Así que la transversalidad era eso. Dar voz y voto a todo aquel que vomite odio en las redes sociales. Ser supremacista y clasista ha subido enteros en las filas convergentes desde que Jordi Pujol aseguraba que el andaluz es un hombre “poco hecho” caracterizado por su “miseria mental”. Josep Antoni Duran i Lleida, socio del expresidente en la federación de CiU, también aseguraba que mientras los andaluces cobraban el PER y tomaban el sol en la plaza del pueblo, los payeses catalanes no paraban de trabajar.

Hoy recogen el testigo de ese ideario los candidatos de Junts per Catalunya (JxCat), una formación que se dice de izquierdas y progresista, pero que no para de fichar personajes que arremeten contra "colonos", "ñordos" o "españoles". Calificativos atribuidos a todo aquel que no profesa una ideología independentista.

Dicho de otra manera, hace tiempo que los convergentes inocularon el virus del odio hacia quienes rechazan el nacionalismo catalán. Y al igual que Quim Torra azuzaba el radicalismo secesionista al grito de “apretad, apretad”, Carles Puigdemont y los suyos no solo han favorecido el insulto y la exclusión, sino que ahora pretenden elevar a la categoría de servidor público a profesores que llaman putas a las mujeres (Josep Sort), mossos d’Esquadra que amenazan con hacer limpieza de "colonos" (Albert Donaire) o alcaldes que aseguran que los españoles llevan la violencia en los genes (Jordi Fàbrega).

Los tres forman parte de la candidatura de JxCat. Y de ellos, Fàbrega tiene posibilidades de obtener escaño --es el número tres por Lleida--. No son casos aislados. Como tampoco puede asegurarse que a muerto el perro --cese de Sort-- se acabó la rabia, pues Puigdemont ha ungido como número tres de la lista --y con muchas posibilidades de ser presidenciable si la causa judicial de Laura Borràs se tuerce-- a Joan Canadell. Un empresario ultraliberal que asegura que “la mayoría de puestos de trabajo en los que somos deficitarios en Cataluña son de nivel competencial alto o muy alto… no sufras, los colonos no tienen este perfil”.

¿Se puede vivir a costa de la ofensa, la burla y la injuria? Por supuesto. Antonio Baños fue diputado de la CUP y hoy es tertuliano de cabecera en varios programas. Ahora le ha dado por llamar "rataza" y "baboso" al nuevo ministro de Política Territorial, Miquel Iceta. Parece que eso también otorga caché como opinador.

Lo desconcertante, por no decir decepcionante, es que algunos partidos se sorprendan ahora de esas demostraciones de supremacismo e incluso machismo del secesionismo más bizarro. Ha hecho falta que Ada Colau fuera gravemente insultada por un descerebrado como Sort para que En Comú Podem pusiera el grito en el cielo. Más vale tarde que nunca. Pero hace años que el desprecio casi étnico de un determinado secesionismo circula en los medios de comunicación. En algunos casos, vía tuit, en otros, mediante columnas de opinión en diarios supuestamente serios. Siempre se ha querido quitar importancia al calentón de los 280 caracteres --antes eran 140--, pero con el paso del tiempo, Twitter se ha convertido en cantera de activistas con ganas de medrar en política y cuyo único mérito es acumular seguidores y “me gusta”.  Ahora recogen el fruto de ese odio con un puesto en las listas de Puigdemont.

Pero Twitter tiene alumnos aventajados en diarios digitales hipersubvencionados por el Govern. De nuevo ha sido una dirigente de la confluencia podemita la que ha sufrido los improperios de un intelectualoide de cuyo nombre no quiero acordarme. Escribe el susodicho que Jessica Albiach se ha puesto "a hacerle el trabajo sucio" a Salvador Ila "como cualquier señora de la limpieza sucia". Y añade que Albiach "se llena toda la boca de feminismo, pero a la hora de la verdad se comporta como cualquier muñeca de Famosa".

Muy salao el hombre.