Una cerveza, no complicarse mucho con debates que no conducen a nada, y programar buenos momentos con los amigos. Un sueño colectivo, un país que será de los mejores del mundo y entorpecer en lo posible todo lo que proponga el adversario político. Isabel Díaz Ayuso y Carles Puigdemont representan la ‘nueva’ política, superadora de las aburridas deliberaciones, de las discusiones bizantinas y las comparaciones sobre modelos económicos. Los dos triunfan, aunque ahora a ritmos distintos. La presidenta de la Comunidad de Madrid va a toda velocidad, aupada por los amigos de Aznar, por Miguel Ángel Rodríguez, empeñado en volver a la Moncloa con la nueva líder del PP, en detrimento de Pablo Casado. En el caso de Puigdemont, su figura se diluye, aunque sigue teniendo un gran predicamento.
¿Aportan algo valioso a la Política o la degradan? La simplifican y para determinados ciudadanos eso supone un gran avance. En Madrid el enamoramiento con Ayuso es enorme, porque se ha convertido en alguien que charla con los vecinos, que empatiza y que es capaz de ‘hacer ver’ que tiene un modelo contrapuesto al ‘sanchismo’, una figura que causa un enorme resquemor en determinados sectores sociales de la capital. En cuanto a la gestión no hay nada que la acredite como mejor gobernante que otros presidentes autonómicos.
Una de las cuestiones que el estado de las autonomías no resolvió guarda relación con la Comunidad de Madrid. Sus gobernantes, ¿deben centrarse en la gestión de la autonomía o están obligados a edificar proyectos alternativos al Gobierno de la nación para competir y acceder a la Moncloa? Jugó con ello Alberto Ruiz Gallardón, lo intentó con ganas Esperanza Aguirre en un congreso en Valencia que estuvo a punto de ganar frente a Mariano Rajoy y lo quiere ahora con todas sus fuerzas Isabel Díaz Ayuso, alentada por sus colaboradores, esa parte del PP fiel a José María Aznar que ha comenzado a ver en Pablo Casado a un perdedor nato. Pero, ¿en eso consiste la política, en la lucha por el máximo poder?
Madrid es muy importante para España, pero no es ni debe ser lo que represente al conjunto del país. La vitalidad de la capital del Estado es envidiable, y muestra una gran pluralidad. No es el centro únicamente de un capitalismo liberal poco compasivo. Reúne creatividad, solidaridad, empuje y optimismo. Pero su propia estructura económica produce efectos que llevan al engaño. El peso del sector servicios es enorme, sobre el 80% del total de la actividad. Y sobre esos fundamentos se ha hecho fuerte el PP, que apostó por ese modelo desde el mandato de José María Aznar. Una sociedad de servicios pide cosas diferentes a la política que otra sociedad con mayor peso del sector industrial o agrario, por ejemplo. Y lo que vale para Madrid, por tanto, con esa constante apuesta por impuestos bajos, por la ciudad abierta 24 horas al día, por ese vivir en la calle, --la caricatura de la cerveza sirve, pese a todo para entender el modelo—no es válido para el resto del país.
En el PP hay dirigentes que han interiorizado esas diferencias, pero prima la necesidad de recuperar cuanto antes el poder, de regresar a la Moncloa, y una parte del partido corre tras el rostro de Díaz Ayuso, mientras Pablo Casado es incapaz de tomar el mando con una fórmula alternativa, que pueda seducir a una parte de la sociedad catalana, por ejemplo, o de la sociedad vasca, o de la sociedad valenciana, que buscan otras políticas y, principalmente, necesitan empatía y reconocimiento.
El caso de Puigdemont es más de lo mismo. Simplismo, sueños imposibles, y ganas de incordiar, porque es también la única posibilidad de no caer en el olvido. En beneficio del expresidente hay que recordar que su socio, Oriol Junqueras, nunca quiso apoyarlo, y que, más bien, esperaba el momento para lanzarlo por las escaleras. Pero los gobernantes están en la primera línea para aguantar el peso y tomar decisiones. Y Puigdemont se dejó arrastrar. Algún día deberá admitirlo.
El sociólogo Ignacio Urquizu, alcalde Alcañiz, un hombre sólido, de principios, y que, al mismo tiempo sabe y explica que no tiene la verdad, acaba de publicar un excelente libro: Otra política es posible (Debate). Señala Urquizu que al ciudadano hay que saberle decir ‘no’. Y que no se debe vender ningún proyecto que sea una quimera. Rechaza la demonización del adversario (algo que hacen Díaz Ayuso y Puigdemont) y pide acuerdos entre diferentes. Urquizu pudo tener otras responsabilidades en el PSOE. La vida, por ahora, le ha llevado a la alcaldía de Alcañiz, pero desde esa localidad se pueden aprender lecciones muy valiosas: cada uno, desde su lugar, debe aportar lo mejor de sí mismo, y no es necesario que todos quieran lo mismo: la presidencia del Gobierno de España.