Los dirigentes de ERC han decidido comunicar a sus mayores que se compran un pisito, que están hartos de discutir en familia y que, por fin, se quieren emancipar. Para el soberanismo de largo radio, los republicanos harán como acostumbran muchos jóvenes: regresar el fin de semana a casa de los padres a que se les haga la colada y de paso llenar varias fiambrerillas de plástico con existencias de la nevera familiar.

Es una liberación solo a medio gas. Tanto ERC como JxCat han escenificado una negociación que tenía pocas posibilidades de éxito. Si Cataluña fue a elecciones y lleva ocho meses sin presidente y tres sin gobierno es porque los independentistas se estaban matando entre sí y el Govern de la Generalitat había dejado de funcionar por culpa de la matanza fratricida que se vivía en su seno.

Que Pere Aragonès diga que se acabó la negociación y que intentará ser investido presidente para gobernar en solitario es la menos mala de todas las noticias que podíamos recibir. Como también es que su líder, el beato-mártir encarcelado Oriol Junqueras, escribiera el sábado un artículo en El Periódico donde hablaba de los retos de la Cataluña del futuro sin usar los términos independentismo o república.

Los de ERC son tímidos en esto de la política, pero sobre todo están acobardados. Tienen un temor reverencial a sus mayores, convergentes y posconvergentes, y llevan fatal que aquellos que serán desalojados de la maquinaria del poder institucional les llamen traidores por dejarlos en la estacada. Saben, incluso, que solo la emancipación puede convertirles en una formación política relevante y con experiencia de gobierno en el medio y largo plazo. Seguir en el domicilio familiar soberanista es afrontar el riesgo de que el padre Carles Puigdemont les gane unas elecciones repetidas y se queden compuestos y sin gobernar.

Los republicanos van solos, dicen. Para evitar que Cataluña siga bloqueada deben ser algo más ambiciosos que hasta la fecha. Con la secta política de Waterloo fuera de los espacios de poder, a los bisoños de ERC les conviene cortar los vínculos económicos que mantienen sus progenitores políticos en los últimos años con la institución. Òmnium, ANC, los medios de comunicación privados de agitación puigdemontista, la radio y la televisión públicas, los colegios profesionales, la Cámara de Comercio de Barcelona y otros tantos espacios conquistados deben regresar a la pluralidad de la Cataluña real. Como dice un dirigente de ese partido, deben abrir y ventilar la narcosala indepe a la par que dejan de administrar metadona a sus huestes.

Están dando pasos en la buena dirección: han pensado, por ejemplo, en incorporar a personas independientes vinculadas al partido para el nuevo Govern que pilote Pere Aragonès. Han tocado a alguna gente del sector sanitario y, por ejemplo, al antiguo directivo del grupo La Caixa y consultor de comunicación Jaume Giró. Es una señal de que la parte posibilista y más pragmática del ejercicio del poder aspiran a encauzarla con más solvencia que hasta la fecha. El ridículo estratosférico de sus consejeros en las áreas de Salud o Trabajo durante la gestión de la pandemia pasará a la historia por alcanzar siderales cotas de incapacidad.

Y deberían granjearse algún apoyo político que no sea el de la CUP. La sombra de los cachorros convergentes, revolucionarios de día y pijoburgueses de noche, solo puede hacer inviable su apuesta por la gobernación. Es más, conviene que hablen hasta el hartazgo con el PSC para alcanzar consensos mínimos para la comunidad que puedan equilibrar la presión soberanista que recibirán desde la derechona de JxCat. Y a Salvador Illa le ha llegado el momento político de contribuir a pacificar la sociedad catalana con una abstención que hiciera inútil el chantaje soberanista y pusiera la Generalitat a funcionar. ¿Sin nada a cambio? Pues sí, en un ejercicio de generosidad hasta con sus propios votantes, que están hartos también. Mantenerse en trincheras partidarias tiene riesgos, y los resultados de la Comunidad de Madrid deberían llevar a los socialistas a una reflexión profunda. El PSC puede hacer inútil el apoyo de JxCat, la CUP y hasta los Comunes a ERC. Es una forma de cincelar la Cataluña del futuro tan interesante como contribuir desde la pura gobernación.

El espectáculo de la falsa negociación entre independentistas ha llegado a su final. Pese al tiempo perdido, a la decadente imagen que transmite, resulta un avance en sí mismo: el movimiento separatista se ha fragmentado hasta niveles difíciles de reconciliar una vez que la bandera deja de ser lo único importante y constatan que su única consecución conjunta es un fracaso colectivo al intentar un golpe al Estado.

Muchos constitucionalistas insisten en que ERC es tan bisoña como poco fiable por su carácter pseudoasambleario. Y tienen razón. La pregunta a formularse a continuación es si, ante ese estado de cosas, con la imposibilidad de combinar otra fórmula política que administre el país, conviene asimilarse a los seguidores del expresidente huido que consideran que cuanto peor vaya Cataluña, mejor para sus intereses. Quizá lo prudente, cabal y urgente para salir de la crisis provocada por la pandemia es lograr que la administración pública se ponga a trabajar, parir proyectos y políticas y acabe con el sainete independentista. Parece inteligente aprovechar el momento para que una parte del nacionalismo pierda la conexión económica con el poder que financia tanta propaganda y agitación, lo que seguro que reduce el ruido infernal.

Un gobierno en solitario de ERC no es lo que más han votado los catalanes en las urnas, es cierto. Esa opción no resulta la de mayor agrado para el constitucionalismo, pero aún gusta menos a los convergentes y a sus herederos, incluidos los ultras de izquierda, por lo que quizá es la menos mala de las posibles para toda la ciudadanía. Eso, junto a una oposición seria, alternativa, constructiva y generosa de los socialistas, podría ser la llave del pisito en el que la sociedad catalana pueda emanciparse y refugiarse temporalmente de la tormenta secesionista de los últimos inútiles y desaprovechados años políticos.