea pragmática, posibilista es la de un businessman que no hará una campaña convencional. No participará en debates, no hará mítines, nada de actos populares masivos. Lo que prepara Sandro es una campaña de márketing, su especialidad, como si en vez de vender su figura para la alcaldía vendiera una nueva versión de Coca-Cola. Campaña corta, con una irrupción en enero para conseguir y recabar las firmas, y otra en marzo-abril para explicarle a los barceloneses la propuesta de ciudad. Y que sean los vecinos de la Ciudad Condal, en especial los jóvenes y los más vinculados a los nuevos canales de comunicación los que decidan si prosigue Colau o confían en Rosell. Renovar la supuesta nueva política.
Esta última semana, Sandro ha sido absuelto del último juicio por razón de impuestos que tenía pendiente. Desde que fue presidente del Barça ha sufrido 75 inspecciones con expedientes de la Agencia Tributaria. Condenas, ni una. ¡Menuda puntería de la inspección! Que se le buscó el higadillo es innegable; que se lo hicieron pasar mal, también. Que de aquellos apretones se ha forjado un potencial líder político era una derivada que nadie pronosticaba cuando decretaba, impulsaba en la oscuridad o auspiciaba esas actuaciones. Despejada la amenaza fiscal –con la pena de inhabilitación para cargos públicos que hubiera supuesto—, el expresidente del Barça tiene vía libre para adentrarse en la política.
Hay que ver si Xavier Trias confirma su candidatura en Junts per Catalunya (con espacios de voto que se solapan). También falta por conocer cómo ordena el equipo de Rosell el asalto electoral. Tienen un líder que ya es famoso de sobras en la capital catalana y que necesita poco de la televisión y la radio para darse a conocer. Hasta ahora, el mayor pronunciamiento político que se le conoce es cuando proclamó que en un referéndum sobre la independencia de Cataluña él votaría a favor, pero que si ganaba esa opción al día siguiente dejaría de vivir en la comunidad. Tan intenso y profundo como ambiguo.
Harían bien los competidores y adversarios en introducirlo en sus quinielas y cábalas electorales y poselectorales. Rosell puede ser el nuevo Manuel Valls en mayo próximo. Con menos detractores y con un electorado potencial que le considera un mártir. Puede acabar en sus manos la llave de la gobernabilidad de una Barcelona errática y lograrlo casi sin bajar del autobús, como en las metáforas de aquel recordado entrenador del Barça Helenio Herrera. Porque, metidos en harina, ¿qué madre se opone a la ilusión y el capricho de un hijo por más que deba sufrirlo en silencio?